Ahora mismo, el enemigo personal de Edna es el Xbox. Madre soltera de 43 años, ella creyó resolver el gran problema de las escasas opciones recreativas para su hijo, pidiéndole a sus parientes en Miami que le enviaran un soberbio y sofisticado equipo de videojuegos de Microsoft.
“Pensaba que mi hijo Michael, de 11 años, podría estar más tiempo en casa. Él era adicto a los videojuegos y en un mes a veces pagaba hasta 50 pesos convertibles (60 dólares) para que jugara en el piso de un vecino que alquilaba su equipo a un “chavito” (un dólar) la hora”, cuenta Edna.
La buena idea ha devenido en adversidad. El chico se conecta con Xbox desde que llega de la escuela. No hace vida social. Junto a sus amigos, que vienen en racimo a sentarse en la sala, toman los mandos para jugar compulsivamente a juegos ultra violentos que proliferan en el mercado.
A Michael poco le interesa la escuela. En horas de clases, no se concentra en los estudios y se la pasa hablando de la última versión de algún sanguinario videojuego. O escapa hacia la casa, para mejorar sus habilidades asesinas a la hora de matar virtualmente.
El objetivo de Michael es ser el mejor ‘killer’ entre sus colegas del barrio. Según Edna, a ratos, se ha levantado en plena madrugada y lo ha visto atrapado con el Xbox.
Las manías de su hijo le preocupan muchísimo. Lo lleva a la consulta de un sicólogo, quien sin éxito intenta desintoxicarlo de la adicción. Tanta violencia virtual le está pasando factura a Michael. Se ha vuelto un chico impulsivo y de pocas palabras.
Los videojuegos no constituyen un problema grave en Cuba, como suele suceder en países del primer mundo. Pero es un fenómeno a tomar en cuenta.
La industria del ocio es un negocio que estremece. Mueve 48 mil millones de dólares al año, que dejan sin aire los 8 mil millones que se invierten en el cine. Y apunta gastar más plata. Según tanques pensantes, analistas y expertos en el tema, a la vuelta de un lustro esta industria podría convertirse en la séptima en importancia, sólo superada por la de armamentos, drogas, prostitución, casinos, alimentos y medicinas.
Geográficamente, Cuba está más cerca de Estados Unidos de lo que Fidel Castro hubiese deseado. A pesar de ser una nación embargada comercialmente por los americanos, y desde hace 51 años gobernada de forma autoritaria y negando un puñado de libertades, el último grito de la tecnología estadounidense llega enseguida a la isla.
Tal es el caso de los ordenadores Apple, el Iphone o los Xbox de última generación. También llegan los peores y más violentos videojuegos. Muchos niños y adolescentes los consumen a destajo.
Algunos padres no creen que tanto fanatismo virtual sea dañino. Puede que así sea. Pero la adicción a juegos de sangre y muerte ha provocado no pocos sucesos trágicos en Estados Unidos.
En Cuba la violencia juvenil no llega a esos extremos, pero calladamente ha ido aumentando. Debido a las innumerables carencias materiales, siempre habrá que tener un ojo avizor en las consecuencias dañinas que en los menores pueda producir la adicción a videojuegos violentos.
Edna no piensa que su hijo sea capaz de coger un cuchillo afilado de la cocina y apuñalear a cualquiera. Aunque cuando observa su comportamiento agresivo tiene sus dudas. Nunca se sabe.
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