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jueves, 2 de diciembre de 2010

Raúl, el pragmático


Editorial de The Economist

Poco después de que se asumiera el gobierno de Cuba en 2006 de su enfermo hermano Fidel, Raúl Castro declaró que la moribunda economía comunista de su país tenía que cambiar. Pero su incapacidad para hacer algo más que ajustes marginales defraudó las esperanzas de que iba a seguir a los líderes comunistas chinos y vietnamitas en la combinación de una economía capitalista y una creciente libertad social con la continuidad del control del partido.
Ahora, por fin, Castro está dando muestras de osadía. En las últimas semanas ha puesto en marcha algunos cambios de largo alcance. Antes del 1ro de abril 500 mil cubanos serán despedidos de sus empleos estatales y animados a ganarse la vida por su cuenta en pequeños negocios. En los próximos dos o tres años, otros 800 mil podrían seguir el mismo camino. Eventualmente, dos de cada cinco cubanos dejarán de trabajar para el Estado.
Esta semana, Castro convocó para finales de abril un largamente pospuesto Congreso del Partido Comunista. Su finalidad será bendecir el nuevo modelo económico. Mientras tanto, el gobierno ha excarcelado a más de 50 presos políticos. Dos décadas después de la caída del Muro de Berlín, ¿está por fin saliendo del escenario el comunismo cubano?
Cualquier respuesta debe formularse con advertencias. Los economistas que asesoran a Castro tienen prohibido hablar de "reformas". En sus lineamientos para el congreso del partido, la dirección declara que "sólo el socialismo (es decir, el comunismo), es capaz de vener las dificultades y preservar las conquistas de la revolución" y que en la nueva economía "primará la planificación, no el mercado".

Ningún funcionario cubano ha coincidido con Deng Xiaoping, en "abrazar el socialismo de mercado", por no hablar de su (quizás apócrifa) proclamación de que " enriquecerse es glorioso". La bienvenida excarcelación de los presos políticos parece haber sido simplemente una maniobra para refractar las críticas externas después de la muerte de uno de ellos en huelga de hambre, no un primer paso hacia el desmantelamiento del estado policíal en la isla. De hecho, las fuerzas armadas está desempéñando un papel más importante en la economía y en el gobierno.
Sin embargo, las reformas de Raúl van mucho más allá de la renuente aceptación de Fidel de la inversión extranjera y un limitado trabajo por cuenta propia después del derrumbe de la Unión Soviética, medidas parcialmente revertidas luego de la aparición de un nuevo benefactor, la Venezuela de Hugo Chávez.
Por primera vez desde la década de los 60 los cubanos podrán emplear a otros cubanos (a pesar de que la constitución prohíbe tal "explotación"). Muchas de las reglas bajo las cuales operarán estos nuevos negocios todavía están en fase de elaboración. Pero parece que los cubanos ahora podrán obtener préstamos, y alquilar y comprar propiedades.
Otros cambios podrían seguir. Castro habla de eliminar gradualmente la libreta de racionamiento de alimentos subsidiados para todos los cubanos, y pasa a una asistencia social selectiva (como en otras partes de América Latina). El corolario es que los salarios tendrán que aumentar y cada vez serán más regulados por el mercado.
Con todo esto, Raúl Castro está cediendo ante la realidad. Él ha criticado acremente el paternalismo que ha conducido a la quiebra del Estado. También se ha negado a culpar al embargo económico estadounidense por problemas que, con razón, dice que son auto-infligidos. Su pragmatismo finalmente ha prevalecido frente al utopismo doctrinario de su hermano.
Aparte de la economía, la otra gran tarea que enfrenta Raúl Castro, de 79 años (Fidel tiene 84), es comenzar a entregar el poder a una generación más joven. Esto podría venir después del congreso del partido el próximo año. Mientras tanto, su nueva temeridad representa una oportunidad para aquellos que esperan que Cuba finalmente se una al resto de América Latina en la aceptación de la democracia y la economía de mercado, pues una vez que aparecen, los brotes verdes del mercado tienden a florecer.
Los observadores foráneos deben inspirarse en la posición común que Europa adoptó hacia la isla en 1996, la cual le permite ayudar en "la apertura progresiva e irreversible de la economía cubana", mientras condiciona una relación más estrecha a pasos claros hacia la democracia. Ofrecer capacitación y crédito -como ha hecho Brasil- al bisoño sector privado cubano sería una buena movida. Una mala decisión sería recompensar al gobierno de Cuba por la liberación de presos que nunca debieron ser haber sido encarcelados, como deseaba Miguel Angel Moratinos, el recientemente despedido ministro de Relaciones Exteriores de España.
El embargo de Estados Unidos sigue siendo tan inútil y contraproducente como siempre. Aunque es loable que Barack Obama haya revertido las restricciones de George W. Bush a las visitas y las remesas de los cubano-americanos, el control republicano del Congreso hará aún menos probable que el embargo pueda ser levantado. Es una pena.
El embargo ha permitido a los Castro posar como orgullosos nacionalistas cubanos enfrentados a una potencia hegemónica y abusadora, y por lo tanto les ha ayudado a aferrarse al poder. Si los cambios por fin están en marcha es a pesar del embargo, no gracias a él.
Publicado el 11 de noviembre de 2010
Traducción: Rolando Cartaya

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