Por Iván García
A la tierra prometida por el General Raúl Castro se intenta darle forma. El Dorado, el "paraíso socialista cubano", necesita tiempo y paciencia. Y confiar en los ancianos líderes que durante 51 años han regido los destinos de Cuba.
Los Castro quieren bailar danzón. No reguetón. Adiós a las urgencias y las premuras. Los cambios serán controlados y escudriñados celosamente bajo lupa.
En la última alocución del presidente cubano, como es habitual en la isla, hay lecturas ocultas. Códigos sutiles. Carpintería política. Pero luego que usted desmonta todo el artificio de las jergas partidistas, las amenazas veladas a los que disienten y las machaconas consignas, nota que en las palabras de Castro II hay dos discursos.
Uno, el que todos leímos por la prensa. Otro, lo que no se dijo. Hasta cierto punto entiendo a los mandarines criollos. Resulta duro para ellos hablar francamente del fracaso del modelo económico y de los innumerables desastres cometidos por Fidel Castro en la administración del país.
Entonces se dora la píldora. Pero cuando se desmontan las palabras de Raúl se llega a una conclusión lógica: las trasformaciones que nos promete el gobierno, son las mismas recetas neoliberales y de terapia de shock aplicadas por cualquier país capitalista cuando está abocado a una crisis económica.
Y peor. En las sociedades capitalistas existen bolsas de desempleo. El gobierno de la isla promete ser más severo con los que van a echar a la calle. Se rumora que sólo se les pagará el 60% de su sueldo durante un mes. Luego, apáñatelas como puedas.
Para compensar la marea de desempleados, que superará el millón de personas, se ampliarán las normas para el trabajo por cuenta propia.
Pero eso está por ver. Ojo, en momentos en que la soga les aprieta el cuello, los Castro suelen ceder. Después, cuando obtienen oxígeno, recogen cordel y vuelven a la parálisis, el ritmo preferido del régimen de La Habana.
En la calle existen más dudas que esperanzas. Es bueno poder trabajar por tu cuenta, hacer dinero y mejorar la calidad de vida. Pero no es tan fácil. Si el gobierno no baja los impuestos, deja de acosar con sus inspectores y pone trabas constantes al trabajo privado, lo anunciado por Raúl no será efectivo.
Montar una cafetería o un restaurante particular no siempre es posible en Cuba. Primero: de dónde sacar la plata. Segundo: en la isla, los bancos no ofrecen créditos ni préstamos de dinero. Tercero: en caso de obtener dinero, la gente se pregunta si no seguirán siendo vistos con cara de perro por el gobierno.
Porque hacer negocios y prosperar no es algo que agrade a los hermanos Castro. Por la simple razón de que cada persona que deja de vivir de la teta del Estado y logra ser independiente, siempre constituye una amenaza para el régimen.
El dinero engendra poder, influencias y deseos de cambiar ciertas reglas de juego. Los Castro lo saben. Por eso siempre han sentido temor por el trabajo privado. Su interés es que quienes no trabajen para el Estado busquen algunos pesos, pero sólo los suficientes para comer y poco más.
Los hermanos Castro no desean nuevos ricos. Y la gente de a pie está consciente del peligro de prosperar. Se conoce de las cientos de 'paladares' (restaurantes particulares) cerradas e incluso de personas que han ido a la cárcel, acusadas de “enriquecimiento ilícito”.
Cuando en 1994 surgió el trabajo por cuenta propia, la mayoría de los que progresaron fue porque contaron con capital aportado por familiares o amigos residentes en el extranjero.
Para montar un restaurante decente y que dé beneficios se necesitan no menos de 8 mil dólares para arrancar. Saque cuentas. Comprar utensilios, cocinas, neveras, comida y pagarle a dos o tres empleados. Si como expresa Castro II se podrá contratar fuerza de trabajo, entonces se deduce que se podrían montar pequeñas y medianas empresas. Lo que preocupa a cierto renglón de la población es si no habrá una trampa detrás del cebo, como otras veces ha ocurrido.
De cualquier manera, lo positivo del discurso de Raúl fue lo referido al trabajo particular. Lo negativo fueron las amenazas a la oposición. Su mensaje fue claro. Si creen que el gobierno va ceder en cuestiones políticas, se equivocan. Las cárceles estarán abiertas y las leyes que permiten encarcelar a un disidente o periodista por 20 años o más seguirán flotando en el aire de la república.
Está por ver si fueron palabras huecas o las típicas bravatas para complacer a los talibanes temerosos de los cambios. De no ser así, queda demostrado que los sistemas cerrados necesitan presos como monedas de cambio para cualquier coyuntura que se les presente. Ahora las cárceles pueden quedar vacías. ¿Volverán a llenarlas?
Foto: AFP
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