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lunes, 5 de enero de 2015

Once años en Suiza



Junto con mi hija y mi nieta mayor (tengo una nieta más pequeña en Cuba), en la noche del martes 25 de noviembre de 2003 salimos de La Habana rumbo a París, en un Boeing de Air France. Al aeropuerto Charles de Gaulle llegamos pasadas las 9 de la mañana del miércoles 26. Alrededor de la una de la tarde, con 9 grados de temperatura y lloviendo, subimos a un avión de Easy Jet. Una hora después estábamos aterrizando en Zürich.

Para nadie es fácil empezar una nueva vida en un país tan distinto y tan lejano, con cuatro idiomas oficiales (alemán, francés, italiano y retorromano) y con cuatro estaciones (otoño, invierno, primavera y verano), a lo que también tienes que acostumbrarte. Y aprender que para cada estación debes usar un vestuario y un calzado diferente.

No como en Cuba, que casi todo el año, puedes andar con ropa fresca y en sandalias. Eso sí, en Cuba como en Suiza, son obligatorias las sombrillas o paraguas, con la novedad que en los países fríos te protegen de la lluvia y también de la nieve, cuando está cayendo.

La nieve fue una novedad, en el primer y segundo año. Luego nos acostumbramos a nevadas ligeras o abundantes y a esa mezcla extraña de lluvia y nieve a la vez. De la época invernal lo que menos me gusta es que ya a las 4 de la tarde empieza a oscurecer, pero sí me gusta, y mucho, cuando durante toda la noche nieva y al levantarte, disfrutas de la blancura y brillantez de una nieve que silenciosamente ha caído mientras dormías.

Extrañar no he extrañado mucho, a no ser a mi familia, amigos más cercanos, el mar, los aguaceros y un poco los ciclones. En Lucerna, el cantón donde vivo, llueve bastante, pero suavemente. Rara vez el agua cae con fuerza, con vientos, truenos y relámpagos.

Llegué a Suiza con un 50 por ciento o menos de visión, debido a miopía avanzada, presbicia, glaucoma y cataratas. Más o menos veía con unos lentes de contacto duros que unos años atrás me habían hecho en el único laboratorio que entonces había en La Habana, si mal no recuerdo en 19 y 4, Vedado. Esos lentes contínuamente me lesionaban la córnea y en varias ocasiones tuve que estar un mes sin poder usarlos. Era riesgoso salir a la calle y si salía, era mejor de noche, porque podía ver las luces de los carros y las guaguas.

En la primera consulta en Lucerna, en mayo de 2004, la oftalmóloga me dijo que no valía la pena mandarme lentes blandos, que la solución era esperar a que 'maduraran' las cataratas para poder operarme. Hasta que ese momento llegó, en octubre de 2008, además de los lentes duros, usaba dos tipos de espejuelos: un par para ver de lejos, cuando salía a la calle, y otro par para ver de cerca. Me operaron con rayos láser y me implantaron lentes. Mi visión actual es óptima, como la de un piloto. Solo necesito espejuelos para leer si la letra es muy pequeña, también los uso para la computadora.

Cerca de nuestro edificio radica el Luzerner Kantonsspital y allí la Augenklinik o clínica oftalmológica. El doctor que me operó es esposo de la oftalmóloga que desde 2004 me atiende en su consulta, en la parte vieja de la ciudad, muy cerca del Lago de los Cuatro Cantones, del Kapellbrücke, el viejo puente de madera, y la torre Wasserturm, símbolos de Lucerna que en la foto pueden ver.

Mi hija, bibliotecaria de profesión, llegó a Suiza con 39 años. Luego de dos cursos intensivos de alemán y algunos empleos temporales (legales, los refugiados políticos no pueden, no deben, aceptar ningún tipo de trabajo ilegal), en 2009 consiguió una plaza en el comedor de una escuela pública. No gana mucho, pues solo trabaja tres o cuatro días a la semana, pero es estable y cotiza a la seguridad social.

Pero lo más destacado y lo que más mi hija y yo valoramos, es la educación recibida por Yania, su única hija, que llegó con 9 años.La enseñanza pública en los 26 cantones suizos es gratuita y tan buena como la privada. Entre febrero y mayo de 2004, asistiendo de lunes a viernes a un curso especial de alemán para niños extranjeros, el maestro consideró que dominaba el idioma, la incorporaron al 3er. grado de una escuela primaria. Allí estuvo dos meses, pero cuando el curso comenzó, lo hizo ya como alumna de 4to. grado.

De las tres, el mérito mayor en estos años lo tiene Yania: enseguida no solo dominó el alemán mejor que mi hija y yo, si no que aprendió el suizoalemán, dialecto que varía según el cantón. Ya en 6to. grado comenzó a estudiar inglés, que consolidó en la secundaria, donde se inició en el francés, idiomas que ha seguido estudiando en el bachillerato, junto con la gramática alemana.

Pienso que esa facilidad para los idiomas se debe a que desde niña ha tenido un excelente oído musical. En Cuba nunca cantó, pero en Suiza, cuando la escogieron para ser solista en el coro de la escuela secundaria, su madre y yo descubrimos que podría dedicarse a la música, como cantante o profesora. Pero todo parece indicar que va a seguir estudiando y ojalá logre un título universitario.

Como Attys Luna, la hija de Zoé, otro buen ejemplo de niña que creció y se educó en una nación desarrollada, en este caso Francia, mi nieta Yania tiene la cabeza bien amueblada. Ellas saben que en este mundo globalizado y competitivo, además de saber idiomas, necesitas el respaldo de una profesión y no de palancas ni amiguismos, para conseguir un buen empleo y ser más útil al país donde vivas.

Como mis nietas han sido y siguen siendo, lo más querido que en estos once años he tenido y sigo teniendo, con ellas me despido.

Cuando Amy Winehouse falleció, Yania escribió un post para mi blog. Su tío le ha dedicado dos posts, uno en 2009 y otro en 2011. Por sus quince años, le dediqué un serial. A mis dos nietas, Yania y Melany, les he dedicado dos posts, en 2012 y en 2013.

Tania Quintero

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