Por Tania Quintero
A cada rato, la búsqueda de datos y fotos en internet, me descubren trabajos míos redactados cuando desde La Habana reportaba como periodista independiente de la agencia Cuba Press.
Es el caso de El revuelo de los videos, encontrado el lunes 24 de enero de 2011, exactamente ocho años después de haber sido publicado en Cubaencuentro.
Entonces, no podía imaginar que apenas dos meses más tarde se desataría una feroz ola represiva, 75 disidentes serían condenados a largas penas de cárcel y que el 26 de noviembre de ese mismo año, junto a mi hija y mi nieta mayor arribaríamos a Suiza como refugiadas políticas.
Los periodistas independientes que a partir de 1995 comenzamos a escribir para distintos grupos de periodismo alternativo, lo hacíamos sin apenas recursos. Los que teníamos la suerte de tener una vieja máquina de escribir en la casa, éramos unos 'privilegiados': muchos se iniciaron como periodistas independientes redactando a mano, en el primer pedazo de papel que encontraran -no olvidar que en ese momento, Cuba vivía en pleno "período especial", donde el papel, al igual que la comida, se volvieron artículos de lujo.
Fueran textos mecanografiados o manuscritos, teníamos que dictarlos por teléfono. Dos veces a la semana, los de Cuba Press íbamos al apartamento de Raúl Rivero y su esposa Blanca Reyes, en el tercer piso de un edificio situado en Peñalver entre Franco y Oquendo, Centro Habana.
Era la 'sede' de Cuba Press. En la sala, cuatro sillones viejos y cerca de la puerta de entrada, una mesita con un cristal redondo donde estaba el teléfono, negro, antiguo. Al lado, otro sillón, para
sentarnos a dictar los textos.
En 1999, tres o cuatro de nosotros, entre ellos yo, nos "modernizamos" con teléfonos-fax. Por lo menos hasta la primavera negra de 2003, la mayor parte de los trabajos los enviábamos por fax. Iván todavía lo tiene en el cuarto, y lo usa como una extensión telefónica.
Vine a sentarme ante una computadora en diciembre de 2003, en casa de amigos suizos. Y a trabajar con ella a partir del 1 marzo de 2004, cuando después de haber vivido tres meses en centros para solicitantes de asilo de Asia, África, Medio Oriente y los expaíses de Europa del Este, nos dieron un apartamento, el mismo que todavía tenemos, en un barrio de inmigrantes en la ciudad de Lucerna.
El 2 de marzo, luego de firmar el contrato con Swisscom, me instalaron el teléfono, inalámbrico. Celular no tengo, tampoco cámara digital. La primera computadora que tuve era de 1995, y cuando se rompió, mi amiga Estrella, por correo desde Miami me mandó la suya, que no la usaba. Eso fue en 2005, hasta el sol (mejor decir la nieve) de hoy.
Dos veces he tenido que enviarla al 'cirujano', pero hasta que su corazón no deje de latir, la seguiré usando. Porque si algo he aprendido en los 35 años que llevo como periodista (20 oficial y 15 independiente) es que para comunicarse, con pocos recursos bastan, en cualquier parte del mundo.
Lo que sí se necesita son ganas de hacer periodismo. Y muchos deseos de escribir y contar lo que a tu alrededor pasa. Con los medios que tengas a tu alcance y bajo cualquier circunstancia.
Lo importante es que tu escrito, sea del género que sea, llegue y se difunda. Sobre todo cuando se vive en una isla congelada en el tiempo, donde hasta el guarapo es noticia.
Sí, ya sé. Con toda esa parafernalia tecnológica que hay ahora, es más cómodo y fácil ser periodista.
Pero ya lo dice un refrán cubano: cuando no hay pan, se come casabe. También lo dice la vida: en ocasiones, un fósforo es suficiente para derribar una dictadura. Como ocurrió en Túnez, donde todo empezó por un tunecino que decidió prenderse candela.
Foto: La máquina de escribir que yo tenía era parecida a ese modelo de 1975, construída por la empresa Robotron de la desaparecida RDA. Pero no era eléctrica como la de la foto, era mecánica. Estaba bastante usada cuando me la regalaron. Cuando se rompió, conseguí una Olivetti Lettera 25, que ya hoy es también un objeto de museo.
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