Por Raúl Rivero
Don Antonio cumplió 91 años. Está fuerte, camina bien. Usa un bastón de ácana o de retoño de roble sólo por presumir. La cabeza es la que lo tiene preso en la demencia senil. Su vecindad con el delirio, el delicioso concubinato con la irrealidad, es -creo yo- lo que le obliga a felicitarme emocionado cada semana por el avance del proceso revolucionario en Cuba.
Como sabe que he venido de aquellas tierras, me aborda en los cafetines del barrio, me asalta en la parada del ómnibus, para comentar con satisfacción, por ejemplo, que Miguel D'Escoto, presidente de la Asamblea de las Naciones Unidas, ha comparado a Fidel Castro con Jesucristo.
Otras veces entra al tema de la educación y de la salud pública. O elogia la severidad del gobierno cubano para actuar en contra de la oposición interna (hay 208 presos políticos) y reconoce la valentía de los líderes comunistas para poner en su sitio a las fuerzas del mal.
Hugo Chávez es un asunto aparte. Lo ve como a un nuevo libertador del continente. Dice que es un hombre honesto, sin ambiciones personales, humilde, salido del pueblo mismo, que ha recuperado las riquezas de la nación y va a dejar sin cabeza a la oligarquía y a su séquito oscuro.
Don Antonio está feliz con las medidas de Rafael Correa contra los medios. Le parece soberbio que haya eliminado con una sola frase («Ahora mismo me quitas esa porquería del aire») un programa del corazón y que, unas horas después, suspendiera por tres meses las transmisiones de un canal privado.
Es, desde luego, admirador de Evo Morales. El ex dirigente cocalero le merece mucho respeto por lo atractivo de su personalidad y por la tenacidad de su lucha por quedarse en el poder para trabajar a favor de sus compatriotas.
Así, mi tertuliano particular y de ocasión, es también devoto de Daniel Ortega y del matrimonio Kirchner. Le llaman la atención la firmeza de sus posiciones frente a la labor indecente de los capitalistas, aunque mi amigo esquiva el asunto de los patrimonios familiares de esos revolucionarios ejemplares. Como se dice por allá: en cuanto al monte, ni un cuje.
Escucho al viejo con indulgencia y simpatía. Su charla, en ocasiones, me sobresalta un poco, pero tenerlo cerca tiene sus ventajas. Cuando quiero saber qué piensa exactamente de aquella región cierta izquierda encallada de Europa, aprovecho un encuentro con mi vecino y le pregunto: "Don Antonio, ¿cómo ve usted la cosa por América?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario