Google
 

sábado, 7 de enero de 2012

Así viví el "período especial" (III)


Por Tania Quintero

A López suelo llamarle “científico por cuenta propia”. Fue uno de los que coadyuvó, en el muy temprano 1965, a introducir la computación en Cuba y desde entonces domina la informática y trabaja con ordenadores, casi todos modelos desfasados y “cacharreados” por él mismo. Consciente de que no podía hacerle llegar su mensaje a toda la población, López empezó a redactar y reproducir consejos de cómo sortear el insorteable “periodo especial”.

En uno de esos consejos, López decía que si comíamos arroz blanco, frijoles negros, ensalada de tomate y un platanito, teníamos suficientes nutrientes para mantenernos en pie y no afectar demasiado nuestro organismo. Recomendaba echarle limón a las ensaladas, comer a menudo maní tostado y aunque fuera de vez en cuando una guayaba, naranja, mandarina o un mango y sugería pedirle a familiares y amigos en el extranjero que nos enviaran multivitaminas. “Si nos tomamos una tableta diaria de vitaminas y minerales capeamos el temporal”, solía decir.

También aconsejaba no “coger lucha”: la cifra de cubanos muertos por “coger lucha” está por averiguar, uno de ellos fue Desiderio García, profesor en ginecología y obstetricia del hospital Hijas de Galicia, quien empezó a criar un puerco en la bañadera del cuarto de criados de su casa y convirtió en pollera el patio hogareño. Tanta lucha cogió que una mañana su corazón estalló y murió de un infarto masivo.

López conminaba a familiares y amigos a llevar una vida lo más sosegada posible; dormir la siesta cuando fuera posible y evitar pedalear a pleno sol en las pesadas bicicletas chinas (en el 90, también con asesoría de López, hice un Puntos de Vista sobre las bicicletas y entre los entrevistados estuvo el Embajador de Holanda en ese momento).

Esas recomendaciones fueron de gran ayuda para mí y otras amigas mías, tan enloquecidas como yo “inventando” qué cocinar cada día. Los precios en el mercado negro se dispararon a precios inimaginables y uno no tenía reparos en comprar cualquier lata ya vencida de carne rusa o de sardinas de Albania.

La comida se convirtió en una verdadera obsesión nacional, al extremo que en una ocasión le pregunté a un diplomático español, si alguna vez en su vida, cuando se acostó o cuando se levantó, lo hizo pensando en qué iba a comer ese día. Por supuesto, nunca eso le ocupó ni la millonésima parte de una neurona de su cerebro. Los únicos momentos en que los cubanos lograban “quitar el plug” (desconectar) de la realidad, era cuando por las noches, si había luz, se sentaban a ver telenovelas, brasileñas o cubanas, daba lo mismo. O cuando así, con el estómago a media capacidad, se tomaban una botella de ron de mala muerte.
Lo más agobiante, estresante, desesperante, alucinante, -me faltan los calificativos- fue conseguir comida; después, con qué bañarse, lavar la ropa y limpiar la casa y en último lugar, pero no menos importante, procurar que no faltara el alcohol o luz brillante (kerosene) para cocinar. En toda la isla comenzaron a cocinar como en tiempos prehistóricos o como si se estuviera viviendo en un picnic perenne: haciendo fogatas.

Se cuenta que en el interior, ante la escasez de árboles y maderas propicios, le echaron mano a muebles, puertas y ventanas y después de desguasarlos con un hacha, los convertían en leña para cocinar. Las amas de casa más afortunadas éramos las que teniamos “gas de la calle” y así y todo, sufrimos muchísimo, porque a veces era tan poco el servicio de la empresa de gas manufacturado que te pasabas hasta un día sin poder prender la candela. A veces tenías gas, pero no fósforos.

Comer o no comer. He ahí la cuestión. Shakespeare hubiera escrito mejores dramas si hubiera nacido en la isla del doctor Castro. Cuando de sobrevivir se trata, todo vale. Además de gatos y perros, otros animales comenzaron a desaparecer, incluidos algunos de los zoológicos. Raúl Rivero escribió excelentes crónicas donde “el período especial” estaba de fondo, una de las que ahora recuerdo se titula “Aura” y aparece en uno de sus libros publicados en 2003.

Hubo cubanos que les salió el cocinero que todos llevamos dentro y prefirieron hacer aportes a la gastronomía criolla. Toda una variedad de platos a partir del fongo o plátano burro surgió: “picadillo” hecho con la cáscara; “compota” para los niños y “confitura” a base de un plátano muy consumido en las regiones orientales, pero no entre los habaneros, acostumbrados a acompañar sus comidas con plátanos maduros fritos, tostones o mariquitas hechas de la variedad conocida como “vianda” o “macho”.

Los “privilegiados” que poseían especies y sazonadores en la alacena de su cocina, preparaban verdaderos menús. Nació el “arroz saborizado”, a base de cuadritos de caldo de pollo o carne, que quedaba súper si se le podía añadir un sofrito con ajo, cebolla, ají y tomate, los cuatro condimentos básicos de la cocina cubana. El comino, orégano, laurel, pimentón, con sus olores y sabores quedaron en la memoria de tías y abuelas.

Era todo un festín si ese “arroz sin nada”, como también se le decía, se podía acompañar con unas “croquetas de averigua”, confeccionadas con harina de castilla a la cual se le daba un toque de ajo, cebolla o cebollinos.

Continuará.
Video: Croquetas de ave (2da. parte y final). Cortometraje de Lluís Hereu Vilaró (Girona, Catalunya), quien estudió cine en Cuba. Fue rodado en La Habana en 2006 y subido a You Tube el 6 de junio de 2007 por sinproductora.
Nota: Este cortometraje fue realizado cuando supuestamente el 'período especial en tiempo de paz' había finalizado en Cuba.

1 comentario: