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sábado, 26 de marzo de 2011

El país que los jefes quieren que queramos


Por Luis Cino

La prensa oficial publica por estos días reportajes de asambleas en centros laborales para analizar los Lineamientos de la Política Económica y Social para el VI Congreso del Partido Comunista.

Por supuesto, no son asambleas como la que se realizó recientemente en el hospital capitalino Hermanos Ameijeiras, que dicen que se puso tan caliente que sus organizadores tuvieron que darla por concluida antes de lo previsto.

Los Jefes que convocan las asambleas para debatir lo que ya está ordenado y aprobado, debían agradecer la franqueza, pero digan lo que digan y por mucho que quieran aparentar que cuando convocan al debate, lo hacen en serio, no quieren escuchar algo distinto de lo que esperan.

La foto de Raúl Pupo que ilustra El país que queremos, del periodista Jorge Luis Rodríguez González en la página 4 del periódico Juventud Rebelde del 25 de enero, es bastante elocuente.

Los trabajadores del contingente de la construcción Julio Díaz, que participan en el análisis de los Lineamientos, todos con cara de aburrido rebaño rumbo al matadero, levantan la mano disciplinadamente, tan unánimes como de costumbre. Los dedos índices apuntan al techo del salón, como si pretendieran apuntalarlo y evitar lo que les viene encima.

Como para indicar por dónde debían ir los tiros, Silvio González, vicedirector de recursos humanos del contingente, aunque manifestó su confianza en rectificar a favor de un modelo de gestión en que se potencie la autonomía de las empresas y su autoabastecimiento, resaltó “la importancia de volver a la planificación de la economía por parte del Estado”. No obstante, algo de lo que se habló en la asamblea se pareció un poco a la vida real.

Los trabajadores se quejaron de los bajos salarios y los altos precios. Pero la discusión halló la respuesta de siempre: para que aumenten los salarios y bajen los precios de los productos, hay que trabajar más y aumentar la productividad. Un perfecto círculo vicioso, digno del famoso filósofo santiaguero Eliades Ochoa, que en memorable ocasión cantó: “¿Quién llegó primero, la gallina o el huevo?”.

Son poco probables las sorpresas desagradables en estas asambleas de resignados. Los que más hablen, salvo algún que otro majadero que siempre hay, aún en las filas del Partido Único, de tanta ambigüedad para no llamar las cosas por su verdadero nombre, parecerán patéticos alumnos peripatéticos de una escuela aristotélica, que en vez de caminar mientras hablan, cubanos al fin, manotearán, o alzarán la mano para reiterar su apoyo.

A fin de cuentas, en la sociedad cubana casi todos tienen incorporado en su ADN que la ética básica que les exige el sistema es la obediencia total. Para hablar con un poco más de soltura y decir en voz baja lo que todos sabemos, está la casa. El discurso, como la moral y la moneda, puede ser doble y hasta triple.

Así, los jefes escuchan a sus súbditos pedir el país que ellos quieren que queramos. En esencia, salvo algunos remienditos, unos cuantos subsidios de menos y unas cuantas vendutas, no es muy diferente del país que se nos cae a pedazos ahora mismo. Y los bonzos fosilizados y dogmáticos del retranqueo, culpables del derrumbe, aplauden y asienten con la cabeza, como bien alimentados caballos percherones.

Tomado de Cubanet.

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