Por Will Weissert / AP
Primero se siente el tufo del combustible diésel, después un traqueteo metálico y finalmente una columna de humo negro avisa que el "camello'' ha llegado a la parada.
Estas abultadas bestias de 18 ruedas, mutantes de hierro construidos con dos autobuses de la era soviética soldados sobre una plataforma y remolcados por otro vehículo, son desde hace mucho tiempo la pesadilla del transporte público habanero: saltones, calurosos y atestados, a veces con 400 pasajeros a la vez.
Pero su desaparición gradual es un signo revelador de cambio en el ocaso de la era de Fidel Castro. Se anticipa que el último camello quedará fuera de servicio en La Habana el domingo por la noche.
El camello, llamado así por su frente y tren trasero encorvados, es eclipsado por miles de autobuses urbanos nuevos procedentes de China, en momentos en que el gobierno encabezado por Raúl Castro trata de resucitar un sistema público de transporte al borde del colapso.
La ruta M-6, que va desde los barrios capitalinos del sur hasta la Universidad de La Habana, es la última ruta del camello y las autoridades municipales dicen que les han ordenado retirarlos todos este fin de semana.
"Yo pienso que deberíamos hacer un monumento al camello'', dijo uno de sus pasajeros, el retirado Salvador Carrera. "Ha sido una cosa extraordinaria''.
Fuera de la capital, los camellos están lejos de haberse extinguido. El gobierno tiene una flota de más de un millar en la isla y los de La Habana podrían utilizarse para aumentar el servicio en el resto del país, dicen empleados del transporte.
Al igual que los automóviles antiguos que se ven en Cuba, los camellos son característicos de la isla. Lo que carece de atractivo lo compensa con su capacidad en el número de pasajeros.
"Nosotros podemos cargar 200, 300, hasta 400 personas, la guagua [autobús] no'', comentó la conductora Estela Doira. "Estamos de lo más contentos pero a la vez tristes porque el camello resuelve mucho más que la guagua''.
Al comienzo de un viaje en camello una mañana la semana pasada, tomó poco más de cinco minutos para que 75 pasajeros subieran y pasaran por las puertas estrechas de retaguardia. Doira se asomó por una ventanilla para asegurar que nadie quedara atascado. Las puertas, de metal angosto con bordes afilados, se cerraron con un retumbar metálico que sonó lo suficientemente agudo como para cortar lo que se le pusiera en el paso.
Los más afortunados consiguieron uno de los 58 asientos de plástico, mientras el resto tuvo que quedarse de pie. Cada pasajero le pagó a Doira 20 centavos, menos de un centavo de dólar.
Los camellos no tienen amortiguadores y cada bache en la calle hace temblar el vehículo. En cada parada suben más pasajeros: gente con niños pequeños, mochilas, herramientas de jardín y botellas de cerveza llenas de miel del mercado negro. Soldados con cara de niños se apiñan junto a colegialas con gafas de sol con marcos de colores chillones y ancianos de aspecto frágil.
Es difícil abrirse paso para entrar o salir y el chofer no puede escuchar a los pasajeros que le gritan " ¡La puerta! ¡Abre la puerta!''
"¡Muévanse, compañeros! ¡Muévanse hacia adelante!'', gritan otros.
Sin aire acondicionado, el calor tropical pronto se hace insoportable y el hedor invade el vehículo con la mezcla de sudores, gases de combustión y comida pasada. Los que van sentados sacan la cabeza por las ventanillas.
"Sólo en Cuba. En otros países la gente no aguanta tanto'', susurró la retirada Mari González, que fue lo suficientemente afortunada como para conseguir un asiento.
Los cubanos bromean que los camellos son más subidos de tono que el cine el sábado por la noche: sexo y delito, carteristas y toqueteos. Las conversaciones se entrecruzan y alimentan el molinillo de los rumores: Fidel Castro está muerto. No, espera, está recuperado; pasó el fin de semana en la playa. El peso se fortalecerá frente al dólar. O quizás será reemplazado por una nueva divisa.
El camello nació como respuesta a la escasez de combustible a principios de los años 90, cuando la Unión Soviética se desintegró y Cuba perdió un subsidio anual de unos $6,000 millones. Desde entonces la economía se ha recuperado algo gracias a los fuertes préstamos de China y los casi 100,000 barriles de petróleo diarios que suministra Venezuela.
Cuba invierte $2,000 millones para mejorar el transporte público y ha importado 3,000 autobuses modernos para la capital solamente. Los Yutong son menos robustos que los camellos y se están repavimentando las calles para evitarles desgaste.
El pasaje cuesta el doble que el del camello pero ofrecen mucho más asientos y un viaje menos accidentado. Los pasajeros pueden ascender y descender fácilmente, lo que agiliza el recorrido.
Carmen López, que esperaba un autobús chino para ir a su trabajo, dijo que estaba contenta de no viajar más en camello, aunque no cree que desaparezcan completamente de la capital.
"Están mandando los camellos al campo donde les hace falta más que a nosotros aquí'', comentó. ''Pero cuando se echen a perder, nos van a traer los camellos de vuelta''.
(Publicado en Cubanet el 21 de abril de 2008)
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