Por Iván García
Junto con el otoño y las lluvias de noviembre, llega para Amparo, 67, ama de casa, la tristeza. Es como un ladrón que le roba fuerzas. En el mes de noviembre, siete años atrás, su hija Yolanda, 22, estudiante universitaria, falleció víctima de una hermorragia interna en un hospital de la ciudad de La Habana.
"Yolanda, cuenta la madre, comenzó a tener fuertes dolores bajo el vientre. La llevé al cuerpo de guardia y dieciséis horas después la sacaba en una camilla envuelta en una sábana, rumbo a la funeraria". El médico del policlínico le había diagnosticado amenaza de aborto, pues tenía unas seis semanas de embarazo. "El médico le recetó calmante para los dolores y descansar con los pies en alto", recuerda Amparo mientras sus callosas manos se aferran a un viejo sillón.
A la semana, los dolores iban en aumento. Casi desfallecida llegó al hospital. Fue entonces cuando descubrieron que era un embarazo ectópico. Ya era tarde. El personal médico hizo lo que estaba a su alcance, pero no pudieron impedir que la muerte se la llevara en plenitud de vida. "Fueron días terribles. Sólo Dios sabe lo que sufrí. Me queda el consuelo de mis otros dos hijos, pero no puedo arrancarme el dolor que me da pensar que Yolanda murió por negligencia médica", confiesa mientras con un descolorido pañuelo seca sus lágrimas.
El dolor que todavía siente esta madre habanera no es tan frecuente en la Cuba actual. Sí, es cierto, todavía mueren mujeres a causa de embarazos ectópicos, pero los logros de los que Fidel Castro tanto se ha ufanado en el campo de la salud pública cubana son reales. Pero en ocasiones ocurren negligencias médicas.
Igualmente son reales esos logros en la educación y también es realidad que los ciudadanos cubanos nacen ya con el signo de la libreta de racionamiento -implantada en marzo de 1962- y rodeados de limitaciones y estrechez material. En tiempos de internet y globalización, en Cuba sigue faltando comida, ropa, zapatos, viviendas y libertades.
Trasladarse de un lugar a otro en la ciudad puede demorar varias horas por la falta de transporte urbano. El salario promedio de 200 pesos se diluye como agua entre las manos cuando se va al agromercado, donde los precios de frutas y vegetales suelen estar por las nubes. Para el cubano es una odisea -o un acto de prestidigitación- desayunar, almorzar y cenar. Sólo una minoría puede dares el lujo de no pensar qué va a poner a su familia en la mesa al día siguiente. Vivimos mal, pero vamos bien de acuerdo al presidente cubano, quien desde hace tres años se ha volcado en una revolución cultural (otra más en cuatro décadas) y en un combate ideológico denominado batalla de ideas . Esto no le impide "idear" nuevos planes para que sigan existiendo, con más o menos brillo, las vitrinas-insignias de la revolución.
Ciertamente, cada año el gobierno puede enorgullecerse del cumplimiento de una nueva meta en dos esferas vitales para cualquier sociedad, sean más médicos o más maestros, más hospitales y escuelas reparadas. Pero también es muy cierto que dentro del círculo vicioso -y desquiciante- en que se ha convertido comer, vestirse, bañarse e intentar tener una casa limpia, se le va la mayor parte del tiempo -y del dinero- al cubano común, por lo regular ajeno a la metralla diaria de doctrina política salida de la radio y la television. En 1996, por ejemplo, la radio trasmitía 301,0 horas diarias y en el 2001 fueron 395,4. La televisión, por su parte, en 1996 trasmitía 7,9 horas diarias y en el 2001 aumentó a 12,7.
El bombardeo noticioso no afecta demasiado a los cubanos, quienes sin perder su sonrisa roban cuanto pueden en sus centros de trabajo y son bastante indiferentes a la situación interna: a casi nadie le importa la suerte de los presos políticos existentes en la isla, y entre los cuales se encuentran varios médicos, como el doctor Oscar Elías Biscet. Tampoco al cubano de a pie las palabras libertad y derechos humanos le dicen demasiado.
Foto: Manolo Marrero, Flickr
No hay comentarios:
Publicar un comentario