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sábado, 12 de mayo de 2012

Antonio Arcaño, el monarca del danzón (I)


Por Carlos Espinosa Domínguez

Durante 2011 fueron ampliamente festejados los cien años del nacimiento de dos relevantes figuras de nuestra música, Arsenio Rodríguez y Bola de Nieve. Dos días antes de que este año se despida, corresponde celebrar otro centenario que igualmente merece ser recordado. Me refiero al de Antonio Arcaño (La Habana, 29 de diciembre 1911-18 de junio 1994). Seguramente, para las nuevas generaciones su nombre es una vaga referencia y, en la mayoría de los casos, ni siquiera eso. Sus padres y abuelos, en cambio, lo han de identificar como el sobresaliente flautista que dirigió una popular orquesta, al frente de la cual se ganó el apelativo de El Monarca del Danzón.

Antonio Arcaño confirma el viejo refrán de que hijo de gato caza ratón. Provenía de una familia de músicos, y eso explica que ya desde niño demostró que iba a seguir esos mismos pasos. Había nacido en el barrio habanero de Atarés, pero su niñez y su adolescencia transcurrieron en Regla y Guanabacoa, dos poblaciones de añeja tradición musical. Inició estudios de solfeo y teoría con Armando Romeu Marrero, quien había formado en el ayuntamiento de Regla una pequeña banda con un grupo de adolescentes. Allí aprendió a tocar el clarinete y el cornetín. Un primo suyo, José Antonio Díaz Betancourt, lo guió en el aprendizaje de la flauta. Fue ese el instrumento por el cual Arcaño después se decantó, y por el virtuosismo con que lo ejecutaba fue considerado uno de los cuatro mejores flautistas del danzón en Cuba.

Sus padres lo matricularon en las Escuelas Pías de Guanabacoa, pero por razones económicas tuvo que abandonar los estudios. Empezó así a tocar en fiestas. Su primera actuación pública fue en 1927, en La Bombilla, en la playa de Marianao, un lugar a donde acudían dependientes de comercio y carboneros españoles a bailar pasodobles, jotas y otras expresiones musicales de su país. A partir de entonces, Arcaño empezó a estudiar técnicamente la flauta, al tiempo que acumulaba experiencia tocando en agrupaciones como las de Armando Valdespí, Tomás Corman Vidal y la Orquesta Gris, de Armando Valdés Torres. En 1934 participó en el estreno del conocido danzón Masacre, compuesto por Silvio Contreras Hernández.

A fines de 1935, el cantante y guitarrista Fernando Collazo fundó la orquesta Maravilla del Siglo y nombró a Arcaño director musical. Formaban parte de ella Virgilio Diego (violín), Jesús López (piano), Oscar Pelegrín (güiro), Ulpiano Díaz (timbales), Elizardo Arocha (violín segundo) e Israel López Cachao (contrabajo). Casi todos los danzones que estrenaron llevaban la firma de Orestes López, quien indistintamente ejecutaba el bajo, el cello y el piano. Collado, sin embargo, no poseía carisma para estar al frente de la agrupación y pronto la dejó para proseguir su trayectoria como intérprete.

Prácticamente esos mismos músicos pasaron a integrar La Maravilla de Arcaño, creada por este en 1937. Mantuvo ese nombre hasta 1941, cuando pasó a llamarse Arcaño y sus Maravillas. En esos primeros años los cantantes fueron Miguelito Cuní, René Márquez, Miguelito García, René Álvarez, Gerardo Pedroso y Rafael Ortiz (Mañungo). En cuanto al repertorio, incluía danzones de Silvio Contreras, Luis Carrillo, Ricardo Reverón, Juan Quevedo y Armando Valdés Torres. El tema musical con que la orquesta iniciaba sus presentaciones era la habanera La paloma, compuesta por el español Sebastián Yradier en 1860, tras una visita a Cuba.

En este repaso, es de rigor dedicar unas líneas a la fama que Arcaño alcanzó como flautista. Quienes tuvieron la suerte de escucharlo, aseguran que interpretaba ese instrumento como pocos en esa época. Conviene decir además que usaba una flauta de cinco llaves hecha de madera, y que hace años dejaron de fabricarse. Aventaja a las metálicas en la calidad del sonido, pero las posibilidades para su ejecución son más limitadas. A pesar de ello, Arcaño poseía la virtud de lograr que sonase afinada. La flauta, lo declaró en varias ocasiones, era para él su vida.

En una entrevista que le hizo la compositora Marta Valdés, comentó: “Yo era un autocrítico redomado, siempre pensaba que nunca tocaba bien, y eso me llevó a estudiar tanto, a perfeccionarme tanto”. El disfrute que sentía al ejecutarlo llevó a Orestes López a escribirle dos danzones, Chifla, Arcaño y El que más goza. Acerca del segundo, Arcaño comentó: “Me lo dedicó a mi porque yo me divertía mucho cuando tocaba la flauta. Yo verdaderamente disfrutaba mi instrumento. Me sentía mal y me ponía a tocar, y se me olvidaba que no me sentía bien”. El sonido suave de su flauta dominó en la música de la orquesta hasta 1947, cuando una afección en los labios puso fin a su trayectoria como instrumentista.

En marzo de 1943 comenzó a salir al aire la emisora radial 1010, que estaba en la calle Reina. En la inauguración actuó Arcaño y sus Maravillas, que a partir de entonces a pasó a contar con un espacio regular a las siete de la noche. El propio Arcaño reconoció que las facilidades y la libertad que allí les daban, contribuyeron mucho al desarrollo de la orquesta. Le dio además una mayor popularidad, pues su espacio era uno de los más escuchados. Lo patrocinaban la pasta dental Gravi y el jabón Dermos. La frase “Pita, Arcaño. Dale Dermos”, con la que el locutor Ruiz del Viso presentaba a la agrupación, llegó a ser muy familiar entre los oyentes.

Para esas presentaciones en la 1010, la agrupación adoptó el nombre de Orquesta Radiofónica de Antonio Arcaño. El tema de presentación dejó de ser La paloma, que fue remplazado por el danzón de Antonio Sánchez Reyes Arcaño y sus Maravillas. Asimismo Arcaño amplió el formato tradicional de las charangas y elevó la nómina de músicos, que llegaron a ser 17 (eso lo aplicó sobre todo a las cuerdas: llegó a utilizar 8 violines y 2 cellos).

De esa amplia radioaudiencia que llegó a tener la orquesta formó parte precisamente Marta Valdés, quien se ha referido a ello en su libro Donde vive la música. Allí recuerda que Ñica, una joven que ayudaba a su madre en los trajines domésticos, se las arreglaba siempre para sintonizar el radio en la emisora 1010, a la hora del programa de la orquesta de Arcaño. Cuenta Valdés que aunque no se explica bien cómo, durante años en su casa se escuchaba diariamente aquel espacio. Y apunta: “Arcaño fue, a mis siete u ocho años de edad, un elemento condicionador que preparó el terreno para que, años después, las sonoridades del feeling me parecieran lo más natural del mundo, en momentos en que ya tenía acceso al botón de sintonía del radio, y buscaba en el dial a Pepe Reyes, a Frank Emilio, a Reynaldo Enríquez”.

En la década de los 40, en uno de los bailes amenizados por la orquesta en los Jardines de la Cotorra, surgió el lema que a partir de entonces la identificó: “Un as en cada instrumento y una maravilla en su conjunto”. En efecto, en esa época en Cuba era poco común que una agrupación musical lograra un sonido cohesionado, al mismo tiempo que sus instrumentistas se destacaran individualmente por su virtuosismo. Arcaño sostenía la idea de que “la intuición, el oído absoluto y la creatividad juegan un papel importantísimo en la creación colectiva de una instrumentación”. Sobre este aspecto, la musicóloga María Teresa Linares ha comentado: “Esta creación colectiva, esta suerte de reunirse en un grupo de músicos geniales, en los que cada línea revestía particular importancia y la suma era un nuevo éxito, es lo que dio mayor impulso y relevancia aun género bailable cubano que desde 1879 venía siendo representativo de nuestra nacionalidad”.

Cubaencuentro, 23 de diciembre de 2011

Leer también:Antonio Arcaño Betancourt, por Senén Suárez.

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