Por Raúl Rivero
Con la primavera enredada en las puertas de Madrid, Orestes 'Mini' Miñoso, Tany Pérez, Pupy García, Kid Gavilán y otros personajes legendarios, pasaban a ráfagas con la guardia cerrada y sus largos jonrones por la mesa de un restaurante, a dos cuadras de la Castellana.
Allí estaban, vivos, con los spikes gastados sobre unos terrenos desaparecidos y en unos cuadriláteros sin sogas, ni público, ni luces, en la zona de flotación de la memoria de un grupo de hombres que se niega a renunciar a lo que fue una parte importante de sus vidas.
Hablo de una tropa diversa, llegada a Europa hace muchos años, con puntos de partida en otro mundo, decidida a rescatar todos los días, a su manera, el territorio ahora inasible, donde fueron niños, adolescentes y jóvenes que comenzaban a pensar en el porvenir.
Cuando se van de la mesa los atletas, llegan artistas, músicos, pintores, poetas. Pasa Agustín Acosta con la camisa blanca que su madre ha zurcido, tan llena del aroma íntimo de su casa. Llega Olguita Guillot dispuesta a que le mientan y el Benny Moré, Celia Cruz, Rolando Laserie, el cuerpo de baile de Tropicana y, de repente, ya en los postres, un club o un playazo donde uno de los comensales conoció el amor y la poesía cómplice del bolero.
Entre los platos cruzan tranvías y crecen edificios. Y un vaso vacío y una cuchara marcan la manzana donde estuvo la escuela o la casa de la familia en un pueblo habitado por personas que ya no son así ni están en esos sitios. El pan hace de río en un pasaje por el que un mismo tren pasa hacia San Antonio y hacia Maisí.
Esa es una Cuba que sobrevive y sigue en la cabeza de los que la vivieron y sale en las fotos y en las canciones. Un país que salva la memoria y al que muchos cubanos no dejan que sea sombra y olvido.
En la sobremesa llega, poco a poco, la realidad y llegan los reflejos de la vida de quienes que están en los sectores más rigurosos de ese mismo país, pero en estos tiempos.
Se habla de Oscar Elías Biscet, Rolando Arroyo, Pedro Argüelles Morán, Normando Hernández, Ariel Sigler Amaya, Librado Linares, Horacio Piña, Ricardo González Alfonso, Héctor Maseda y de una lista que pasa de 200 hombres encerrados por sus ideas.
Entran los líderes de los grupos de oposición, el periodismo independiente, los bibliotecarios, la rebeldía de las nuevas generaciones con sus blogs y sus métodos propios y legítimos. Aparece en la conversación la pasión de las Damas de Blanco, en las calles, en el ejercicio del derecho de defender la libertad de sus familiares, rodeadas de cámaras, de aparatos y de policías en el arruinado panorama urbano de La Habana.
Irrumpe a fogonazos la nomenklatura y sus guatacas en la zozobra del plan pijama. Los pícaros que bailan mientras quede tiempo y los músicos no contacten a nadie que los reclame. Y los políticos extranjeros que se bajan de espaldas de los aviones como si subieran.
Se le guarda un espacio pequeño para la minoría. A los jefes, su familia y amigos, que tienen que archivar a toda velocidad sus buenos recuerdos.
Y, al final, recortado sobre las espinas de los marabuzales, los comensales creen que se oye un tren, pero no saben cuál es su estación de destino.
Afuera, a medianoche, sigue la vida de Madrid y la primavera del año 2009 entra en la ciudad con un esplendor que nadie verá hasta que llegue el día.
(Publicado en El Nuevo Herald el 5.4.09)
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