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viernes, 10 de febrero de 2012

Por suerte, en Cuba no se acabó el querer


Por Luis Cino

El domingo 4 de diciembre estuve en la clínica veterinaria de Carlos III, en Centro Habana. Mi perra estaba muy mal y hubo que operarla de urgencia. Había varias decenas de personas con sus mascotas. Mientras hacíamos la cola, conversábamos y compartíamos nuestras preocupaciones por los animales. Cuando hay tanta gente que ama a los animales, cuesta aceptar el duro axioma de Juan Formell de que “nadie quiere a nadie, se acabó el querer”.

Por estos días, en pocos lugares de La Habana, que se ha vuelto un sitio tan egoísta y duro, uno halla tanta solidaridad como en esa clínica veterinaria. Y no sólo de los dueños de los pacientes, sino también de los médicos y demás empleados que allí trabajan.

Y hay que ver en qué condiciones trabajan. Los que conocen cómo están actualmente los hospitales cubanos, pueden imaginar perfectamente la situación. Pero hay una diferencia: en el hospital veterinario puede que haya las mismas carencias o más que en los de los humanos (medicinas, equipamiento, limpieza, etc), pero sobra amor, profesionalidad y respeto. Lamentablemente, no siempre se puede decir eso de los hospitales cubanos.

Estuve en la clínica más de seis horas. En ese tiempo, el veterinario de guardia, el doctor Alain, un mulato muy alto, miope, de unos 40 años, mientras escuchaba música céltica (Enya, The Corrs, The Cranberries), operó más de cuatro perros, además de atender, entre una operación y otra, a decenas de perros, de todas las edades y razas, con diversos padecimientos, casi todos graves. Siempre atento, amable, dispuesto a esclarecer cualquier duda. Durante todas esas horas, sólo dejó su trabajo unos minutos para engullir, de pie y con prisa, un dulce y un vaso de refresco.

Luego que terminó de operar a mi perra y de advertirme, poco optimista, de su gravedad, al despedirme, estreché fuerte su mano, con un respeto y admiración que no suelo prodigar últimamente.

Mi perra (el último perro que me quedaba) murió el lunes 5 de diciembre por la noche. Pero sé que el doctor Alain y el joven técnico que lo auxilió en la operación (no entendí su nombre con “y” en el medio y al final) hicieron todo lo posible por salvarla. Igual que hacen con todos los animales enfermos que atienden diariamente en condiciones bien difíciles.

Para ellos y todos los trabajadores de la clínica de Carlos III, vaya toda mi admiración, que es bien grande. La que ellos se merecen.

Por Círculo Cínico, 7 de diciembre de 2011
(Clínica veterinaria es su título original)

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