Como ya expliqué, estaba más o menos al tanto de lo que se nos venía encima tras la llegada al poder de Mijail Gorbachov, la perestroika y la glásnost, fenómenos muy seguidos por mucha gente en la isla, pero vistos con antipatía y temor por la jerarquía más conservadora dentro del régimen cubano.
No fue casual que en 1986-87, cuando pasé a formar parte del equipo a cargo del programa Puntos de Vista, espacio televisivo de opiniones callejeras trasmitido en horario estelar una vez por semana, le planteara a mi jefe en la Redacción de Programas Especiales de los Servicios Informativos de la Televisión Cubana, la realización de una serie de seis programas centrados en la nutrición.
Mi jefe no estaba muy convencido de la temática, pero le gustó la idea. Como asesor busqué a José Ramón López, ingeniero electrónico, cincuentón, flaco y desencajado, que llevaba más de veinte años estudiando todo lo relacionado con el organismo humano, la nutrición y su impacto en la salud. López había trabajado en el INDER y fue allí donde creó el Club de Corredores Andarín Carvajal, en honor a un célebre corredor cubano del siglo XX.
Además de correr a diario y de estar siempre al tanto del próximo maratón para participar con sus “andarines”, López trataba de que su familia y sus amigos comieran lo más sano posible. Una verdadera hazaña en una nación con cuotas miserables de alimentos adquiridos a través de una libreta de racionamiento vigente desde marzo de 1962, con una población cada vez con peores hábitos alimentarios, por causa de un proceso revolucionario incapaz de suministrar los alimentos necesarios para una saludable nutrición.
¿Cómo conozco a López? Por un amigo que había asistido a Salud para Todos, congreso cada dos años celebrado entonces en Cuba. Ese amigo había quedado gratamente impresionado con la intervención hecha por el atípico ingeniero. Conseguí el video con su intervención y dije: “Ésta es la persona que necesito para asesorarme en mis programas”.
Después de varias y largas conversaciones en su destartalado taller, a dos cuadras de su domicilio, López y yo planificamos los seis programas. Sólo pudimos hacer tres: Vivir para comer, Comer para vivir y Algo más que comer.
Fue arriesgado por parte de López y mía, cuestionar públicamente temas tabúes jamás debatidos por la prensa oficial, como el exceso de carbohidratos y azúcares consumidos por los cubanos, quienes a su dieta diaria habían incorporado una gran cantidad de pan con croquetas, pizzas, espaguetis, dulces, refrescos y helados.
Recuerdo que en uno de los programas queríamos que una especialista del Instituto Nacional de Alimentación, Higiene y Epidemiología dijera lo dañino de la gran cantidad de mantequilla que le echaban al helado Coppelia, para hacerlo más cremoso. Pero ella se negó: ¿criticar una de las más preciadas creaciones de “papá Fidel”?
Lo narrado ocurrió casi cuatro años antes de la declaración del “periodo especial en tiempos de paz”, cuando los cubanos ni soñaban que estaba próximo el día en que apenas nada tendríamos para comer. Fue cuando los gatos comenzaron a desaparecer, se desayunaba con “sopa de gallo” (agua con azúcar prieta) y el fongo o plátano burro se convirtió en plato nacional.
Si tabú era el tema de la alimentación, más vedado era hablar de carnes. Pero López y yo, que no padecíamos de “autocensuritis”, decidimos preguntar también a la gente en la calle cuáles carnes consideraban más saludables, si las rojas o blancas. Por supuesto, todos decían que las rojas, sólo una mujer, en un supermercado situado en San Lázaro y Marina, respondió las blancas: ella había leído que un personaje famoso en los Estados Unidos, diagnosticado de cáncer, había dejado de comer carne vacuna y si alguna vez ingería carne, era de pollo o pescado.
Otra gran desinformación que nos encontramos en esos tres programas, grabados en distintos barrios habaneros y en municipios agrícolas en las afueras, es que la gente llamaba “fibra” a las carnes, sobre todo a la de res. Si hubiéramos llegado a hacer un cuarto programa, hubiéramos podido profundizar sobre los alimentos integrales, que tímidamente habían comenzado a venderse en la capital.
A pesar de intuir que padeceríamos aún más carestías, para mí, López y 10 millones de cubanos, el “período especial” fue un verdadero batacazo en el mismo medio de la cabeza y en nuestro cuerpo todo. En mi album conservo una foto, hecha en 1995 por mi amiga Mariana Badell, del día que me pasé con mi nieta Yania en su casa, en Miramar. Tengo cargada a Yania, entonces con un año, y las dos parecemos acabadas de salir de un campo de refugiados en Darfour.
Tania Quintero
Foto: Tomada de El Período especial as Special Period
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