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viernes, 7 de enero de 2011

La transición musical cubana


Por Juan José Fernández

La revolución cubana hizo una transición traumática hace ya más de medio siglo. Se han hecho múltiples conjeturas sobre cómo será la siguiente. Lo que quizá nunca se pensó es que podía ser musical. En sus comienzos, al menos. Que un barniz de cultura pudiera ayudar de alguna forma a salir del laberinto que supera ya los 51 años.

Con Celia Cruz muerta sin haber podido volver a su tierra y tantas Olga Guillot en el interminable destierro, la vía sigue siendo de un solo sentido, porque Juanes estuvo en La Habana sin Gloria Stefan. Pero es un hecho que el interés del Gobierno estadounidense de Barack Obama por intensificar los intercambios culturales ha abierto puertas, aunque sólo sea de su lado.

A finales de 2009 y principios de 2010 han proliferado las visitas de grupos y cantantes de la isla a Miami sin que se hayan producido reacciones tan radicales como sucedió hace pocos meses.

¿Se ha vuelto transigente el exilio? Todo sigue por el filo de la navaja. Más aún con la detención en La Habana de un estadounidense acusado de trabajar para los servicios de inteligencia y la airada protesta de Cuba por seguir incluida en la
lista de deshonor de países terroristas tras el atentado frustrado del joven nigeriano en el avión de Delta-Northwest cerca de Detroit. Raúl Castro había reiterado su oferta de diálogo con Washington, los viajes son más fluidos, y aunque el embargo se mantenga se han facilitado los hipócritas negocios y contactos económicos "por razones humanitarias".

"Obama querrá la distensión, pero los Castro siempre se han instalado en el conflicto y en ser los eternos inocentes atacados para tapar sus miserias y mantener su seña de identidad dictatorial", dice un cubanólogo avezado. "Lo han hecho en cuanto se han quedado sin argumentos, y con la actual política suave de Estados Unidos, cuando su crisis interna es cada vez mayor, necesitan coartadas lo antes posible. Tensan cualquier cuerda. La expulsión del eurodiputado Luis Yánez cuando España es su valedora ante la UE es otro ejemplo. No se casan con nadie".

En cualquier caso, la prueba de fuego de la "perestroika y glasnost musical caribeña", el intento de reestructuración y apertura al son cubano, será el día 31 con la presentación en la capital de la diáspora del grupo Los Van Van, un emblema de la revolución. Tres días antes, el 28, habrá un aperitivo de tanteo en Key West, en el último sur floridano y estadounidense, a las históricas 90 millas de Cuba. No es la primera vez que Los Van Van actúan en Miami y el recuerdo es traumático. En 1999, tras ganar un Grammy, cerca de 4.000 exiliados indignados causaron estragos en los alrededores del Miami Arena durante su actuación.

Han pasado 11 años y las encuestas sobre el concierto están repartidas. Y la amenaza de protestas. Pero el fundador del grupo, Juan Formell, ya ha estado en Florida de visita privada, tanteando el nuevo terreno, lo mismo que Amaury Pérez, el director artístico del concierto de Juanes, y la veterana Omara Portuondo, reciente presentadora y premiada con otro Grammy en Las Vegas, que posiblemente actúe también el 31 de marzo en Miami.

Ha sido la que ha creado más polémica, pues sólo días antes, en la reunión de la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (ALBA) en La Habana, cantó para los presidentes, mientras Raúl Castro y Hugo Chávez besaban amorosamente su mano. Las respuestas de todos al llegar para ver "familia y amigos", como suele suceder en los personajes más implicados en el régimen, y que van a regresar a la isla, fueron una mezcla de evasivas y de sensaciones hipócritas. A Portuondo y Pérez se les acusa especialmente de firmar en 2003 la carta de intelectuales y artistas apoyando la revolución tras el encarcelamiento de 75 disidentes y los fusilamientos sumarios de tres jóvenes negros que secuestraron una lancha en Regla para huir a Estados Unidos.

Pero la realidad es que, en medio del complejo entramado político y económico que aún separa ambos países, la vía musical está abriendo puertas, aunque sólo sea de un lado. Aún está por ver qué cantantes cubanos del exilio, significados por su postura contra el régimen castrista, pueden llegar a cantar en su patria. De momento, únicamente grupos estadounidenses lo han hecho. El último, Kool & The Gang, incluso por encima de la polémica sobre el racismo en la isla, y premiado personalmente por el ministro de Cultura, Abel Prieto. Cantó en la plaza de la Revolución, en la tribuna antiimperialista José Martí y bajo una pancarta de la Juventud Rebelde.

En Florida, de momento, el cambio ha sido evidente. Mientras, hace unos meses, la llegada de Paulito FG, cubano también con pasaporte italiano, provocó continuas protestas, exacerbadas al agradecer públicamente el cantante a Fidel Castro su educación y formación, en esta ocasión el aeropuerto y los escenarios de Miami han sido una balsa de aceite.

La Charanga Habanera hizo incluso su primera presentación en un programa de televisión, algo insólito, lo mismo que el Dúo Santa Fe al día siguiente. Se hizo publicidad de sus actuaciones y sólo las radios más radicales lo criticaron, pero las protestas no salieron de su caverna. Pareció como si la paz navideña empezara a reconciliar las dos orillas. "Nosotros le cantamos a todos los cubanos, los de aquí y los de allá. La música no tiene nada que ver con la política", fue la frase mágica repetida en distintas formas, pero con el mismo objetivo: no enconar, no molestar. Diplomacia musical.

Del concierto de Juanes no quedaron en el exilio ni rescoldos. Para la mayoría no aportó nada, pero tampoco hizo daño o empeoró las cosas, como muchos derrotistas pronosticaban y esperaban. Simplemente abrió un camino, aunque sólo de vuelta, por ahora.

La sensibilidad del exilio, su paciencia tantas veces escasa, se pone a prueba de nuevo, pero el tiempo parece ir suavizándolo todo. Quienes escuchan proclamas contra los errores o desmanes revolucionarios son ya una mayoría de jóvenes que pueden censurarlos y están de acuerdo con que acaben. Por eso se han ido de la isla. Pero quieren vivir, no pelear, y, desde luego, prefieren otra dialéctica para un problema que dura ya más de medio siglo. Por ejemplo, la musical.

El País, 11 de enero de 2010

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