Por Pedro Contreras
Quienes vivieron los años 60 recuerdan ese período como la época más hermosa de sus vidas. Fueron años difíciles, pero llenos de esperanza, años de ruptura y de fundación. La intensidad con que se vivía, la posibilidad de realizar los sueños, el contacto con tanta gente dispuesta a crear con amor el traje, la casa y el país digno para todos, decidieron al diseñador español Fernando Ayuso (1931-2004) a quedarse en Cuba para siempre. Lo suyo fue el traje, esa «segunda piel» de los humanos, la primera protección del cuerpo y uno de sus medios de expresión e identidad.
Los que realizaban una revolución deberían tener un traje revolucionario, un traje tan bello como económico y funcional. Esto lo comprendió Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, y por ello le encargó a Ayuso -quien ya había dado pruebas de talento en su boutique Corinto y Oro- la creación del Taller Experimental de Diseño.
Ubicado en la céntrica Rampa, el Taller orientaría a la población y a la industria de confecciones en algo que no debía descuidarse: la imagen del hombre y la mujer. En aquel espacio se ubicaron talleres, oficinas y un espacio expositivo vanguardista, diseñado por su esposa -la arquitecta cubana Ana Vega- la «vidriera mágica» en la que de un modo novedoso, cada noche de sábado, con acompañamiento musical del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, un equipo de modelos -entrenadas en el propio taller con el apoyo de expertas como Norka y Norma Martínez- presentaba las propuestas en un nuevo estilo, dinámico, audaz como la ropa que portaban.
Fue Ayuso quien lanzó en Cuba, desde esa vidriera, la minifalda, el empleo del short como prenda de vestir para hombres y mujeres, la ropa en mezclilla de variados colores y gramajes propuestos por el propio Taller a las textileras. Estas soluciones luego serían constantes en la moda internacional, pero a ellas se llegó aquí tempranamente como respuesta creativa a condiciones económicas adversas. Todo esto constituyó una verdadera revolución en el vestir, a tono con lo que sucedía en el país en otros sectores de las artes visuales.
El trabajo de Ayuso en el Taller es trascendente. La enseñanza de lo que allí crearon él y sus eficaces colaboradores es útil y necesaria, aún hoy, cuando a pesar del tiempo transcurrido, la industria nacional no logra satisfacer demandas elementales de la población.
En los años 60 escaseaban también las materias primas para la confección textil. Esto llevó al diseñador a la experimentación con textiles económicos de fabricación nacional que no habían sido empleados antes en vestuario social -la lonetilla que se fabricaba para catres, el lienzo de los sacos de azúcar, la gasa para cubrir las siembras de tabaco, el céfiro de la ropa de trabajo- que se enriquecieron con los cortes, combinaciones novedosas de materiales así como tejidos de punto y estampados serigráficos realizados en el propio Taller.
Fernando Ayuso fue profesor de quienes serían los mejores diseñadores cubanos de vestuario escénico y social, en la Escuela Nacional de Arte y en el Instituto Superior de Diseño Industrial. Su creatividad y nivel de exigencia en cuanto al dominio de la tecnología de la confección, en el Taller de Verano de la EMPROVA (Empresa de Productos Varios), su asesoramiento al Fondo Cubano de Bienes Culturales y al Taller Quitrín, son recordados mediante testimonios, dibujos y fotos de sus obras en la exposición que el grupo Persona y la Casa de la Obrapía inauguraron en su sede de Obrapía entre San Ignacio y Teniente Rey, en la Habana Vieja.
En esa oportunidad se produjo un emotivo encuentro entre familiares, amigos, antiguos colaboradores y un público joven, deseoso de conocer sobre una figura y una obra que aún pueden resultar inspiradoras.
Opus Habana, 15 de febrero de 2008.
CONCURSO LITERARIO JOSE MARTI, CONVOCADO POR CONCILIO CUBANO
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