Danny recuerda su época de estudiante en pleno período especial, cuando iba a clases con su zapatos colegiales y su pesada maleta de madera, mientras otros llevaban mochilas y tenis extranjeros. “Costaban 7 dólares en la diplotienda, una fortuna para mi madre”, dice.
“Lo último de la moda era usar una camiseta debajo de la camisa, pero yo no podía. Me sentía inferior y rechazado. Aunque me destacara en el trabajo en el campo, o fuera el mejor estudiante, siempre sería un comemierda, era el último para todo, nadie me veía”.
Ya adolescente, Danny sintió que en la escuela lo despreciaban por ser pobre y negro.
“Terminé rechazando los estudios. Mis pocos momentos de felicidad llegaban cuando podía compartir con otros lo poco que tenía. Necesitaba reconocimiento, pero si no tenía nada que ofrecer, me quedaba en el olvido. En el barrio era igual, me reventaba trabajando para ganar amigos pero en Cuba es así, si Tin no tiene, Tin no vale”.
Danny tuvo su primer problema con las autoridades a los 15 años, cuando peleó con el hijo del jefe de sector de la policía de su barrio. Recibió una pedrada en una rodilla, y el otro muchacho, una en la cabeza. El oficial lo detuvo y le dio un par de coscorrones, mientras que su hijo salía del hospital con un certificado por lesiones.
Danny tiene ahora 35 años. Abandonó los estudios en décimo grado y comenzó a trabajar a los 17 como ayudante de mecánico, pero pronto dejó el empleo. Desde entonces, si roban en el barrio, el jefe de sector le cae encima, y le envía una citación para que se presente en la estación policial. “A golpes me aconsejaba hablar. Estaba seguro de que yo sabía quién había robado. Figúrate que en mi casa robaron dos veces y la policía dijo que había sido un auto robo”.
Fue amenazado con aplicarle la ley de peligrosidad pre delictiva, que implica una condena de 4 años de privación de libertad. “No pocas veces viví como un gitano, escondiéndome del jefe de la policía”. Ya adulto, decidió unirse a una iglesia protestante en busca de tranquilidad, pero siempre lo señalaban como delincuente y descarado, aunque no tenía antecedentes penales.
“El padrastro de una amiga, oficial de las fuerzas armadas, solía decirme: negro y mierda es la misma cosa”. Danny está casado y tiene una niña de ocho años. Trabaja en la construcción, “y en lo que aparezca”. Vive en el mismo barrio y sus condiciones de vida poco han cambiado. Es un hombre inconforme, aunque más resignado.
Asegura que el problema del racismo está en que los negros no tienen las mismas oportunidades que los blancos para progresar. Tal vez si los recuerdos de Danny fueran casos aislados, no valdría la pena contarlos. Pero como él, hay muchos en Cuba.
Foto: Claudio Riccio, Flickr
microjet
ResponderEliminarMuy cierto lo que dices Laritza, pero aunque fueran casos aislados, que no lo son, las injusticias siempre hay que contarlas.