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sábado, 11 de diciembre de 2010

La Habana huérfana

La Habana Vieja (Old Havana) by Jack1962.

Por Iván García

La Habana no está para fiestas. Ya cumplió 491 años y el deterioro físico y la desidia gubernamental la han convertido en una gran favela urbana.
Es cierto. Fidel Castro y su banda de guerrilleros no sentían un ápice de aprecio hacia la capital de la isla. Y poco han hecho por mantenerla como lo que siempre ha sido y aún es, pese a las ruinas. Una ciudad coqueta y bella, bañada por el mar y con una riquísima variedad arquitectónica.
Por el contrario. La saquearon y devastaron. Cual fiero ciclón tropical. Los más recalcitrantes opositores a Castro I, están convencidos de que el nativo del villorrio de Birán, en la oriental provincia de Holguín, a unos 750 kilómetros al este de la capital, intencionadamente destruyó La Habana.
Al margen de tales especulaciones, hay una realidad: la ineficacia de un sistema cerrado y con una perenne crisis económica. A esto agreguemos que los principales líderes de la revolución, excepto Camilo Cienfuegos, muerto en un extraño accidente de aviación en octubre de 1959, no eran nacidos ni criados en La Habana.
Casi ningún comandante de verde olivo sentía demasiado amor por la otrora Villa de San Cristóbal, nombre recibido cuando fue fundada por Diego Velázquez, el 16 de noviembre de 1519. Para los rebeldes, la urbe era un núcleo de corrupción, frivolidad y prostitución. Había que castigarla. Y desde el mismo momento que los barbudos pusieron sus botas en el asfalto habanero, la condenaron a ser paria.
La Habana actual es una mala caricatura de la esplendorosa metrópolis que fue. Cuando se ven luces, pinturas y arreglos, no es con el noble intento de salvarla. No. Simplemente es para crear postales turísticas dirigidas a visitantes foráneos.
El mérito de Eusebio Leal, historiador de la ciudad, al frente de la restauración del casco histórico de La Habana, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1982, es haber rescatado un grupo de inmuebles, parte intrínseca de la historia local.
Es verdad que el objetivo principal ha sido para que los turistas puedan llevarse buenas fotos en sus cámaras digitales. Pero, al menos, ha logrado mantener limpias y reparadas antiguas barriadas coloniales y por donde da gusto caminar.
No en balde, Leal es más conocido por los habaneros que los diferentes alcaldes que la Ciudad de La Habana ha tenido. Y es que el partido y el gobierno provinciales no sólo no han hecho lo suficiente por la urbe insular, si no que ahora ésta podría perder un pedazo de territorio, si el parlamento en su sesión del mes de julio acuerda la creación de dos nuevas provincias habaneras, Artemisa y Mayabeque.
Indefectiblemente, la reconstrucción de la capital acontecerá después que desaparezca el régimen. Y para eso se preparan arquitectos, diseñadores, urbanistas y proyectistas cubanos residentes en Estados Unidos y otros países.
Cuando al filo de las doce de la noche del 16 de noviembre de 2011, siguiendo la tradición, los capitalinos den tres vueltas a la añeja ceiba del Templete y arrojen un puñado de monedas, sería bueno que además de hacer peticiones personales, también se propusieran cuidar la Ciudad de las Columnas, el Paseo del Prado y el Malecón.
Los habaneros no podemos restaurarla ni pintarla por nuestra cuenta. Y los gobernantes encargados de esos menesteres la han dejado huérfana. Pero podríamos evitar ensuciarla y dañarla con letreros y construcciones que la afean aún más. La Habana está a la deriva. Ayudemos a que no naufrague.

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