Por Iván García
Yasmany, 24 años, es feliz cuando no hace nada. Ahora mismo está en el limbo. Fumando un porro criollo de marihuana, sin camisa, tirado en el suelo de su cuarto, escuchando a todo volumen "Es un sueño", rap de Los Aldeanos.
En la calle hace un calor de mil demonios. Desde el balcón de su edificio, Yasmany observa. Una discreta y culta pareja gay se acaricia sin complejos, sentados en una silla de playa. La vecina de enfrente se pone un minishort, que lo calienta como una microonda.
En su edificio se vende de todo. Leche en polvo, pescado fresco, sicotrópicos, marihuana, camarones congelados, enlatados made in USA, cuchillas de afeitar, botas de trabajo... Uno de los inquilinos tiene montada una tienda de ropa que despertaría la envidia de los magnates de Zara.
Yasmany reside en Centro Habana. Su cuadra es un bazar clandestino. Casi todos están conectados a la ilegal antena por cable, por 10 pesos cubanos convertibles al mes. Hacinados en los distintos apartamentos viven numerosas familias. Varias decentes. Otras no tanto.
Conviven putas y pingueros. Negociantes de alcurnia y jubilados que sobreviven vendiendo jabas (bolsos) de nailon y objetos usados que nadie compra. Pocos dependen de un salario. La mayoría ha hecho del cambalache su modo de vida.
Yasmany alquila uno de sus dos ordenadores, a peso convertible la hora. La chiquillada se exalta con videos de juegos violentos. A través de un correo electrónico clandestino, por 0.50 centavos de peso cubano convertible (unos 0.40 centavos de dólar), pasa mensajes a quienes tienen parientes en el extranjero. Casi todos piden dinero, ropa o medicamentos. O una carta de invitación o un contrato de trabajo. Desesperados, reclaman una visa al capitalismo.
Si algo sabe sacarle partido es a sus dos computadoras. Por 20 pesos cubanos convertibles (15 dólares) al mes, enseña trampas de Windows 7. No en balde es 'hacker'. De manera sibilina, ha entrado en empresas locales y foráneas. Y aunque no quiere dar detalles, en el barrio se comenta que ha pirateado cuentas bancarias.
La familia de Yasmany es la clásica en la isla. La madre trabaja en un taller de reparaciones, y su padre, además de alcohólico profesional, sirve ron en un bar infame por moneda nacional, donde suele recalar lo peor del bajo mundo habanero.
Cuando cae la noche, los dos se sientan a hablar nimiedades. en espera del culebrón de turno o un partido interesante de béisbol. No le exigen nada a Yasmany. Ni falta que hace. Con 24 años, mantiene la casa y la nevera repleta de comida.
Sus padres miran las computadoras como un bicho raro. Jamás la han usado. Su hijo tiene cuarto propio, un lujo en la Cuba del siglo 21, y mete a chicas cada vez que le place. "Es lo bueno de ser cabeza de familia", opina Yasmany.
Luego de hacer el amor, le gusta darse un "viaje" con unos papelillos de LSD, regalo de un amigo canadiense. Entonces se sienta ante el ordenador toda la noche. A hacer de la suyas.
Su reloj biológico está invertido. Duerme la mañana. Por las tardes, es el tipo más feliz del mundo. No hace nada. Sólo escuchar a Los Aldeanos y fumar un porro de marihuana traída de Guantánamo. Para Yasmany, es el mejor momento del día. Después de 'hackear', claro.
excelente
ResponderEliminarHola,muy bueno este relato ,tan tenebroso como los de Edgar A Poe,sólo que es la realidad,saludos a Iván
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