Google
 

domingo, 22 de abril de 2012

Vamos al túnel, mi vida


Por Nicolás Águila

El Túnel de La Habana no es un túnel cualquiera. Es el túnel de La Habana y eso lo dice todo. Porque La Habana sigue siendo La Habana aunque ya no sea exactamente lo que se dice La Habana. O lo que se decía La Habana… Ay, San Cristóbal bendito.

La ciudad está apuntalada y se desmorona, y se cae a pedazos y se derrumba, y huele mal, y te escupen y te mean, y si te descuidas te tiran las inmundicias desde el balcón de un tercer piso. Eso si no te cae encima un desprendimiento de la baranda, una lasca del techo, un ladrillo, un pedrusco, un bilongo, una salación, un maraño… Y te matan y no te pagan los muy marañeros.

A La Habana solo le queda el casco histórico y la mala idea de una ciudad que perdió el encanto pero conserva la época, con su malecón expuesto a los elementos ambientales y un túnel de ida y vuelta que le traquetea. Y le quedan las mañas de una urbe marinera que sigue siendo habanera y puñetera aunque de otra manera. Una manera bisnera y jinetera, a oscuras y medio encuera, ocultando a la vez que mostrando la pelleja esa vieja ramera que reza y espera que del cielo le llueva su arroz a la chorrera. Y que Dios pronto lo quiera.

La Habana tiene un túnel, o tiene más de uno pero el que nos importa es ese, el que se llama túnel de La Habana y fue construido en tiempos de un dictador que no dictaba tanto como el que vino después. Lo inauguraron cuando yo tenía apenas seis años y empezaba a tararear los chachachás de moda, en una época en que Cuba reía y bailaba sin pensar en echarse a un turista, a un pepe, a un yuma, y La Habana sí que entonces era La Habana y para de contar. Era eso que en el mundo entero suspiraban como el colmo del placer: a night in Havana hasta que salga el sol.

Que no te vengan con cuentos, que cuando La Habana era La Habana los perros satos habaneros andaban por la calle sueltos y sin vacunar, no importa que los amarraran con longanizas o chorizos El Miño. Y el vacilón se cantaba y se bailaba, se bebía straight o a la roca, sentado, de pie o arrollando a paso de conga, sin esa bruma de duelo a orillas del Almendares, donde en tiempos de mi abuelo dos bolas eran tres pares.

El Túnel de La Habana es particular. Ha sido declarado una de las siete maravillas cubanas de la ingeniería civil, pero no me preguntes cuáles son las otras seis, que ni me las sé ni me importa aprendérmelas. Para mí que lo maravilloso del túnel fue que uniera a La Habana pedestre con el Este agreste. Y que para ir a las playas de Guanabo y Santa María del Mar ya no hubiera que dar una larga vuelta alrededor de la bahía.

Pasabas el túnel y ya, por derecho y por lo corto. El viaje se te abreviaba y podías ir a la playa en guagua, vamos al túnel mi vida, a vacilar el mar demagógico azul turquí; o podías coger un botero, que era entonces el nombre del taxi habanero, y atravesando la bahía por abajo, donde está el tasajo, vamos al túnel mi amor.

El túnel de La Habana es una de las siete maravillas cubanas, y eso parecería exagerado si no fuera por lo otro. Yo sí creo que tiene bien ganada su fama y estatus de maravilla ingenieril. La prueba de que es un túnel maravilloso está en que ha resistido más de medio siglo de destrucción total, sistemática, rencorosa, y todavía sigue ahí, funcionando y todo.

Con dos te miro y con tres me espanto, oh túnel testimonial de lo que fue La Habana, truco del almendruco o troque del almendrón, pero siempre indiferente al soplo de la brisa desde el Malecón hasta La Rampa zarazona. Déjame tocar madera, que con esa gente nunca hay nada seguro.

Cubanet, 13 de febrero de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario