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sábado, 3 de septiembre de 2011

La Habana difunta para un Infante premiado

Por Tania Quintero (escrito en 1998)

Desde la creación del Premio Cervantes, en 1976, España lo ha otorgado a tres cubanos. Al novelista Alejo Carpentier, militante del partido comunista que residía en París y falleció en 1980; a la poeta Dulce María Loynaz, autoexiliada en su mansión habanera del Vedado desde que triunfó la revolución, fallecida en 1997, y ahora lo acaba de recibir el escritor Guillermo Cabrera Infante, quien hace treinta años decidió echar raíces en Londres.

Entre 1959 y 1961 debí haber visto alguna vez a Cabrera Infante, porque en esa época el periódico Revolución, dirigido por Carlos Franqui, quedaba en la misma cuadra de las oficinas del Comité Nacional del Partido Socialista Popular, donde yo laboraba como mecanógrafa.

Si me tropecé o no con el ilustre gibareño no importa, porque lo que quiero rememorar en esta crónica es que ya, en la esquina de Oquendo y Carlos III, hace tiempo no existe el cafetín que allí había y donde políticos, periodistas y linotipistas iban a tomar café, solo o con leche.

A dos cuadras, en Oquendo y Peregrino, detrás de la antigua Compañía Cubana de Electricidad, todavía está en pie la cafetería -entonces moderna- donde uno se podía tomar la mejor limonada frapé de La Habana. En su oferta actual, con suerte, se encuentran croquetas de “averigua” (de qué están confeccionadas), hamburguesas de masa cárnica (también para averiguar sus componentes) y refresco de fresa, no hace mucho denominado “guachipupa” y ahora llamado “caricia”, nombre de una marca chilena de refresco instantáneo, la más vendida desde que en el monedero, junto al peso, nos hemos visto precisados a guardar dólares.

En Reina y Belascoaín, antes de llegar a la iglesia y frente a la Casa de los Tres Quilos -hoy shopping Yumurí- había otro cafetín similar al aledaño al periódico Revolución. A éste era al que solía ir con mi padre y algún empleado del PSP, a tomar café con leche y tostadas con mantequilla. Si la memoria no me falla, la combinacion costaba diez centavos. Te echaban la leche hervida humeante y el café acabado de colar, a gusto: más claro o más oscuro. No era una taza de las tradicionales, sino una jarra de cristal con asa que nunca más he vuelto a ver. Desapareció como han desaparecido tantas cosas en nuestras vidas. Para nunca más volver.

El café con leche siempre siempre fue para los habaneros como el té para los ingleses, con la diferencia de que se tomaba a cualquier hora. Ahora es un lujo.

En la misma cuadra del establecimiento de mis cafés con leche adolescentes, por la calle Belascoaín, había un pequeño comercio donde el más nostálgico de los provincianos podía adquirir
dulces típicos de su región. Había queques, casabe, pru oriental, cacao en bolas, raspaduras, guayaba en barra, en mermelada o en casquitos, turrón de maní, boniatillo, tamarindo en pulpa azucarado, cucuruchos de Baracoa, queso blanco de Jicotea, cremitas de leche de Cascorro, coquitos blancos, prietos y acaramelados, miel de abeja de la tierra... Golosinas hoy muy difíciles de encontrar, desconocidas por las nuevas generaciones, que lo que conocen son los chicles, chupa-chups y chocolate Nestlé, todos productos importados.

En 1959, si a uno le sobraba un peso en el bolsillo, caminaba varias cuadras, en direccion al malecón, y en Zanja y Belascoaín, casi al lado de la funeraria, se podía dar un banquete. En el bar-cafeteria OK preparaban los mejores sandwiches de la ciudad, que se acompañaban con una botella de malta. Cerca quedaba el Barrio Chino, cuando era chino de verdad, y no el simulacro de la actualidad.

Un poco mas lejos del OK quedaba la Plaza o Mercado Único, las 24 horas de servicio. A menos de doscientos metros, en las cuatro esquinas conocidas por Los Cuatro Caminos, había lugares para tomarse un trago, comer o simplemente echar un níquel (moneda de cinco centavos) en la vitrola y enamorar al compás de un bolerón o descargar con amigos. Varias cuadras hacia arriba, en La Esquina de Tejas, ademas de cantinas, había vidrieras-quincallas abiertas de lunes a domingo.

En el corazón de La Habana, en Neptuno y Consulado, se tomaban inmejorables batidos de frutas, la especialidad era el de anón, fruta casi desaparecida del consumo nacional. En el Café Raúl o por los bares y cafeterías de Marianao, en todas partes, había vida, de dia y de noche. Por la Playa de Marianao deambulaba un negro que en cualquier pared ponía con tiza CHORI. Cuando él tocaba los cueros, la montaña rusa del Coney Island, el mejor parque de diversiones del país, se movía sola.

La calle Monte, famosa por sus comercios populares, hoy es una ramera travestida, con tiendas por divisas enrejadas en medio de barrios marginales. Los alrededores del Parque Central, con la peña deportiva a diario discutiendo de béisbol, se ha ido quedando para turistas. Donde una vez se levantó El Encanto, la tienda más elegante de La Habana, se levanta un parque donde suelen darse cita buscavidas y homosexuales, todos de clase E (empobrecida).

De los cines, ni hablar. Apenas quedan en pie los utilizados como sede de los festivales de cine latinoamericanos. En pleno “socialismo”, el dólar lo ha ido sustituyendo todo.

Una octogenaria de Centro Habana cuenta que en noches calurosas, cuando se asoma a su ventana, ve a Leslie Caron y Cyd Charisse bailando bajo la lluvia. De una fuente llena de monedas salen dos caballeros con sendos paraguas. “Ya no distingo bien, pero uno de ellos es Fred Astaire”.

¿Y el otro? Quiero imaginar a un hombre de piel mestiza y mirada penetrante que lleva consigo una Habana bañada por el mar, repleta de cafés, luces y vitrolas. Desbordante de música y libertad.

Publicado en El Nuevo Herald el 5 de enero de 1998.
Foto: Robin Thom, Flickr

3 comentarios:

  1. microjet
    No pude conocer esa Habana. Lo que recuerdo son todos aquellos establecimientos¨nacionalizados¨ con los escaparates vacios y muchas veces con la misma camisa repetida para llenar el espacio o con decoraciones espantosas de cadenetas hechas con papel de cartucho. También a mi madre en las colas de la calle Monte para el básico y los no basicos del Día de Reyes. Tania me has hecho recordar como en esas mismas colas, acompañando a mi madre, escuchaba a las señoras hablar con nostalgia de lo que fué La Habana. Gracias Tania.

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  2. muy buen blog para ejemplo ...con lo increible de
    lograrlo desde el punto en que lo haces y con las dificultades que te encuentras admirable...

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