Por Eugenio Yáñez
Tema no apto para “intelectuales” de izquierda, “antimperialistas”, resentidos, marionetas, inútiles, y quienes sinceramente piensan que el futuro conduce al socialismo y que “el Imperio” vive retrocediendo de crisis en crisis.
Se cumplen 236 años de la Declaración de Independencia de Estados Unidos de América. Documento que NUNCA, EN NINGÚN LUGAR, ha sido superado. Que no creó una nación perfecta, pero abrió las puertas hacia el mejor de los mundos posibles.
Nación que -bochornosamente- vio la luz aceptando como natural la esclavitud y negando el derecho a escoger a sus gobernantes -la base de sus fundamentos- a negros y mujeres, y logró su expansión territorial masacrando a sus indígenas, pero que fue capaz de crear mecanismos para superar sus propias insuficiencias y limitaciones, sin “perfeccionamientos”, “actualizaciones” ni “revoluciones”, y sin tener que renunciar, en ninguna circunstancia, a sus bases seminales: la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Nación gobernada por una persona electa que se convierte en la más poderosa del mundo, pero que tiene que someter sus decisiones fundamentales a un poder legislativo libérrimamente electo y la interpretación de un poder judicial independiente, y, en última instancia, a nueve respetables jueces en la Corte Suprema, que deciden, sin aceptar presiones de nadie, si las leyes y acciones responden a lo que se entiende como Estado de Derecho, o si son o no son constitucionales y, por lo tanto, derogadas o no.
Corte Suprema que, cuando decide, ¡ay! no importa si afecta a quien tenga autoridad sobre miles de municiones nucleares o miles de millones de dólares, o favorece a una sencilla “negrita” que no ve razón para sentarse en el asiento trasero de un ómnibus vacío o cedérselo a un blanco soberbio para quien la cortesía natural hacia una mujer importa menos que un color de piel que él mismo porta sin haber hecho nada.
¿País perfecto? ¡Claro que no! ¿País que se supera continuamente? ¡Claro que sí! Aunque a veces demore un siglo o más arreglar lo que nunca debió haber comenzado tan mal, o nunca debió haber existido. ¿Cómo? Aboliendo la esclavitud con una desgarradora guerra civil de 600.000 muertes y 400.000 heridos; asegurando el futuro de sus ciudadanos con un sistema de seguridad social “impuesto” por un líder carismático y poliomielítico; participando en dos guerras mundiales que no fue a buscar, pero se pelearon y ganaron; garantizando atención médica a sus ciudadanos en la vejez gracias a un consenso “imposible” de lograr; enviando la Guardia Nacional a centros de estudio para garantizar que cada ser humano tenga acceso a los estudios, independientemente de su color o de sus ideas; asegurando no que todos vivan igual, sino que todos tengan las mismas oportunidades.
Nación que no temió a monarquías ni dictadores, ni a nazis, fascistas, comunistas o terroristas; que en 236 años de historia NUNCA ha dejado de celebrar elecciones abiertas, limpias y justas; que en más de dos siglos le han bastado algunas Enmiendas a su Constitución para “perfeccionar” su sistema; que lanza dos bombas nucleares contra un enemigo que le atacó a traición, y después le ayuda a reconstruirse; que alaba y premia la innovación y la prosperidad, y no persigue el “enriquecimiento”; que no permite que su presidente gobierne más de ocho años; que estimula el disenso y las opiniones diferentes; que enfrenta a sus votantes en los procesos electorales y se une monolíticamente cuando se pretende amenazar su seguridad nacional; que se enorgullece de recibir -legalmente- exiliados e inmigrantes de todo el mundo y mezclarlos en un inmenso crisol para crear “hombres nuevos” que día a día hacen al país más libre y, por ser más libre, más fuerte, más poderoso y más rico. ¡La nación más revolucionaria del mundo!
¿Cuántos “antimperialistas” han leído esas 1.325 palabras, esa Declaración de Independencia? ¡Resentidos del mundo, uníos; atacad siempre a Estados Unidos! No resolverán nada con eso, pero al menos se entretienen.
¿Nada que criticar a Estados Unidos en este aniversario? ¡Claro que sí! ¿Por qué creer que existían “verdades evidentes” sobre la igualdad y la libertad de los seres humanos, pero “for white only”? ¿Por qué apoyar “hijos de puta” en todo el mundo, simplemente porque fueran “nuestros hijos de puta”? ¿Por qué no garantizar cobertura de salud pública a cada persona en este país, y no solamente en emergencias? ¿Por qué tener más premios Nobel que ningún otro país, y estudiantes que cada vez se retrasan más en ciencias y humanidades? ¿Por qué preocuparse más de ballenas o caribúes en peligro de extinción que de las enfermedades y la miseria en el mundo, de seres humanos en peligro de extinción? Y específicamente con relación a los cubanos y el último medio siglo, ¿por qué preocuparse más por la “estabilidad” en Cuba y Florida que por las libertades y los derechos de los pueblos?
Como personas libres no tenemos nada que esconder. La lista de lo criticable a Estados Unidos no es secreta. La verdadera y sincera. No interesan las críticas de Granma o las que repiten los papagayos “antimperialistas”, sino las que de verdad agradece esta gran nación que se le hagan, para ser mejor cada vez.
Entonces, ¿por qué tanto orgullo por esta celebración? Porque podemos criticar y analizar todo lo que queramos sobre esta nación, sus decisiones, sus gobernantes -desde el presidente al comisionado municipal-, sus políticas y sus acuerdos, que mientras se haga sin violar las leyes lo podemos hacer donde queramos, como queramos, cuando queramos, y por los medios que queramos, sin temor a ser reprimidos por expresar abierta y libremente nuestras opiniones.
En otras palabras, porque somos verdaderamente libres en un país verdaderamente libre. ¿Le parece poco a algunos? Piensen si todos los cubanos, o todos los seres humanos, pueden decir lo mismo en los países en que viven.
Cubaencuentro, 4 de julio de 2012.
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