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lunes, 27 de julio de 2009

Tiro por la culata




Por Iván García

La reafirmación del sector estatal en la economía cubana, es el tiro de gracia a las últimas ilusiones reformistas que aún quedaban y, en definitiva, el fin del amago democrático realizado por el gobierno en años recientes. Carlos Lage lo dice, Fidel Castro lo grita. Pero para ambos dirigentes, la seguridad del actual régimen en el poder depende, en gran medida, de los resultados económicos que tendrá el país. Es por ello que el discurso ideológico stalinista puro es contraproducente y en consecuencia no compatible con el mundo moderno, sobre todo en estos momentos en que la Isla tiene que evolucionar por sí sola.

La fórmula escogida por quienes diseñan "el futuro de la nación cubana" se inclina por una dualidad que muchas veces resulta confusa. Mientras por una parte le abren las puertas a la inversión foránea y se lucha a brazo partido para que Estados Unidos permita a sus empresarios tragarse de un tirón la infraestructura insular, hacia el interior de nuestro país las oportunidades para el desenvolvimiento económico de la población se cierran por días. La señal que envían las reuniones partidistas, los congresos y las declaraciones oficiales es la del apretón de tuercas. Los nacionales -que en cualquier parte del mundo representan un elemento fundamental en el desarrollo de sus países-, aquí sólo desempeñan el papel de simples espectadores de la situación.

La doble actitud en la organización del país responde a dos factores. Primero: que el cubano no adquiera el más mínimo grado de independencia, aunque ésta solamente esté relacionada con el empleo. Segundo: mantener un flujo de entrada del capital extranjero que sirva para sostener los precarios índices de subsistencia del pueblo. Hay evidencias: luego de pronunciar interminables discursos, abundantes en consignas y alabanzas al socialismo, el máximo líder de la revolución cubana se va a inaugurar una panadería y dulcería francesa, de lujo, y a negociar con los empresarios que aportaron el dinero para construirla.

En torno al capítulo de las inversiones salen a flote las diferencias entre moderados y radicales, quienes desde sus criterios personales buscan lo que menos desea el régimen. Para unos, levantar el embargo y darle luz verde a la colaboración económica con Cuba dejaría a sus gobernantes sin pretextos para negarse a democratizar el país. Para otros, cualquier tipo de acercamiento contribuiría a solidificar los cimientos de la dictadura más antigua de América.

Y mientras nada ocurre, nuevos experimentos ven la luz. Ahora, para consumo interno, se ha estrenado un sistema mediante el cual los centros gastronómicos aceptan el pago por sus servicios tanto en pesos cubanos como en dólares. Si ideología política y desempeño económico siempre fueron de la mano en Cuba, ahora puede decirse que la ecuación es insoluble. Al menos para los cubanos de a pie, de pronto metidos en un ajíaco cuyo sabor, en el mejor de los casos, es la incertidumbre.

(Publicado en Cubafreepress el 9 de julio de 1998)

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