miércoles, 19 de junio de 2013

El "período especial" fue del carajo (VIII)



Cuando el gobierno implanta el racionamiento, el 26 de marzo de 1962, crea dos libretas: la de productos alimenticios y la de productos industriales. La primera enseguida fue identificada como “la libreta de la comida”, y la segunda “la de la ropa”.

La libreta “de la ropa” permitía adquirir todo lo que no fuera alimentos, desde ropa y calzado, hasta hilos, bombillos y juguetes. No recuerdo ahora, pero a una mujer, por ejemplo, le tocaban dos o tres “vueltas” de blumers al año (cada “vuelta” podía ser de un blumer o de dos, según) e igual número de “vueltas” de ajustadores.

Con los zapatos eran menos espléndidos y a veces te ponían en la disyuntiva: si comprabas un par apropiado para salir, podías quedarte sin un par para ir a trabajar. A los niños solían darles un par “adicional”, para uso escolar y solo tenías dos opciones: de cordones, de corte bajo, o las llamadas botas rusas o cañeras, similares a las que usaban los militares y los cortadores de caña. Por ser más duraderas, las madres las preferían para sus hijos cuando ya tenían el pie más grande. Los niños -y también los adultos- que requerían zapatos ortopédicos perdían el derecho a comprarse un par de zapatos normales.

Los uniformes escolares se vendían -y todavía se venden- bajo un estricto control y, además, no le puedes comprar uno todos los años. Cuando nos fuimos, en noviembre de 2003, mi nieta estaba en 4to. grado y la madre le había acabado de comprar un uniforme para comenzar el curso, en septiembre, y ya no tenía más derecho. O sea que tenía que hacer 4to, 5to. y 6to. grado con ese solo uniforme, una niña como que con los 13 años que tiene ahora mide 1,73. Entonces en torno a los uniformes escolares hay un gran negocio, los que trabajan en los talleres se los roban y los revenden, de modo que un uniforme que el Estado te vende en 5 pesos, por 5 dólares (125 pesos) lo consigues “por fuera”.

Durante unos años por la libreta de productos industriales se distribuyeron juguetes, a razón de tres por niño, de 0 a 12 años: uno básico (de mayor tamaño, calidad y precio) y dos adicionales (jugueticos pequeños y baratos). Pero con la llegada del “período especial” esto se esfumó y ahora sólo se pueden comprar juguetes por dólares.

Los cakes para cumpleaños se daban por la libreta de productos alimenticios, a razón de uno hasta los 10 años. Eran malísimos y costaban 10 pesos. El cumpleañero tenía “derecho” también a un pomo de esencia de refresco (para ligar con agua y azúcar); un paquete de “pastillitas” (caramelos) y 25 panes, que las familias pican a la mitad o en cuatro partes, untan un poquito de “pastica” y lo reparten como “bocaditos”. Los que tienen un poco más de recursos, hacen croqueticas de “averigua” y una ensalada de coditos con mayonesa hecha en casa, con cebollinos y “perritos” (salchichas) picoteaditos.

En el mercado negro o subterráneo, en 2003 se podía comprar de todo: desde el último bestseller mundial o la última película producida en Hollywood hasta ropa, calzado y perfumes de marca, muebles, piezas para autos, computadoras, teléfonos celulares, botellas de aceite, piernas de jamón o puerco, sacos de papas, carne de res, CDs “quemados” (que es como se llama en Cuba a los discos pirateados o top mantas), instrumentos musicales, una bóveda en el cementerio, bicicletas, motos, autos, lanchas, tabacos Cohiba legítimos o falsificados, cuadros verdaderos o falsos, revistas del corazón, ediciones no tan recientes de El País o El Nuevo Herald, Viagra, toda clase de medicamentos y bebidas alcohólicas, tintes para el pelo, gafas, aceite de oliva, cajas de bombones, café y cigarros de importación. Absolutamente de todo. Siempre y cuando se tuvieran suficientes dólares o pesos para pagar lo que pidieran.

Las mujeres siempre han sido y siguen siendo, las más afectadas en todos los conflictos, trátese de guerras, catástrofes naturales o crisis económicas. Y junto con ellas, los niños, ancianos y enfermos.

Es una contradicción, pero las grandes víctimas de la revolución de Fidel Castro han sido las mujeres. Y, contradictoriamente, ha logrado mantenerse tantos años en el poder gracias a las mujeres.

¿Por qué? Precisamente por ser las más sufridas, debieron haber sido las que más pronto hubieran salido a las calles a protestar, sonando cazuelas o no. Por ello lo que están haciendo las Damas de Blanco tiene tanto valor. Ellas, es cierto, protestan por la libertad de sus esposos y familiares, pero en su protesta va implícita su oposición al régimen.

Desde el primer momento, Fidel Castro todo lo calculó (prohibió las huelgas, eliminó el Habeas Corpus en la jurisprudencia cubana, cerró todos los periódicos y revistas y de un tajo acabó con la libertad de expresión y reunión), y también previó mantener bajo control a las mujeres y en 1960 creó la Federación de Mujeres Cubanas.

En una serie sobre la mujer negra cubana, publicada en la web de la Sociedad Interamericana de Prensa en septiembre de 2003, escribí:

“La propia Federación de Mujeres Cubanas (FMC) es una organización estatal anquilosada. Aunque sus funcionarias participan en eventos internacionales y sus declaraciones se avienen con los últimos enfoques de género, en la ‘concreta’ los discursos no ‘cuadran’ con el día a día de las cubanas. Un diario vivir bastante precario y alejado de las tendencias modernas acerca de la mujer. La compleja gama de problemas que su condición representa en Cuba es materia pendiente. Desde su fundación, el 23 de agosto de 1960, la FMC ha estado presidida por Vilma Espín, blanca ingeniera de profesión y con un currículum guerrillero. Madre de cuatro hijos y esposa del número dos de la revolución, Raúl Castro, la señora Espín, con el mayor de los respetos, es arquetipo de inmovilismo. Al parecer, nada dentro del movimiento femenino cubano -con una historia muy anterior al triunfo de los barbudos- se modificará hasta que cese su mandato. O hasta que el actual estado de cosas cambie”.

En ese mismo trabajo digo: “Desde hace más de cuatro décadas una serie de problemas fueron clasificados como tabú en Cuba: el racionamiento alimentario decretado en 1962; el alto índice de abortos, divorcios y suicidios; la vida familiar de los dirigentes y el tópico negro, entre otros. Han estado engavetados o mantenidos en secreto, hasta que su volumen fue alarmante, la prostitución, el alocholismo, la drogadicción y la malnutrición, que ha incidido directamente en el bajo crecimiento de niños y adolescentes así como el retraso mental y anomalías congénitas relacionadas con causas que van desde incorrectos hábitos nutricionales hasta pésimas condiciones ambientales”.

El aporte de las abuelas ha sido igual o mayor que el de las madres, porque en Cuba las abuelas se asemejan bastante a las jefas de tribus matriarcales. Y como aquéllas, en éstas descansan todavía demasiados problemas: cuidar a los nietos, alimentar a la familia y hasta salir a la calle a vender maní o periódicos, para tratar de llevar unos quilos a la depauperada economía familiar.

El apoyo no sólo se vio entre abuelas, madres, hijas y nietas sino en general entre todas las mujeres, en particular en las más abiertas y comprensivas, y menos en las más egoístas y cerradas.

Como toda crisis económica y moral, el “período especial” no fue una excepción y obligó a mostrar a las cubanas, tradicionalmente generosas y hospitalarias, una cara ingrata: tener que disimular o esconder alimentos o el café -en Cuba, toda la vida, a las visitas se les ofrece café y durante el “período especial” no se podía ofrecer, so pena de quedarse uno sin el buchito para tomar al otro día.

Otras veces llegaba una visita y si uno estaba preparando el almuerzo (los cubanos suelen almorzar entre las 12 y la 1 del día) o la comida (lo que los españoles llaman cena, en Cuba se acostumbra comer entre las 6 de la tarde y las 8 de la noche) había que esperar a que se fuera, porque tenía lo justo y no alcanzaba para invitarlo.

Recuerdo que una vez me fuí con una vasija a hacer cola para comprar arroz con sardinas, en uno de esos comedores que cocinaban para llevar a casa y sólo daban dos raciones por persona. Cuando llegué, le serví a Iván y me disponía a comer mi ración (que para nada me apetecía, pero no había otra cosa), cuando llegó el hijo de una amiga nuestra, quien siempre que iba a su casa no me dejaba ir sin invitarme a comer algo, y le dije:

“Llegaste a tiempo, no sé si te gusta el arroz con sardinas, pero es lo único que tenemos”. Él, que como casi todos en aquellos días, estaba muerto de hambre. Y se lo comió como si se tratara de una paella valenciana.

Tania Quintero

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