Google
 

miércoles, 3 de julio de 2013

Polvos, cenizas y diamantes de la educación en Cuba


Leí hace poco una estadística sobre la disminución del presupuesto cubano dedicado a la educación. Decía que los fondos dispuestos para 2005 habían sido de 525 millones de pesos, y en el 2010, tan sólo de 62 millones de pesos -menos de la octava parte de la cifra anterior. Lamentablemente no pude corroborar esas cifras, pues cuando consulté la página web de la Oficina Nacional de Estadísticas, la mayoría de las tablas que se exhibían en el apartado de educación estaban relacionadas con matrículas, estudiantes, becarios...

En ninguna parte se leían etiquetas que incluyeran palabras como fondos públicos, presupuestos, inversiones. No es una sorpresa para nadie, ya que el silencio estadístico en Cuba alcanza dimensiones siderales cuando se tratan de ocultar los problemas de la sociedad civil. Un ejemplo sencillo, desde hace algunos años el tema de la droga dejó de ser un tabú en los medios de comunicación, pero todavía no se declara el índice de afectados por esa adicción.

Esta caída en el presupuesto educativo podría tal vez explicar el hecho de que la Facultad de Física de la Universidad de la Habana esté cerrada desde el año 2006, y parezca hoy un edificio fantasma, con hierbas que crecen entre las grietas del mármol y en las paredes, ventanas rotas o ausentes, y una cerca perimetral a través de la cual no se observa a nadie en el interior del inmueble, inaugurado en 1927 como sede de la Escuela de Ingenieros y Arquitectos. O por qué la Cátedra Humboldt, una academia de enseñanza de la lengua germana, adyacente a los muros de la Colina Universitaria, se esté cayendo a pedazos hace más de una década.

Aurelio, un profesor del primer Contingente Pedagógico, con más de cuarenta años de experiencia, cree que parte de esos recortes provengan del uso extensivo de alumnos ayudantes, adiestrados y profesores por contrata, los cuales hacen trabajos equivalentes al de los profesores con plaza fija, pero reciben un salario mucho menor, o incluso un estipendio. Rodolfo, un joven ex-profesor de la Universidad habanera, opina que ser profesor universitario ya no es una buena opción, debido al excesivo trabajo burocrático (a menudo sazonado con ideología política) y la corta paga. Y Alfredo, quien ha dado clases en las Sedes Universitarias Municipales, argumenta que una las razones principales del desprestigio que han adquirido los profesores en la sociedad cubana se debe al empobrecimiento de su estatus económico. Además, si algún adarme de prestigio le quedaba al magisterio cubano, fue empujado al barranco con las graduaciones de los llamados “maestros emergentes”, salidos en el fragor de la Batalla de Ideas ideada por Fidel Castro.

Uno de los mayores temores que guardo sobre el futuro en Cuba es el de la posible privatización masiva de la educación y la salud pública, al estilo chino. Pero si las fuentes de la economía cubana muestran signos de mengua progresiva, ¿de dónde van a salir los fondos necesarios para sufragar los sectores “improductivos” –aunque indispensables– de la sociedad? De todas formas, no hay que tener prejuicios ni miedo cerval. Las escuelas privadas ya existen en Cuba, y se llaman popularmente como Escuelas española, francesa, rusa, italiana, e internacional (o inglesa), y originalmente estaban destinadas a los hijos de los diplomáticos acreditados en La Habana, aunque hoy pueden acceder algunos cubanos descendientes de funcionarios gubernamentales con origen en esas nacionalidades. La igualdad nunca fue completa, porque incluso en la época dorada del igualitarimo (años 70 y 80s) existían las escuelas vocacionales de ciencias exactas, que reunían a los adolescentes y jóvenes más talentosos de una provincia, con el fin de prepararlos como la futura vanguardia científica del país, destinada a desarrollar su potencial tecnológico.

Sin embargo, creo en un futuro de pluralidad educativa. El peligro mayor no está en que existan escuelas privadas, con colegios para los niños ricos e internados para los niños pobres, sino en que todas las escuelas sean pobres, o que los más pobres no tengan ninguna escuela. En la sociedad civil cubana se están dando muestras de desconfianza hacia la calidad de la educación pública. Un caso simple se ve cuando un padre no matricula a su hijo en la escuela de barrio que le corresponde, porque es “problemática”, y lo inscribe en otra del Vedado. Pero hay tendencias mucho más palpables y generalizadas.

En el ámbito de la educación pública, así como en la salud, va arraigando cada vez más la costumbre de hacerles “regalos” a los maestros y a los médicos: en parte por solidaridad con sus magros salarios, en parte por un “cariñoso” soborno –más explícito en la función de los maestros, para que aprueben a los alumnos negligentes; más implícito en el caso de los médicos, para que se tomen un “interés especial” en el paciente.

Otra de las costumbres que se ha extendido entre los padres es la de contratar a profesores particulares para que repasen a sus hijos, generalmente con vistas a las pruebas de ingreso al preuniversitario o la universidad. Y muchas veces esos profesores no son viejitos retirados, sino los mismos profesores que dan clases diurnas en las aulas del Estado, y que luego deben aumentar sus ingresos personales enseñando a discípulos privados, o a extranjeros. Usualmente, los precios de cada clase oscilan entre los 20 pesos moneda nacional, y los 2 pesos convertibles, dependiendo del número de estudiantes, pues si un alumno convoca a otros, puede haber una rebaja per cápita.

Estos ejemplos ilustran cómo la sociedad civil se está moviendo ligeramente hacia una ligera y desarticulada privatización de esos servicios básicos. El Estado cubano, principal responsable de la actualización de los programas de estudio, no les ha hecho cambios significativos desde los albores del Período Especial, y, sobre todo los de la enseñanza media, están obsoletos.

Por ejemplo, de los libros de texto de Décimo Grado, el más “actualizado” es del año 1996, aunque la mayoría han sido revisados y corregidos a comienzos del presente siglo. La enseñanza de la Historia Universal no recoge los sucesos posteriores a la caída del Muro de Berlín, y no existe un Atlas escolar actualizado donde se muestren los países que emergieron tras la desintegración del campo socialista, por no mencionar a Sudán del Sur. Estos “retrasos” informativos, unidos a la gastada “crisis de valores”, han incentivado la exploración y la recurrencia de otras fuentes de educación.

Muchos padres llevan a sus hijos a las iglesias cristianas, y algunas instituciones cuentan ya con un elevado prestigio académico y reconocimiento de la comunidad, como el Convento de San Juan de Letrán, ubicado en el Vedado habanero, que ofrece cursos de idiomas, computación y cultura general, muy populares entre los jóvenes.

En algún momento volverán las escuelas católicas, y puede que también se formen algunas con programas especiales, como las que profundicen en los temas de la racialidad y la descolonización. Si además de Grecia, Roma y Alemania, se diseñan programas que estudien la cultura y la historia de Nigeria, el Congo y Sudáfrica, y donde se incluyan más los relatos de la esclavitud –bebiendo por ejemplo de los estudios antropológicos y de la obra de José Antonio Saco– y se destaque más la visión de los vencidos; quedaría a la entera responsabilidad de los padres. Y tal vez haya quienes quieran rescatar las famosas Escuelas Normales, y las de Artes y Oficios.

Creo además que la enseñanza debe ser más autóctona, y orientarse hacia el reconocimiento de los horizontes nacionales. Es probable que un joven cubano pueda identificar más de cien marcas comerciales, entre comida, ropa, zapatos, automóviles, computadoras y teléfonos celulares, y sin embargo no sea capaz de distinguir una cifra aproximada de flores, pájaros y árboles, aunque no sean cubanos. Recuerdo cuando era niño, haber tenido un álbum de postales sobre la historia de Cuba, en el cual uno recortaba las imágenes numeradas del final y las iba pegando en un recuadro que tenía al pie la información sucinta del hecho histórico.

Allí supe por primera vez, asociados a una imagen alusiva, del primer bojeo a la Isla, de la matanza de Caonao, de las insurrecciones lideradas por Hatuey y Guamá, y de las sublevaciones de vegueros en el siglo XVIII. Una idea similar podría hacerse, eligiendo cincuenta flores típicas, cincuenta aves y cincuenta árboles, que podrían distinguirse por su valor de frecuencia o de rareza, y por sus valores estéticos, simbólicos, literarios, endémicos, religiosos, y medicinales.

En cuanto a la educación musical, creo que en vez de enseñarles a los niños (¡todavía!) canciones dedicadas a Fidel Castro y al Che Guevara, debieran instruirlos –en la medida de sus capacidades– para diferenciar un son de un danzón, y un danzonete, una rumba de un guaguancó, y la guaracha, el mambo, el chachachá, el montuno y el changüí.

A la educación cubana le urge su despolitización. Hay que enseñar la Historia de Cuba, pero que cada escuela elija los ingredientes que más le gusten, sin caer en maniqueísmos, silencios y vacíos dudosos, idolatrías y fatalismos.

Creo en la autonomía universitaria, y en que debe estar explícitamente amparada en la Constitución de la República, pues la Academia debe ser el símbolo y la quintaesencia de la libertad de expresión universal. La Universidad debe ser la Tierra Santa de la sociedad civil cubana, su templo mayor. Debe tener autonomía ideológica, para que en ella coexistan y dialoguen cátedras marxistas, liberales, estructuralistas, de religiones, feministas y postcoloniales. Y debe tener autonomía económica y administrativa, para que no dependa en exceso de las políticas de recortes de los gobiernos, los cuales debieran comprometerse a financiar un por ciento mayoritario de sus gastos.

Las universidades debieran explotar más su patrimonio cultural, arquitectónico, histórico, docente y científico, a través de la promoción de sus museos, el alquiler de sus aulas y salas de conferencia, el intercambio académico de alumnos, y las lecciones y cursos de los profesores eminentes, los cuales podrían donarle a la institución una modesta parte de los ingresos que recauden de sus presentaciones en Universidades privadas.

Es inútil que se quieran desbordar las matrículas universitarias, en pos de la utopía de alzar los niveles de la cultura nacional, o para suplir el éxodo masivo de graduados, y menos aun que se les quiera atar a sus deberes con el uso de amenazas y controles. Aunque no existen estadísticas públicas sobre la emigración de graduados universitarios, yo me aventuraría a declarar que al menos uno de cada cinco egresados abandona definitivamente el país antes de haber cumplido cinco años de servicio laboral.

Aunque las cifras más reales deben oscilar entre el 15 y el 40 por ciento de los graduados universitarios, si se cuenta un período de diez años posterior a su titulación. No son pocos los licenciados a los que se les ha escuchado decir que, de su aula (con más de 20 alumnos) solamente quedan tres personas, o simplemente él.

Garantizar empleos verdaderamente dignos, con salarios más reales y valiosos, que eleven el prestigio del intelectual y el papel del conocimiento profesional en la sociedad, serán las únicas vías de revertir esta fuga que nos priva de las mejores gemas de nuestro tesoro ilustrado. Diversidad, respeto, diálogo, tolerancia, libertad y civismo, deben ser las premisas de nuestra educación futura, cuyas semillas debemos cultivar hoy.

Texto y foto: David Canela Piña
Cubanet, 29 de junio de 2012
Leer también: Escuelas Municipales de La Habana antes de 1959, 1ra. parte; 2da. parte y 3ra. parte y final. Tomado del blog Desarraigos provocados.

1 comentario:

  1. lEA ESTO Y VEA QUIEN ES YOANI http://cambiosencuba.blogspot.com/2013/07/yoani-sanchez-para-no-embarrarse-con.html

    ResponderEliminar