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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Emociones postergadas*



Debería entristecerme cuando pienso que el exilio es sinónimo de desarraigo. Y llorar sin consuelo cuando recuerdo que mi condición de refugiada política en Suiza me permite viajar a cualquier nación del mundo menos a Cuba. Al menos hasta que las cosas en mi país cambien, la represión desaparezca y se instaure un gobierno donde los derechos individuales sean reconocidos y respetados.

Ya cumplí 61 años y, sinceramente, en el horizonte cubano no se vislumbra un alentador panorama en lo inmediato. Más bien lo contrario: se avecinan años aún más duros y difíciles. Cuando se ha tenido que abandonar la patria por razones políticas y cuando en ella has dejado los restos de tus padres, un hijo, una nieta a la que sólo conoces por fotos, familiares y excelentes amigos, los sentimientos se acumulan y se llega a pensar que en cualquier momento van a estallar.

Pero no, una fuerza interior posibilita que se vayan “archivando” y las emociones queden depositadas en una “gaveta” que nuestra alma abre, como si se tratase de una nueva web en nuestro cerebro-computador. Son tantas y tan profundas las experiencias desde mi llegada a Suiza que las emociones no pueden -ni deben- ocupar demasiado espacio en mi mente ni en mi corazón. Para que la serenidad me continúe guiando.

Si mi hija, mi nieta y yo hubiéramos arribado a Suiza e inmediatamente nos hubiéramos ido a casa de algún conocido o de una familia amiga, probablemente enseguida hubiera salido a flote eso que los brasileños llaman saudade. Porque la nostalgia suele acompañarnos cuando estamos en ambientes íntimos, hogareños. Pero como del aeropuerto de Zürich un policía vestido de civil apresuradamente nos montó en un tren rumbo a Kreuzlingen, localidad fronteriza con Alemania, el choque con la inesperada realidad no permitió la aflicción. Ni siquiera dejó que sintiéramos frío, cansancio, sed, hambre, sueño...

Llegar a Kreuzlingen, centro suizoalemón de recepción para solicitantes de asilo provenientes de Africa, Medio Oriente, Asia y la ex Europa del Este, no estaba en mis planes. Fue una experiencia frustrante. Pero como periodista debo admitir que fue enriquecedora la estadía de una semana en Kreuzlingen; de dos meses en Sonnenhof y de un mes en Ritahaus, estos dos últimos centros de acogida de Cáritas en Lucerna. La convivencia durante más de tres meses con hombres, mujeres y niños de costumbres tan distintas a las nuestras, de cierta manera contribuyeron a bloquear mis sentimientos y crear una especie de coraza protectora alrededor de mi cerebro y mi sistema nervioso.

Esa coraza me ha permitido irme adaptando sin mayores contratiempos a una sociedad tan opuesta a la cubana. Mentiría si escribiera que no extraño el sol, pero me ha gustado descubrir que por la noche puede nevar y al día siguiente, si salen tenues rayos solares, la nieve comienza a derretirse y de árboles y aleros cae como si fueran de gotas de lluvia.

Añoro los programas de música tradicional que escuchaba por la radio cubana, pero aquí, en Lucerna, ya me habitué a Radio Pilatus y sus trasmisiones, las veinticuatro horas, de música casi toda americana (excepcionalmente pasan a Orishas, Gloria Estefan, Juanes, Shakira).

También escucho la Radio Svizzera, en particular sus boletines noticiosos. Entre semana hay un espacio de media hora de música salsa, conducido por El Flaco, fanático al género, y los domingos por la noche “Hollywood, Broadway, Las Vegas”, con canciones de Frank Sinatra, Mario Lanza, Dean Martin, Nat King Cole y Doris Day, que me transportan a mi infancia, cuando estaba al tanto del hit parade en Estados Unidos. La información más completa la obtengo de Radio Exterior de España, a falta del Servicio Latinoamericano de la BBC, que dos veces al día oía en Cuba en mi Sony de trece bandas.

Extraño, claro, mi condición de isleña. El mar forma parte de la vida de toda persona nacida en una isla. Para los cubanos, creyentes o no, el mar es imprescindible. Tenemos una deidad marina, la Yemayá de la religion afrocubana, Virgen de Regla en el catolicismo. Se le venera los 7 de septiembre, un día antes de la festividad de nuestra patrona nacional, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. No sólo son cercanas sus fechas, también sus orígenes: las dos son vírgenes mestizas.

Tengo la suerte de vivir en Lucerna, ciudad bendecida por el Lago de los Cuatro Cantones. Este lago lo considero ya “mi mar”. Y lo he convertido en “mi malecón”, ése que dejé en La Habana y por el cual a menudo paseaba. Adoro la vegetación cubana, con sus ceibas y jagüeyes, yagrumas y palmas. Pero me encantan los paisajes helvéticos: verdaderas postales en cualquier estación del año.

En Cuba es triste ver el estado calamitoso de los perros y si algo me ha llamado la atención es el cuidado de los suizos hacia los animales. ¡Impensable encontrar en la isla una laguna o riachuelo con tantos patos y cisnes, nadando en aguas limpísimas, sin nadie queriendo robarlos y llevarlos a su casa para hacer un fricasé!

Otro descubrimiento han sido los gatos, gordos y bien cuidados. Quizá en Suiza no se sabe que en 1990, cuando el gobierno cubano decretó un “período especial en tiempos de paz” y la economía cubana se fue al piso tras el desmoronamiento de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, la gente, ante la perspectiva de hambruna no tuvo escrúpulos y echó mano de los gatos. A fin de cuentas, decían, entre un gato y un conejo no hay demasiada diferencia.

Fue duro llegar a Suiza a fines de noviembre. Pero el rigor del clima, al igual que la dificil convivencia con africanos, asiáticos, árabes, musulmanes, rusos, albanos y exyugoslavos, entre otros, fortalecieron mi espíritu. Ni una sola noche antes de irme a dormir he dejado de pensar en los seres queridos que dejé en Cuba y en los amigos injustamente encarcelados. Y pienso en sus madres, hijos, esposas, hermanos y demás familiares a quienes también el gobierno de Fidel Castro ha condenado, al mantener a los presos políticos en cárceles infernales situadas a cientos de kilómetros de sus residencias.

El 12 de enero de 2004 fui citada a una entrevista en la Oficina Federal de Refugiados, en Berna. Duró desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. En varias ocasiones el llanto me impedía hablar. Tener que narrar lo vivido fue demasiado fuerte para mí y ese cúmulo de vivencias, sobre todo las del último año, por la represión desatada el 18 de marzo de 2003 no contribuyeron a una entrevista mejor.

Salí de la OFF molesta conmigo misma, por no haber podido controlar mis lágrimas en una cita tan importante. Ocho días después llegaría una carta notificándonos que a mi hija, mi nieta y a mí nos habían otorgado la condición de refugiadas políticas, status que solamente recibe el uno por ciento o menos de quienes lo solicitan a las autoridades suizas.

Normal hubiera sido que volviera a llorar, ahora de alegría. Pero en vez de dar rienda suelta a mis sentimientos, opté por guardar el pañuelo y contenerme. Y dejar para otra oportunidad el libre flujo de mis emociones.

Tania Quintero

* Texto escrito en febrero de 2004, a petición del periodista David Coulin. Salió publicado en la edición de junio de 2004 de la revista Wenderkreis. En la foto, realizada por Coulin cuando todavía hacía frío, estoy en la zona del Lago de los Cuatro Cantones, cercana al albergue de Ritahaus, en Lucerna, donde mi hija, mi nieta y yo permanecimos un mes.

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