Jueves. A las seis de la tarde, luego de hacer la comida (arroz blanco, chícharos, jurel de lata entomatado y ensalada de tomate y pepino), decido irme a “desenchuchar”. Me voy sin comer.
Por El Vedado ceno, de pie, una pizza de chorizo. La 'bajo' con un refresco instantáneo de naranja. De postre, turrón de maní molido. Todo por trece pesos (0,65 centavos de dólar).
Para las ocho y media de la noche se anuncia el comienzo de un espectáculo humorístico en El Sótano. Saco la entrada y hago tiempo en casa de una familia que vive cerca. La función comenzó retrasada, a las nueve menos cuarto. Las doscientas butacas de la sala están ocupados. Los asistentes en su mayoría son jóvenes entre 15 y 25 años. Bien vestidos y con pinta de estudiantes, probablemente universitarios. El espectáculo no llega a dos horas de duración.
Abundan chistes con doble lectura. Antigubernamentales. Hay risas, exclamaciones y murmullos. ¿Cuántos de estos muchachos son los mismos que, obedientes, van a las marchas y, ante la tribuna antiimperialista, gritan enardecidas consignas revolucionarias? Eso ahora no importa. Se divierten. A puertas cerradas. Así son casi todos los cubanos: tienen una cara pública y otra privada.
A la salida del teatro escucho un chiste novedoso. Una jovencita le dice a su grupo: "Caballero, ¿vamos a Coppelia?" Alguien le responde: "¿Por qué mejor no vamos a la posada Carriles?"
Viernes. Después del corre corre matutino (fregar, hacer café, cargar agua, atender llamadas, escribir, pasar textos periodísticos por el fax, cuando funciona, ir a la bodega e ir agro, entre otras faenas domésticas), a las doce del día salgo.
El almuerzo lo resuelvo al doblar de la casa: dos pastelitos de guayaba de cuestionable calidad y un barquillo con una insípida bola de helado "de fruta" que lejanamente recuerda el sabor de la papaya.
Mientras a desgana lo saboreo, no puedo evitar retrotraerme a mi infancia, en la barriada del Cerro y al puesto de los chinos de Romay y Zequeira donde, por cinco centavos (de peso, no de dólar, aunque se podía pagar con un nickel americano), me tomaba un fantástico helado de frutas de verdad. Mis preferidos eran coco, mamey y orejones, que traía dentro pedacitos de frutas secas y cuyo sabor era una mezcla entre el tutti fruti y la naranja piña de Coppelia.
Martha Beatriz Roque Cabello me ha invitado a una tertulia sobre la familia en su domicilio, en la barriada de Santos Suárez. Una iniciativa del Instituto de Economistas Independientes que ella dirige y al cual, desde que salió de prisión, le pone alma, corazón y vida. Es la segunda reunión de su género que realizan y esperan poder sistematizarla los fines de mes.
Somos seis en total. Conversamos acerca de temas que deberían ser abordados, de frente y sin censura, por los medios oficiales. Martha ha decidido abordar la problemática familiar porque tiene mucho que ver con la crisis moral, social y económica de la Cuba actual.
A las tres y media emprendo la caminata de regreso, unas veinte cuadras desde su casa a la mía, frente a la llamada Plaza Roja de La Víbora. En mi bolso llevo el número 3 del Boletín de Información Socioeconómica que desde enero de 2001, vienen editando los cerca de 15 integrantes del Instituto de Economistas Independientes Manuel Sánchez Herrero.
Por la noche, antes de dormir, leo de un tirón las 38 páginas del boletín que, entre otros materiales, trae un homenaje al economista Felipe Pazos, fallecido el 26 de febrero de 2001 en Venezuela, donde vivió exiliado los últimos 38 años de su vida.
Sábado. Reviso el monedero: me quedan dos dólares y 40 pesos cubanos. Me han invitado a pasar por la casa donde los dos hijos de Lourdes, una amiga del barrio que vive en el País Vasco, podrán ser vistos en el trono. A los dos les han hecho santo.
Pregunto qué se hace en estos casos. Me dicen que se deposita dinero en una cacerola colocada en una estera donde uno se arrodilla, sin pisarla, y toca una campanita. Me voy a comprar flores. De los 40 pesos gasto 20 en un ramo de gladiolos rosados, rosas rojas y girasoles, envueltas en celofán y con una cinta amarilla.
El horario en que se puede ir a ver a Abdelaise, adolescente de 13 años y a su hermana Danmara, de 23, también residente en España, es de tres a seis de la tarde. Sobre las cuatro me dirijo al lugar, en Vista Alegre, calle que aparece en la cinta Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, estrenada en 1984. El tema musical, Y qué tu crees, de Juan Formell se sumó a la larga lista de éxitos de Los Van Van.
Es en un primer piso de una vieja casa que queda al final de un pasillo. La escalera, de mármol, en sus buenos tiempos debe haber sido preciosa. En un zaguán hay parqueadas dos bicicletas chinas.
En una habitación pequeña están los hermanos, los dos de piel muy negra. Él, vestido de blanco, como corresponde a un hijo de Obbatalá y ella, de azul marino, por Yemayá. Les acompaña un joven jabao que hace poco se hizo Iyabó y está ataviado como Argayú o San Cristóbal, patrón de La Habana. También hay un babalao mulatos, con el atuendo blanco y la gorrita característica.
A un familiar le entrego las flores y hago el ritual que me han indicado y coloco un dólar en la vasija. Sueno la campanita y pido salud. Me siento en un pequeño banco y permanezco unos 45 minutos en aquel escenario tan ajeno a mí. Soy agnóstica. No creo en nada sobrenatural, pero respeto todas las religiones.
Tania Quintero
Versión de un trabajo mío publicado el 17 de abril de 2001 en Cubaencuentro con el título Diario de una ama de casa.
Foto: Venta particular de libros en 2001, Avenida del Puerto, Habana Vieja. Tomada de Tarjetas Cubanas (www.philat.com).
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