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lunes, 30 de diciembre de 2013

¡Feliz Año Nuevo!


La Marcha Radetzky, composición orquestal de Johann Strauss (padre), se ha hecho popular en todo el mundo por ser la pieza con la cual siempre termina el Concierto de Año Nuevo, que cada 1 de enero se celebra en el Palacio Schönbrunn de Viena. El video es del concierto que tuvo lugar en el Amsterdam Arena en 2011, con el violinista holandés André Rieu como solista.

Con esta hermosa y vital música, Marco A. Pérez López, el administrador del blog y yo, Tania Quintero, queremos felicitar a todos los lectores y desearle que los más de 360 días que nos aguardan sean mejores que los dejados atrás.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD



Les desean Tania y Marco, los realizadores del blog.

lunes, 23 de diciembre de 2013

La Navidad de 1959


En el blog he recordado los días navideños antes de que llegara el comandante y ordenara acabar con la 'diversión'.

De golpe, el Gobierno Revolucionario no eliminó las Navidades. En 1959, Bohemia y Carteles, las revistas de mayor circulación, dedicaron sus portadas a la más importante festividad del mundo cristiano. Eso sí, cubanizadas, como el cartel Navidades para un niño cubano, impreso por la Dirección General de Cultura, con tres Reyes Magos pintados por René Portocarrero encima de unas lomas con tres palmas y un bohío.

Además de cubanía, en 1959 la publicidad hacía hincapié en el ambiente de fiesta y libertad. En un anuncio, Matusalem proclamaba que era el mejor ron para divertirse esos días. Y Coca-Cola felicitó así, con minúsculas, al pueblo cubano: la cía. embotelladora coca-cola s.a. se regocija con el pueblo de cuba por el resurgimiento de las libertades democráticas en nuestra patria. Al final, en un círculo, el logo de una de las marcas de refrescos más consumidas en Cuba antes del 59. El breve saludo de Coca-Cola ocupó una página completa de la Edición de la Libertad que hizo la revista Bohemia en 1959.

En internet he encontrado testimonios interesantes sobre la primera celebración de la Navidad después que el Ejército Rebelde se hiciera con el poder en Cuba. Aleida Durán en Cuba en Navidad: hubo 28 años de prohibición y 500 de celebración (Revista Contacto, 4 de diciembre de 1998), rememoraba: "En los primeros días de diciembre, Castro había tratado de eliminar una imagen supuestamente 'ajena a Cuba', Santa Claus. Sería sustituida por una figura similar a la de la clásica caricatura cubana de Liborio: un 'guajiro' vestido de guayabera, sombrero campesino y barba, a quien llamarían Don Feliciano. No fue posible: chicos y mayores rechazaron a Don Feliciano. El día 24, sin orden ni listado, camiones militares recorrieron los barrios pobres entregando paquetes de alimentos navideños: carne de puerco, frijoles negros, arroz, turrones, golosinas".

Sobre las segundas 'Navidades libres', en 1960, Durán escribía que habían sido distintas a las anteriores: "Con el título Jesús del Bohío se representaba la Navidad en la marquesina de la estación de radio CMQ, en La Habana. Los tres Reyes Magos eran Castro, el Ché y Juan Almeida, el único hombre de raza negra en una alta posición dentro de la revolución. Ellos llevaban como regalos la Reforma Agraria, la Reforma Urbana y el Año de la Educación, que sería el próximo".

Firmada por Sergio (tal vez obra del pintor Sergio López Mesa, La Habana 1918-California en 2004), la postal Felices Navidades Cubanas con buena lectura, saludaba los Festivales del Libro Cubano, un total de 250 mil ejemplares impresos con papel de bagazo de caña. Entonces se pusieron a la venta libros de autores que posteriormente serían ignorados o censurados, como Por qué, de Lydia Cabrera (1899-1991) y una selección de los mejores cuentos de Lino Novás Calvo (1903-1983).

También en 1959, el Ministerio de Educación editó el libro Recetas Cubanas, de 119 páginas. Su introducción decía: "En estas primeras Navidades Cubanas no podía faltar un libro de recetas cubanas que instalará en las cocinas de nuestras jóvenes mujeres de las ciudades, los viejos platos que todavía en extensas regiones del país se conservan y son parte de nuestra nacionalidad". Gracias al blog El archivo de Connie, realizado por mi amiga Anna Veltfort, ilustradora de profesión, residente en Nueva York, he podido conocer su contenido.

Entre las recetas encontramos dos variedades de ajiacos, de Cárdenas y Puerto Príncipe. Sopa cubana, gazpachada (con casabe) y migas de gato (una variante del fufú con plátano verde y chicharrones). Arroces, a la criolla, con gandul y con tasajo de Camagüey. Empanadas orientales con maíz y ajíes rellenos con maíz. Quimbombó con plátanos, frituras de ñame, bolas de boniato con tasajo o chicharrones y frijoles negros pascuales (con pimientos morrones).

Pierna de cerdo mechada con jamón y ciruelas pasadas, bistec en cazuela a la criolla, bistec en rollitos, salpicón y pavito relleno. Pescado a la cubana (con un pargo de 5 o 6 libras), langosta enchilada y camarones empanizados a la duquesa. Huevos a la habanera y salsas, guajira, encebollada y esmeralda.

Postres cubanos: bien me sabe, que es una panetela, cusubé, catibía, bocado habanero, atropellado (coco con boniato) y matarrabia (mi madre le decía 'malarrabia' y lo hacía con cuadritos de boniato y coco). Chayotes rellenos, alegrías de maní o ajonjolí, dulce de leche en cajoncitos, frangollo (como lo hacen en Bejucal). Boniatillo seco, brazo gitano de yuca, maicena de guanábana, matahambre, masareal de guayaba, pudín de calabaza, flan de naranja, polvorones criollos, palanqueta de Sancti Spiritus, pastelón camagüeyano y chocolate pinarense, que no lleva chocolate, si no maní.

Entre los nombres más novedosos: El cura se desmayó, berenjenas rellenas con arroz de grano corto, previamente sazonado con ajo, cebolla, tomate, ají, orégano o comino y pimienta, se espolvorea con queso rallado. Arroz sin compadre, con ajo, cebolla, ají verde y perejil bien picadito. Cerence, versión oriental del tamal en cazuela. Sopa de casados, una especie de panetela borracha y tortilla de regalo, un postre a base de yuca, coco, huevos, azúcar y nuez moscada, entre otros ingredientes.

Cincuenta y cinco años después, ese libro es una muestra de que antes de la llegada de los barbudos al poder, los cubanos se alimentaban bien, con comida típica y sabrosa. Por ello, duele saber que en la isla hay personas cuyo mayor sueño es poder comerse un bistec.

Tania Quintero
Foto: Portada del libro Recetas Cubanas, editado por el Ministerio de Educación en 1959, para celebrar las Navidades del 'año de la liberación'.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Aquel 18 de marzo de 2003


En la tarde del martes 18 de marzo de 2003 había quedado con Raúl Rivero, director de la agencia de periodismo independiente Cuba Press, en vernos en su casa a las seis de la tarde. Le iba a llevar diez cuartillas que había terminado, para un libro que en diciembre de 2002 había empezado a escribir.

Raúl mismo me abrió la puerta. Su rostro estaba serio. Tuve un mal presentimiento.

-Pasa y siéntate, para que te enteres, me dijo.

Justo unos minutos antes de llegar, por la televisión habían mostrado la portada de un ejemplar de la revista de la Fundación Hispano Cubana donde claramente se podían leer titulares de artículos firmados por Raúl y por mí. Más claro, ni el agua.

-Prepárate para la represión que acaba de comenzar. ¿Iván está en la casa?

-No, por qué?

-Debes avisarle lo antes posible. Tú, él, yo, todos tenemos que prepararnos para ir a la cárcel.

En eso sonó el teléfono. Desde las cuatro de la tarde la Seguridad del Estado se encontraba registrando y virando al revés la casa del periodista independiente Ricardo González Alfonso, en Miramar.

Una segunda llamada volvería a entrar, notificando de la presencia de la Seguridad del Estado en el domicilio de Jorge Olivera, en la Habana Vieja. A principios de los 90, Olivera había trabajado conmigo como editor en el Instituto Cubano de Radio y Televisión. Años más tarde volveríamos a coincidir en las filas del periodismo independiente, él en la agencia Habana Press, yo en Cuba Press.

La oleada represiva más brutal contra disidentes y periodistas independientes cubanos estaba en marcha. Por la forma -varios vehículos frenando a la vez, con militares vestidos de verde olivo y armados, quienes abrían las puertas y se tiraban apresuradamente- parecían extras rodando una película policíaca y no agentes del Departamento de Seguridad del Estado, en busca de opositores pacíficos residentes en viviendas modestas, 'parapetados' tras montones de periódicos, libros, revistas y artículos periodísticos a medio mecanografiar.

Pasadas las siete de la noche, dije a Raúl:

-Me voy, porque a lo mejor ya están en nuestra casa.

Cuando llegué, Iván no había ido a bañarse ni a comer. Lo primero que hice fue preparar dos jabas de nailon, con ropa interior y aseo personal, una para cada uno. A la de Iván le puse dos pañuelos y su spray de Salbutamol para el asma. A la mía, un rollo de papel sanitario (de mi nieta, nosotros no nos podíamos darnos ese "lujo") y el estuchito de mis lentes de contacto.

Empecé a revisar y romper papeles. Las cartas y fotos personales las fui separando, también los libros y revistas que no quería cayeran en la pira del totalitarismo cubano. Cuando todo estuvo 'clasificado', me di a la tarea de sacarlos de la casa con la mayor discreción. Por suerte, era una noche sin luna y sin guardia del CDR en la cuadra.

No tenía hambre ni sed. No sentía frío ni calor. Estaba tranquila. Cerca de las doce de la noche, saqué el sillón de la sala para la terraza. Me puse a repasar todo lo que debía dejarle dicho a mi hija antes de que nos vinieran a buscar.

En eso recordé las libretas con direcciones y teléfonos. Anoté los imprescindibles y se los di a mi hija, con la recomendación de que cuidara bien esa hojita de papel. En ella no faltaban, entre otros, los teléfonos de los principales corresponsales extranjeros en Cuba.

Volví a sentarme en la terraza. Una media hora después, sentí los pasos de Iván doblando por la esquina. Me paré, fui hacia la sala y abrí la puerta. Al verme despierta a esa hora sospechó que algo pasaba. Le conté todo lo que hasta ese momento se sabía. Estaba totalmente ajeno.

-La Seguridad del Estado suele empezar sus operativos bien temprano en la mañana o antes de caer la tarde, me dijo Iván. Así que acostémonos a dormir y... –no lo dejé terminar y añadí: ¡Que sea lo que dios quiera!

El jueves 20 de marzo se llevaron detenido a Raúl. Iván y yo, de momento, seguíamos en remojo. Para una 'segunda vuelta' que no llegó a producirse, tras la repercusión internacional alcanzada por la razzia de la primavera negra de 2003.

El régimen había hecho coincidir el inicio de la represión con la invasión de Estados Unidos a Irak. Pensaron que en una semana podrían descabezar la disidencia dentro de la isla y nadie se enteraría. Calcularon mal.

Tania Quintero

Foto: Al no encontrar ninguna foto de Raúl Rivero en su casa, en marzo de 2003, pongo ésta de los años 80, de Raúl sentado en la sala de su apartamento, donde vivía con su esposa Blanca Reyes y su mamá Teté. Al fondo, la vista de la ciudad que se veía desde el tercer piso de su apartamento, el no. 9 del edificio situado en Peñalver 466 entre Francos y Oquendo, Centro Habana. Aún recuerdo el número de su teléfono: 79-5578. Desde septiembre de 1995 hasta dos días antes de irme de Cuba, el domingo 23 de noviembre de 2003, una o dos veces a la semana iba a casa de Blanca y Raúl.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los periodistas independientes fuimos precursores de internet en Cuba



     

Acerca del periodismo independiente cubano todo está por escribir.

Pero en este breve artículo solicitado en febrero de 2005 por Reporter ohne Grenzen de Alemania, quisiera resaltar que cuando en septiembre de 1995 comenzó a funcionar la agencia Cuba Press, fundada y dirigida por Raúl Rivero, no imaginábamos que 18 años después, fuéramos los primeros periodistas cubanos en colocar textos periodísticos en internet.

Algunos de esos textos eran vivencias y testimonios, por lo que también puede afirmarse que, sin saberlo, estábamos inaugurando la era de la "blogalización" o colocación de escritos personales en internet, los ahora famosos blogs.

Ningún estudioso de la realidad cubana puede actualmente prescindir de leer las páginas electrónicas donde publican periodistas independientes, como Cubanet, Diario de Cuba o Cubaencuentro. En ellas, un cubanólogo encontrará informaciones que difícilmente hallaría en sitios de la prensa oficial.

Pongo un ejemplo. El 8 de febrero de 2005, Cubanet publicaba un trabajo del periodista independiente Juan Carlos Garcell, de la Agencia de Prensa Libre Oriental. Desde Holguín, provincia a unos 800 kilómetros al este de La Habana, Garcell reportaba la liberación de Diana Rojas, de 18 años. Diana había sido novia de uno de los tres jóvenes negros fusilados en Cuba en 2003, después de un intento fallido de secuestrar una embarcación para dirigirse a Estados Unidos.

La muchacha tenía 16 años cuando fue arrestada y condenada a dos años de privación de libertad por el "delito" de desahogar públicamente su dolor. Fue liberada a los veinte meses. De una noticia como ésta uno no se enteraría si no fuera por esos hombres y mujeres que a diario desafían al aparato represivo de los Castro y se las arreglan para decir al mundo lo que está pasando en su país.

Muy pocos de los que informan desde Cuba han estudiado comunicación y algunos nunca han recibido un curso mínimo sobre técnicas de redacción. El periodismo, ya se sabe, se aprende escribiendo. Pero esa realidad no disminuye su mérito ni el valor de sus informaciones, casi siempre enviadas en condiciones muy precarias y bajo el riesgo constante de ser detenidos y sentenciados a largas penas de cárcel.

Es triste decirlo, pero muchos periodistas independientes además de no tener acceso a internet y no disponer de celulares, cámaras y computadoras modernas, en ocasiones no tienen papel, sobres, presillas y bolígrafos. Y por qué no decirlo: también necesitan ropa, zapatos y dinero para realizar su rudimentaria labor y poder mantener a sus familias.

Tania Quintero
Redactado en febrero de 2005.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Así denuncié a la Seguridad del Estado en 1999


Al no tener computadoras, acceso a internet, celulares con cámaras de fotos y/o videos y al no existir las redes sociales, a quienes en los 90 escribíamos y reportábamos como periodistas independientes desde Cuba, no nos quedaba más remedio que hacerlo mediante el teléfono, cuando funcionaba, pues a la primera de cambio, la policía política nos mantenía incomunicados, unas horas o varios días.

A través del teléfono dictábamos las noticias, denuncias y trabajos periodísticos, mecanografiados o redactados a mano. Si algún periodista extranjero nos entrevistaba, en persona o por vía telefónica, aprovechábamos y les contábamos lo que nos estaba pasando.

Como desgraciadamente es ‘normal’ que en un régimen totalitario como el cubano, te sigan a donde vas, se paren en los bajos o esquinas de tu casa, traten de esconderse tras una columna o se sienten cerca de donde conversas con un foráneo, y con más o menos disimulo te graben y tiren fotos, eso no lo reportábamos.

Ese tipo de vigilancia es una violación de los derechos individuales en sociedades democráticas, pero es pan de cada día en regímenes represivos. Se denunciaban situaciones de más peso, sobre todo si involucraban a nuestras familias.

Revisando textos redactados en los años 90, cuando desde La Habana escribía como periodista independiente, encontré esta denuncia que el 26 de marzo de 1999 hice a organizaciones femeninas, de periodistas y derechos humanos del mundo. Decía así:

"En los últimos días, agentes de la policía política que muestran su rostro pero no su verdadera identidad, han estado acercándose a lugares cercanos a mi hogar y a mis hijos. Uno de esos agentes entró en el local de trabajo de mi hija, le mostró su carné del Departamento de Seguridad del Estado y le dio a entender que había una conversación pendiente con ella. A algunas personas les han dicho que tengan cuidado conmigo y con mi hijo, Iván García Quintero, también periodista independiente.

"Al gerente de la sucursal de la panadería Pain de Paris, ubicada en la barriada habanera de La Víbora, le llevaron una copia de “La otra cara del Pain de Paris”, un trabajo redactado por mí en agosto de 1998. En ese texto no relaté nada incierto y el hecho de mostrárselo a los trabajadores del lugar puede tener una doble intención: además de enemistarlos conmigo, tenerlos de reserva para cuando la Seguridad ordene, darme un ‘acto de repudio’, como ya hicieron en la noche del 10 de febrero de 1997.

"Mi madre, mi hija, mi nieta y otros familiares no pueden ser utilizados por la Seguridad del Estado de la misma manera que familiares hasta el cuarto vínculo sanguíneo de un acusado no pueden ser utilizados como testimoniantes en un juicio. Mi madre, mi hija, mi nieta y otros parientes son totalmente ajenos a la decisión que en 1995 mi hijo Iván y yo tomamos de formar parte de Cuba Press, agencia de periodismo independiente.

"Todo lo que la Seguridad del Estado quiera tratar con nosotros debe hacerlo oficialmente, cara a cara, y no andar merodeando entre vecinos y conocidos.

"Mis discrepancias públicas no pueden ocultar un curriculum de 35 años de trabajo, ni una conducta ciudadana limpia y honesta. Y si es cierto que el gobierno cubano no persigue a los que disienten, lo menos que puedo pedir es que se respete el entorno personal mío y de mi hijo".

Tania Quintero

sábado, 14 de diciembre de 2013

La historia detrás de la foto


Bueno, aquí está la fotografía, mi fotografía, que rápidamente se publicó una y otra vez en las redes sociales y portales noticiosos de todo el mundo. La “foto” de tres líderes mundiales que, durante las ceremonias fúnebres en Sudáfrica para honrar a Nelson Mandela, se divertían como niños en vez de comportarse de la forma solemne que se esperaba.

En general en este blog, los fotoperiodistas cuentan una historia detrás de la fotografía que toman. He hecho esto muchas veces con fotos que he tomado en Paquistán y la India, donde estoy destacado. Y héme aquí, de nuevo haciendo mi trabajo, sólo que en esta ocasión tomo la fotografía en un estadio en Soweto, y en ella aparecen personas que a su vez se retratan a sí mismas. Supongo que es un indicio de nuestra época, que de alguna forma esta imagen atraiga más atención que el propio evento. Habría que pensar en esto.

Llegué a Sudáfrica, con varios otros periodistas de la AFP para cubrir el adiós y los funerales de Nelson Mandela. Estábamos en el estadio Soccer City en Soweto, bajo una pertinaz lluvia. Yo estaba allí desde el amanecer y cuando tomé la fotografía, la ceremonia ya hacía más de dos horas que había empezado.

Desde el podio, Obama acababa de calificar a Mandela como un “gigante de la historia que condujo a un país entero hacia la justicia", Después de su emotiva eulogía, el primer presidente negro de Estados Unidos se sentó a unos 150 metros enfrente de donde yo estaba apostado. Estaba rodeado de otros dignitarios extranjeros y entonces decidí seguir sus movimientos con la ayuda de mis lentes de telefoto de 600 mm x 2.

Obama se sentó entre estos líderes que se reunieron de todos los rincones del globo. Entre ellos estaba el primer ministro británico David Cameron, así como una mujer que no pude identificar de inmediato. Después supe que se trataba de la primera ministra danesa Helle Thorning Schmidt. ¡Soy un fotògrafo alemán-colombiano que trabaja en la India, así que no me siento mal por no haberla reconocido! En aquel momento, pensé que podía ser una de las muchas asistentes de Obama.

De pronto, esta mujer saca su teléfono celular y toma una foto de sí misma riendo con Cameron y con el Presidente norteamericano. Capturé la escena de forma reflexiva. A mi alrededor en el estadio, los sudafricanos bailaban, cantaban y reían en honor de su recién fallecido líder. El ambiente parecía más de carnaval, en absoluto fúnebre. La ceremonia ya tenía dos horas de empezada y faltaban otras dos para que concluyera. Era una atmósfera totalmente relajada, y en mi visor no vi nada que me resultara ofensivo, se tratara o no del Presidente de Estados Unidos. Estábamos en África.

Más tarde leí en medios sociales que Michelle Obama parecía estar molesta cuando la primera ministra danesa tomó la foto. Pero las fotografías pueden mentir. En realidad, pocos segundos antes la Primera Dama estaba bromeando con los que la rodeaban, entre ellos Cameron y Schmidt. Su aspecto serio quedó capturado de pura casualidad.

Tomé estas fotografías de forma totalmente espontánea, sin pensar en el impacto que podrían tener. En ese momento, simplemente pensé que los líderes mundiales se comportaban como seres humanos, como ustedes y como yo. Dudo que alguien hubiera tenido una cara de solemnidad durante toda la ceremonia, mientras decenas de miles de personas celebraban en el estadio. Para mí, el comportamiento de estos líderes al tomar fotos de sí mismos me pareció algo perfectamente natural.

No vi ningún motivo de queja, y probablemente yo hubiera hecho lo mismo de estar en su lugar. El equipo de AFP trabajó duramente para reflejar la reacción del pueblo sudafricano ante la muerte de alguien al que consideran su padre. Tomamos unas 500 fotografías, con el objetivo de presentar sus verdaderos sentimientos, y esta imagen presuntamente trivial parece haber eclipsado gran parte de todo este trabajo colectivo.

Era interesante ver a los políticos actuar bajo una luz humana porque casi siempre los vemos en un ambiente muy controlado. Tal vez esto no sería así si los que trabajamos en el mundo de la prensa tuviéramos más acceso a los dignitarios y pudiéramos mostrar que son tan humanos como el resto de nosotros.

Tengo que confesar también que me resulta un poco triste que estemos tan obsesionados con trivialidades cotidianas, en lugar de preocuparnos por cosas de verdadera importancia.

Roberto Schmidt/AFP
Publicado en El Nuevo Herald el 12 de diciembre de 2013.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Internet y el Indio Hatuey


La noticia de que un líder aborigen cubano -el cacique Hatuey- fue quemado vivo en una crepitante hoguera colonial se publicó en Europa tres siglos y medio después del suceso.

Los piadosos españoles que dieron fuego al indio rebelde (que, por cierto, venía de tierras dominicanas) para conseguir que éste fuera directamente al cielo, no tuvieron que enfrentar la crítica de sus contemporáneos ni la justicia porque ese episodio demoniaco, a pesar de las llamas, se desarrolló en las sombras.

"La Historia de las Indias", redactada por Fray Bartolomé de las Casas, cronista esencial del suplicio, se editó en Madrid en cinco tomos entre 1875 y 1876. El sacerdote inició su escritura en 1527, cuando era obispo de Chiapas.

Si la llegada de los conquistadores a esta zona hubiera estado precedida, como suele pasar hoy, por una carabela mediática, el proceso de colonización y exterminio de las comunidades autóctonas seguramente habría tenido otro curso.

Estoy convencido de que si en algún camarote de La Pinta, La Niña o La Santa María, hubiesen venido también unos señores pertenecientes a la Real Comisión Pontificia de los Derechos Humanos, el desarrollo de aquel proceso en los que unos hombres le impusieron por la fuerza su filosofía y sus costumbres a otros hubiera sido diferente.

No quiero seguir con esta especie de periodismo de ficción porque entre otras cosas lo estoy haciendo en la lengua de aquellos hombres que venían del mar y porque también comenzaron a dar noticias viejas.

Hablo de estos asuntos porque la oscuridad, el silencio, los seudónimos, las máscaras y la lejanía constituyen el paraíso de los verdugos de todos los tiempos.

De ahí la importancia ya no de la transparencia que siempre puede ofrecer algo de irreal o borroso sino de la desnudez, de la luz absoluta en cada encrucijada de las sociedades modernas, donde los intolerantes, los prepotentes, los corruptos, los dogmáticos y sus sirvientes imponen su voluntad.

La presencia de unos tipos impertinentes con sus cámaras y sus preguntas, sólo el anuncio de que llegarán, dispara una alarma en los infractores de todas las categorías. Porque podrán delinquir, acosar, agobiar y aplastar, pero quedarán fotografiados, descritos y fijos en sus gestos terribles.

No es el periodismo una embajada de Dios. Pero una comunidad o un país sin prensa libre puede convertirse en un campamento militar o en una parcela de la arbitrariedad.

Las autoridades cubanas siempre en la búsqueda de un decreto o una ley que paralice nuestro trabajo han comenzado a utilizar los medios de prensa para enfrentar graves problemas sociales internos.

Hace poco la televisión nacional mostró unas imágenes de delincuentes, que aquí llaman ninjas porque asaltan camiones y vehículos en marcha en las carreteras. Los ladrones fueron sorprendidos en plena faena no por la policía sino por el periodismo y huían de las cámaras, saltaban cercas y pequeños barrancos para ponerse fuera del foco de los camarógrafos.

Eso puede ser una lección. Bajo el escrutinio del periodismo internacional, con esa solidaridad que va más allá de los comunicados y las notas de prensa, -sin proponérselo, sólo cumpliendo con el deber de informar- los medios de comunicación de todo el mundo están poniendo su impronta de civilización en la Cuba contemporánea.

Por fortuna, ya no hay que esperar tres siglos y medio para que el mundo se entere o conozca una noticia. La ciencia ha puesto el Sena a dos cuadras de mi casa, el Ebro se ve desde mi balcón y a veces veo pasar pescadores que van a pie para el Mississippi.

En mis noches de insomnio, de preocupación y miedo miro el cielo de La Habana y me produce una sensación de serenidad y calma la estrella Polar, Orión, la Osa Mayor y la pequeña constelación de satélites que vigilan desde el espacio sideral.

Raúl Rivero
Publicado en abril de 1999 en Cubafreepress.
Video: Hatuey, de Eliseo Grenet, en la voz de Rita Montaner.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Apuntes periodísticos (V y final)


En los primeros años de los barbudos, la gente iba al trabajo restregándose los ojos. De sueño, por la mala noche pasada frente al televisor o junto al radio.

Fue una de las 'modas' de la época. Otra, la de los cartelitos "Gracias, Fidel" en las puertas de las casas. Algunos eran calcomanías que se pegaban, otros, pequeños letreros metálicos que se clavaban.

Mi padre, José Manuel Quintero Suárez, falleció el 7 de octubre de 1966 y lo enterramos al día siguiente, en el Cementerio de Colón. Cayó tremendo aguacero y Blas Roca, bajo la lluvia, hizo la despedida de duelo.

Si algo le agradezco a mi padre fue que, al ser hija única, me educó para que siempre pensara con mi propia cabeza y no me dejara arrastrar por ningún fanatismo.

El gordo Quintero tenía una forma muy peculiar de ver la vida y la muerte. Gustaba decir: "No voy a los velorios de quienes no me han invitado a sus fiestas". Pensaba que guardar luto era una tradición tan hipócrita como ésa de hablar bien de los muertos, cuando algunos en vida habían sido malas personas.

"La mujer del César no sólo tiene que serlo, sino también parecerlo" era uno de sus refranes preferidos. Siempre fustigó lo que él llamaba la política del cura: "Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago".

No recuerdo que hubiera venerado la figura de Stalin, un Dios para determinados sectores del comunismo cubano. Cuando la II Guerra Mundial, consideró que había salvado a la URSS, pero cuando años después se supo lo que en realidad hizo, lo bajó del altar y no quiso saber más de Stalin.

Mi padre no creía en casi nada y decía que algún día habría que revisar la cifra de los 20 mil mártires que Fidel Castro y sus seguidores decían que habían muerto por la revolución. Al asalto del cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, le llamaba "putsch".

De tal palo, tal astilla. Por ello siempre fui inconforme, indócil y alérgica a las cofradías políticas, comunistas o disidentes. Nunca fui militante de la UJC o del PCC y jamás participé en actos de repudio.

Décadas después, agotada la verborrea castrista y fracasadas las metas, quedan los sueños. Propios, independientes, supervivientes de la pesadilla.

Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreeepress.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Apuntes periodísticos (IV)



No viví la tensión que rodeó la Crisis de Octubre -o de los Misiles, como es conocida fuera de Cuba. En 1962 me dedicaba a la tarea de escolarizar a antiguas criadas de los ricos. Lo hacía cada noche, de lunes a viernes, en escuelas de superación para la mujer, abiertas en distintos barrios habaneros.

Por las mañanas estudiaba marxismo, historia y literatura en la Escuela de Instructores Revolucionarios Conrado Benítez, en una hermosa mansión del antiguo reparto Biltmore, hoy Siboney. Y por las tardes impartía clases a muchachas campesinas, procedentes de provincias orientales.

Hasta que llegué a la televisión cubana en 1982, había dejado mis huellas laborales en una docena de empleos. Fui mecanógrafa, bibliotecaria, maestra, auxiliar en un registro civil, oficinista, secretaria y divulgadora de una empresa. En el periodismo me inicié autodidactamente. Lo ejercí desde 1974 hasta 1993, cuando publiqué la última colaboración en la revista Bohemia.

Desde 1961 hasta 1995, cuando comencé a escribir en Cuba Press como periodista al margen del control estatal, mi visión de la realidad cubana siempre fue discrepante. Hasta ese momento nunca había podido expresar públicamente mis críticas y puntos de vista, pero por escrito se los hacía llegar a dirigentes del Partido Comunista y del Estado, Fidel Castro incluido.

Todavía pertenecía al periodismo oficial cuando el 8 de marzo de 1991, un operativo de la Seguridad del Estado irrumpió abruptamente en mi casa y después de un registro de tres horas se llevaron detenido a mi hijo, Iván García -actualmente también periodista independiente-, bajo cargos iniciales de "actividades contrarrevolucionarias", más tarde cambiados por "propaganda enemiga".

Iván estuvo trece días detenido en Villa Marista. No llegó a ser enjuiciado. Pero a partir de ese día comencé a revisar uno por uno mis pensamientos. Y a leer otro tipo de libros y textos. Entonces corroboré que el comunismo no era la salvación de la humanidad, como desde mi infancia había creído.

Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreepress.
Foto: Underwood de 1939, muy similar a la primera máquina de escribir con la cual aprendí a teclear velozmente durante los 19 meses que trabajé como mecanógrafa en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular, que en 1959 radicaba en Carlos III y Márquez González, Centro Habana.

domingo, 8 de diciembre de 2013

La Habana de noviembre de 1963



No recuerdo exactamente qué estaba haciendo el viernes 22 de noviembre de 1963, el día que mataron a Kennedy, pero ya ese día tenía la sospecha de que estaba embarazada, de mi primera hija, que nació el 1 de agosto de 1964.

Aunque las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y en particular entre Fidel Castro y John F. Kennedy no eran nada buenas, la noticia llegó enseguida a la isla.

Me enteré por la radio, el principal medio de comunicación que teníamos en mi hogar. Entonces vivía con mis padres en el segundo piso de un viejo edificio situado en Romay entre Monte y Zequeira, Cerro. Si queríamos ver televisión, teníamos que ir a casa de Eloísa, una vecina que residía en la acera de enfrente (televisor no tuvimos hasta 1977).

La gente claro que lo sintió. Más allá de los rifirrafes políticos, de la crisis de octubre en 1962, y de los discursos y descalificaciones de Castro, el carisma de Kennedy se mantuvo. A los cubanos nos caía bien.

Y no me equivoco si digo que en el 2000, 37 años después de su asesinato, aparte de la trama central, la crisis de los misiles, el personaje de John F. Kennedy interpretado por Bruce Greenwood, haría que Trece Días fuera uno de los filmes más vistos por los habaneros. En videos que alguien traía de afuera o alquilados en los numerosos bancos ilegales existentes en barrios de toda la ciudad.

Volviendo a La Habana. En marzo del 62 se habían implantado dos libretas de racionamiento, una de alimentos y otra de productos industriales. Así que cuando mataron a Kennedy, pensábamos que las libretas serían algo transitorio, provisional. Pero no. El racionamiento, como el comandante, habían llegado para quedarse. Pero debo reconocer que en 1963 todavía por la libreta distribuían cuotas de carne de res, leche de vaca, mantequilla y butifarras.

En las tiendas ya era difícil encontrar buenas piezas de ropa o zapatos, remanentes de apenas cinco años atrás, de la época dorada del comercio capitalino. Y a los cubanos no nos quedó más remedio que empezar a vestirnos con lo que iba quedando en nuestros closets y escaparates. A la mayoría de los dirigentes les dio por vestir a lo Mao, con safaris de colores grisáceos o camisas de algodón grueso confeccionadas en la Textilera Ariguanabo, que eran repartidas por cupones a los trabajadores.

La uniformidad en el vestir se extendió a otros ámbitos de la sociedad. Pero fue en la cultura y en el periodismo donde más daño hizo. No solo por lo gris y monótono, si no por la influencia del realismo socialista, una de las tantas herencias soviéticas que a lo largo de varias décadas tuvimos.

En 1963, la presencia de los 'bolos' ya era notoria en la vida diaria del cubano. Todavía, por suerte, seguían funcionando cabarets y clubes, y por pesos cubanos podías disfrutar en vivo de Elena Burke, Ela O'Farrill, La Lupe, Freddy, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Bola de Nieve o los dos Frank, Domínguez y Emilio. O comer en el Monseñor, tomarte un daiquirí en el Floridita o alojarte en el Capri, Riviera, Nacional o Habana Libre. También, comerte una frita o tomarte un helado en un puesto de chinos.

Pero ha sido en Suiza, por reportajes de la BBC y CNN, cuando he podido ver en detalles lo que pasó en Dallas aquel viernes 22 de noviembre de 1963.

Tania Quintero
Foto: La Habana de 1963, del fotógrafo suizo Rene Burri (Zürich, 1933). Tomada del blog Heaquílahistoria.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Apuntes periodísticos (III)



Muy pronto la "revolución más verde que las palmas" resultó un melón: verde por fuera y roja por dentro.

El 16 de abril de 1961, en la céntrica esquina de 12 y 23, en el Vedado, ante miles de hombres armados y vestidos de milicianos -pantalón verde olivo y camisa de mezclilla azul-, Fidel Castro puso las cartas al descubierto y declaró su filiación al comunismo.

En medio del frenesí revolucionario, el máximo líder revistió de humildad a la revolución comunista. Los pobres, los de abajo, marcharon al combate convencidos de que aquélla era su revolución, "la de los humildes, por los humildes y para los humildes".

Ese día, 16 de abril, ya se había puesto en marcha una invasión fraguada en Estados Unidos y cuyo punto de desembarco era una bahía estrecha y profunda, situada al sur de Matanzas y Cienfuegos, que mundialmente quedaría conocida por Bahía de Cochinos.

Cuando 72 horas después la invasión fue derrotada, yo me encontraba en la Sierra Maestra, pasando el tercer y último curso convocado por el Instituto Nacional de Reforma Agraria para formar maestros voluntarios, dispuestos a abrir aulas rurales en llanos y montañas.

Todo lo que por esos días pasó en la capital así como las movilizaciones y combates en el suroeste de la isla lo sé por referencias ulteriores. En el campamento La Magdalena, lomerío a una hora de camino de Minas del Frío, zona montañosa cercana al Golfo de Guacanayabo, en el oriente de Cuba, no llegaban noticias de lo que ocurría en el resto del país.

En ese momento no lo podía imaginar. Pero en aquel grupo de adolescentes y jóvenes de los dos sexos que nos fuimos a la Sierra Maestra, estaba el germen de un experimento castrista: la combinación del estudio con el trabajo. Tan es así que en 1960, cuando se creó la Asociación de Jóvenes Rebeldes su lema fue Estudio, Trabajo y Fusil.

El ambiente serrano trataba de reproducir el modo de vida de los rebeldes. Se dormía en hamacas, amarradas a los horcones que sostenían largos barracones abiertos, techados con guano. Allí la información no era una asignatura priorizada: no había luz ni radios de batería. Por los campesinos del lugar y algún que otro periódico viejo nos enterábamos de la "actualidad".

Pese a su rusticidad, aquella aventura montañera tuvo su encanto: la oportunidad de convivir con la belleza de una selva casi intacta y la proeza de ascender tres veces a la elevación mayor de Cuba: el Pico Real del Turquino, con 1, 974 metros de altura sobre el nivel del mar.

Cuando en junio de 1961 regresé con mi título de maestra voluntaria en la mochila, no sólo mi cuerpo había cambiado: de 100 libras que pesaba al llegar, regresé a mi casa con 130 libras. Era la primera vez que salía de La Habana, mi ciudad natal, y llegaba hasta Oriente, provincia tan atrasada o más, que Pinar del Río, la 'cenicienta de Cuba'. Con el agravante de que los orientales padecían las heridas causadas por dos años de lucha guerrillera, desde diciembre de 1956 hasta diciembre de 1958.

La ideología comunista que recién había adoptado la revolución, en el futuro no ejercería demasiada influencia en mí. El melón nunca ha sido mi fruta mi preferida, a no ser en jugo o "duro frío".

Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreepress.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Apuntes periodísicos (II)


'Nananina', dijo mi padre cuando le dije que quería dejar los estudios para empezar a trabajar. Nananina significa "de eso nada" y era una expresión muy usada por mi padre, José Manuel Quintero Suárez. Un hombre de pocas palabras y mucha flema, conocido por El gordo Quintero.

Accedió cuando le propuse continuar estudiando en un curso nocturno y, por el día, argumenté, trabajaría "para serle útil a la revolución". Lacónico, me respondió: "¿Qué tú sabes hacer?".

Mi curriculum en ese momento incluía cuatro años de inglés en una escuela pública y una propuesta de beca para formarme como maestra en ese idioma en los Estados Unidos. Había terminado el primer año en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, y había aprendido a coser durante la huelga estudiantil de 1958, cuando mi padre determinó que no podía permanecer ociosa el año que duró la protesta. Y me hizo ir tres veces por semana a casa de mi tía Cuca, que vivía en el Edificio Arcos, en 21 entre F y E, Vedado. Mi tía era una de las cuatro hermanas de mi padre, se ganaba la vida como modista de alta costura y dando clases de corte y costura en la sala de su apartamento.

La solución a mi insuficiente preparación -según mi padre- fue matricular en la sucursal de la Havana Business Academy, al doblar de nuestro domicilio, en Monte entre Romay y San Joaquín, en El Cerro. Por ocho pesos al mes, recibía dos horas diarias de clases de mecanografía y taquigrafía en inglés y español. No había un plazo límite de aprendizaje, por lo que mi padre, que se caracterizaba por su austeridad, me dijo que aprendiera rápido pues "no podía pagarme ocho pesos mensuales indefinidamente". Matriculé en marzo de 1959 y al concluir abril, un mes más tarde, ya me sentía en condiciones de trabajar como mecanógrafa.

Mientras aparecía el apetecido puesto de secretaria, ayudaba a pasar en limpio materiales para el semanario Mella, órgano de la Juventud Socialista. El local quedaba en la calle San Miguel, en el centro de La Habana, muy cerca de tiendas de renombre como El Encanto, Fin de Siglo, La Época, El Bazar Inglés, Roseland, Flogar y otras que con sus vidrieras bien arregladas y sus almacenes siempre surtidos, contribuían al cosmopolitismo que distinguía a la capital de Cuba de otras del Caribe y América Latina.

La oportunidad llegó en agosto. Mi padre, quien todavía usaba su Colt 45 por debajo de la camisa (ya no para cuidar a Blas Roca, ahora con escoltas provenientes de un incipiente batallón de seguridad personal), se enteró que Aleida, la oficinista del Comité Nacional del Partido Socialista Popular (PSP), estaba embarazada e iba a salir de licencia por maternidad.

Al día siguiente estaba yo tecleando una Underwood. Mi jefe inmediato era Secundino Guerra, más conocido por Guerrero, su seudónimo de la clandestinidad. Blas Roca, era secretario general del PSP y esposo de mi tía Dulce (mi padre había conocido a mi madre en los almuerzos diarios que hacía en la casa de Blas, a fines de los años 30).

Quedó acordado que trabajaría de lunes a domingo, sin horario. El salario fue ajustado en 46 pesos, cantidad que me pareció muy poco, pero me dijeron que "era suficiente para una muchacha que todavía no había cumplido los 17". En la práctica, todos eran jefes y lo mismo tenía que pasarle en limpio una poesía a Manuel Navarro Luna, que un documento sindical a Lázaro Peña o a su esposa Zoila, más conocida por Tania Castellanos, su nombre artístico. De sus canciones, la que más me gusta es el bolero En nosotros, sobre todo si lo interpreta Pablo Milanés.

Los jefes más caballerosos eran Juan Marinello y Salvador García Agüero. Salvador era un negro fino y elegante. Famosos eran sus panegíricos en el Capitolio Nacional los 7 de Diciembre, día de la caída en combate de Antonio Maceo. Maestro de profesión, García Agüero poseía una rara cualidad: sus buenos modales no le impedían compartir con los personajes de barrio, fuera el vendedor de frituras de bacalao o el de periódicos.

Marinello era el presidente del PSP, pero nadie lo llamaba por su apellido. Todos le decíamos Juan. Él y Pepilla, su esposa, eran personas sencillas y gentiles. A Juan le debo haberme convertido en una mecanógrafa de primera: cuidaba tanto el formato como el contenido. Fue siempre muy exigente con sus trabajos y no admitía ningún error o chapucería.

Lo mismo le debo a Paco, como en familia le decíamos a Blas Roca, un autodidacta que había participado en la redacción de la Constitución de 1940. Carlos, Carlos Rafael Rodríguez, tenía otra personalidad. Mis recuerdos se centran en textos económicos que él redactaba y en toda la etapa de tensión de cuando los norteamericanos suspendieron la cuota azucarera.

Carlos estuvo en el centro de los vínculos -entonces super secretos- con los soviéticos. Aníbal Escalante era el hombre fuerte que tenía contactos -igualmente secretos- con la cúpula del Movimiento 26 de Julio y personalmente con Alejandro, nombre con el cual se identificaba a Fidel Castro.

Todos eran hombres cultos, una característica de los comunistas cubanos anteriores a 1959.

Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreepress.
Leer también: Mi padre y una mujer que después sería famosa.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Apuntes periodísticos (I)


Cuando el ómnibus se detuvo en Vía Blanca y 10 de Octubre, esquina que en La Habana es conocida como Aguadulce, el señor que iba a mi lado me pregunta si yo sabía lo que quería decir 'timonel'.

¿Por qué?, le pregunto. "Es que no entiendo lo que quieren decir en ese anuncio". Y me señala hacia un mural, situado en el parquecito aledaño al cine Florida. Con el fondo blanco, el cartel resaltaba tres palabras en rojo El rumbo fijo. Debajo, en letras azules, Firme el timonel. Las seis palabras fueron situadas encima de un yate que navega sobre un mar pintado de negro. Sobre el mar oscuro pusieron Desembarco XLII del Granma.

En medio de los empujones propios de un ómnibus repleto de personas --un rutero 4, un lunes, a media mañana-, trato de explicarle el significado al señor, que es de la raza negra y parece un obrero en edad de jubilación. Sin dejarme terminar el señor me dice:

"Así que el hombre es el timonel. Cada día uno aprende algo". Una señora de rasgos indiados, que ha estado escuchando, quiere saber si soy maestra. No, soy periodista, ¿por qué?, respondo. "Ay, compañera, a mí me da pena decirlo, pero no sé qué significa esa X, con esa L y esos dos palitos".

Ess el número 42 en números romanos, le digo. "Es que, yo no terminé el tercer grado, allá en mi pueblo, Campechuela, en la antigua provincia de Oriente. Pero me acuerdo como si fuera hoy todo lo que vivimos después del desembarco del Granma".

El 1ro. de enero de 1959 hacía menos de dos meses que había cumplido 16 años y, sinceramente, apenas recuerdo aquellos días. Lo que más retuvo mi memoria fue la imagen de los barbudos, con sus trajes verde olivo desgastados, sus espesas barbas, sus fusiles de diversa procedencia y en el cuello collares rústicos, hechos de peonías y unas cuentas blancas, parecidas a las judías, llamadas santajuana.

Como todos los años, ese 31 de diciembre había ido con mis padres a Luyanó, a esperar el año en casa de Matilde, mi abuela paterna, una mulata de piel clara que medía 6 pies y pesaba más de 200 libras, de caminar lento y hablar pausado. Después que dieron las 12 de la noche, y luego de haber brindado con sidra y comido las doce uvas tradicionales, mis padres y yo fuimos a buscar la ruta 9 o la 10, dos de los ómnibus que pasaban por la Calzada de Luyanó y nos dejaban cerca de la Esquina de Tejas, en la barriada del Cerro, donde vivíamos.

Serían cerca de las 2 de la mañana cuando nos acostamos y antes de las 7, una vecina tocó a nuestra puerta para que pusiéramos el radio, un viejo RCA Víctor, heredado de Pancha, mi abuela materna.

Estaban dando la noticia de que Batista había huido por la madrugada, en un avión. Mi padre, que era militante del Partido Socialista Popular, y tenía responsabilidades dentro de la estructura clandestina a la que se vieron obligados a sobrevivir los comunistas a partir del 26 de julio de 1953, se vistió apresuradamente y de su escondite sacó su pistola, una Colt 45, la misma que durante años le sirvió para cuidar la vida de Blas Roca (desde la década del 30 él fue su guardaespaldas).

Ahí los recuerdos se desvanecen y su lugar lo ocupan una serie de escenas difusas, incompletas, como si fueran flashbacks cinematográficos. Una de las pocas rememoraciones que mantengo es de fines de diciembre de 1958, cuando fui con mi madre a visitar a una amiga, que vivía a la entrada del túnel de la bahía, en la Habana Vieja, en una casa desde cuya azotea se divisaba claramente El Morro y La Cabaña.

Desde allí se podía ver el gran movimiento de tropas, preparándose para partir hacia el frente y detener la ofensiva final que había desatado el Ejército Rebelde, en las montañas de la Sierra Maestra, en el oriente del país. Muchos de aquellos soldados habían sido movilizados a última hora. Eran los famosos "casquitos". Por esos días, en la ciudad, y en toda Cuba, el ambiente era muy tenso.

Ni siquiera el hecho de ser época de Navidad lo relajaba. Todo el mundo hablaba en voz baja, mirando a un lado y a otro porque proliferaban los informantes o chivatos, popularmente identificados como 33,33: esa cantidad en pesos era la que que les pagaban.

Como todas las jóvenes de la época, usaba sayas anchas, acorde a la moda. Una de mis artistas preferidas era Kim Novak, protagonista de Picnic, la junto a William Holden. Entre los actores. mi favorito era Marlon Brando. Su película Sayonara hizo época en La Habana. La vi durante su estreno en el cine Rodi, hoy teatro Mella, en Línea entre A y B, Vedado.

Pero el filme que siempre identificaré con el triunfo de los guerrilleros será Orfeo Negro, un largometraje francés que tenía una música preciosa, la trama se desarrollaba durante un carnaval en Río de Janeiro. La vi en 1959 en el cine Acapulco, Nuevo Vedado.

Entonces no podía imaginar que en lo adelante, ésa sería la barriada de los "pinchos" o "mayimbes" (altos dirigentes), como el pueblo llamó desde el principio a los revolucionarios que desalojaron del poder a una sólida burguesía nacional para convertirse en los nuevos dueños y que en estos años han devenido una sui generis clase social y política.

Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreepress.
Foto: Cartel de la película Picnic. Realizada en cinemascope por Joshua Logan, ganó dos Oscar. Fue estrenada en Estados Unidos y Cuba en 1955 y está basada en la pieza teatral homónima de William Inge, cuyo libreto en 1953 le valió un Premio Pulitzer. La música, Theme from Picnic, es de George Duning y Steve Allen y en 1956 estuvo entre las mejores del año. En la escena del baile, el director musical de la Columbia Pictures, Morris Stoloff, la mezcló con Moonglow, compuesta en los años 30 por Benny Goodman.
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