Ver por las calles de La Habana a hombres mayores disfrazados de dandy, era visto como una excentricidad. Ya no. Es una de las 178 actividades autorizadas por el gobierno para realizar por cuenta propia.
Una de las más llamativas, pero no la única. También lo son las cartománticas y las "habaneras", como han decidido denominar a esas mujeres, casi todas negras, que en los últimos tiempos se encuentran en la zona colonial de la ciudad. Vistosamente ataviadas, lo mismo fuman tabacos, venden flores o hacen consultas espirituales a turistas distraídos.
Novedades aparte, lo cierto es que cientos de oficios fueron desapareciendo en Cuba después de la llegada de los hermanos Castro. En su lugar surgieron otros, creados por la necesidad. Uno de ellos -y que al menos con ese nombre no aparece en la lista divulgada el 24 de septiembre- es el de recogedor de escombros. José, 53 años, desempleado, por cada saco de ladrillos, piedras, tuberías, trozos de madera y piezas eliminadas en las reparaciones de viviendas, cobra 100 pesos (4 dólares). "En una carretilla llevo el saco y lo vierto en el primer placer o solar yermo que encuentro".
Luisa, 64, jubilada, se dedica a limpiar arroz a domicilio. Por cada libra (medio kilo) cobra dos pesos (0.10 centavos de dólar). "Tengo ya una clientela fija. A la semana me busco de 100 a 200 pesos, que me los gasto en puerco y viandas en el agromercado".
Aunque no hayan sido incluidos en el listado oficial, esas labores forman parte ya del panorama criollo. Personas de la tercera edad vendiendo "jabitas" (bolsos) de nailon, cigarros sueltos y caramelos caseros. Otros, más jóvenes, prefieren rellenar fosforeras. Sí, esas mismas, desechables, que en otros países tiran a la basura.
Después de 1959, el uso del traje, cuello y corbata pasó a mejor vida en Cuba. El estilo Mao se impuso.
Los hombres iban vestidos iguales, de algodón grueso, colores opacos y botas rusas. Fue cuando comenzó el declive de los sastres.
Al escasear los tejidos, las modistas se transformaron en costureras remendonas. Gracias a Rosa, 71 años, muchos vecinos pueden taparse con sábanas y secarse con toallas más o menos decentes.
Cual especialista de patchwork, Rosa va cortando las partes desgastadas de una sábana o toalla y en su vieja máquina Singer, las va empatando con pedazos en mejor estado. "Las partes muy gastadas no las boto, las voy echando en una caja y se las doy a un pariente que las utiliza como guata para rellenar colchones".
Si hay un oficio demandado en la Cuba de 2010, es el de reparador de colchones. Al igual que los zapateros remendones, plomeros o fontaneros y electricistas particulares. Aunque ninguno tan bien remunerados como los mecánicos de autos, encargados de mantener rodando los viejos coches americanos.
Con licencia o sin ella, hace tiempo se podían contratar payasos para fiestas infantiles y fotógrafos, que se han vuelto expertos en fotomontajes o photoshops en bodas, bautizos y cumpleaños.
Uno de los negocios privados más prósperos se localiza en la legión de personas especializadas en fiestas de 15 años, desde el alquiler del traje hasta la coreografía y edición del video de la quinceañera.
A diferencia de las costureras y rellenadores de fosforeras y colchones, este tipo de oficio es un lujo en un país repleto de carencias.
También lo es todo lo relacionado con los perros, actividad que sale del closet de las ilegalidades.
Orlando, 39 años, gay, alterna el corte de cabellos a señoras en sus hogares, con la atención y cuidado de canes. "Los chiquitos y mansos, los baño y arreglo el pelo. Y si la dueña me lo paga, le hago ropitas. Con los grandes y fieros no quiero cuento", dice.
De las razas bravas se encargan hombres como Manuel, 43, quien en un mes se embolsilla cerca de 2 mil pesos (80 dólares), entrenando pastores alemanes, cuatro veces más que su salario como profesional.
Tal vez no ganen tanto, pero los dandy son más pintorescos. Al menos no tienen que zapatear la ciudad vendiendo maní, cigarros y periódicos.
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