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lunes, 20 de abril de 2009

El banquero de los pobres (I)


Por: John Carlin*

Si alguien comienza un discurso predicando la "firme, profunda, apasionada" convicción de que "podemos crear un mundo libre de pobreza", como hace invariablemente Muhammad Yunus, podemos admirar la intención pero dudar del hombre. Si entonces nos enteramos de que es catedrático de Economía, es posible que le escuchemos con un poco más de atención, pero nos esforzaríamos para eliminar la sospecha de que es un excéntrico bienintencionado, un quijote musulmán.

Hasta que uno descubre que el orador es uno de los capitalistas más triunfadores del mundo, un hombre de negocios que hace 30 años puso en marcha un banco con tres empleados, incluido él; que hoy da trabajo a 20 mil personas, y que ha creado otras 18 empresas, entre ellas, la mayor red de teléfonos móviles del sur de Asia. Entonces, uno empieza a pensar que sus teorías utópicas quizá tengan una credibilidad ganada a pulso, que tal vez la visión de este soñador tenga su lógica. Ante todo, porque el tipo de capitalismo al que ha dedicado su vida no tiene como misión principal obtener beneficios, sino ayudar a los desdichados de la tierra.

Muhammad Yunus es a la pobreza lo que Bill Gates al software. Salvo que Yunus ha alcanzado objetivos inimaginables, en un ciclo irreprimible de crecimiento exponencial, en un entorno empresarial infinitamente más duro que el de la frondosa Seattle. Una de las razones que permiten creer que tal vez haya encontrado la fórmula para acabar con la maldición más antigua de la humanidad, para abordar la situación de mil millones de personas que carecen de las necesidades básicas para vivir, es que ha conseguido que funcione en las circunstancias más extremas. El laboratorio en el que lleva a cabo su experimento es Bangladesh, un país que tiene el tamaño de Andalucía y una población de 145 millones de habitantes, la mayoría de los cuales vive en una pobreza profunda. Pero Yunus, que nació en Bangladesh en 1940, cuando su país seguía siendo parte de la India y todavía estaba bajo dominio británico, se ha planteado un desafío incluso mayor. Como un trapecista de circo que dijera al público "si pensaban que lo anterior era peligroso, fíjense en esto", ha escogido como objeto de su experimento a las personas más pobres entre los pobres de Bangladesh, el grupo más sometido y con más limitaciones mentales y materiales en este país de abrumadora mayoría musulmana: las mujeres.

"Era una locura", dice sonriendo Nurjahan Begum al recordar los comienzos de Grameen Bank y la primera "oficina" en la que trabajó: un cobertizo con tejado de chapa de zinc, una mesa, una silla, dos bancos, y sin luz ni teléfono. Nurjahan es una de las dos estudiantes de Económicas que en 1976 ayudaron al profesor Yunus a poner en marcha el proyecto. Su cometido —a pesar de la oposición de sus padres, que querían que permaneciera encerrada en casa esperando a que le escogieran un marido— consistió en hacer el trabajo de campo preliminar, reunir datos que permitieran ver si era factible construir un banco especializado en préstamos para mujeres muy pobres. "¡Una absoluta locura!", repite, y se ríe, mientras menea la cabeza, asombrada del insensato idealismo de su juventud.

Es una mujer menuda de rostro amable e inteligente, que lleva gafas redondas y un sari azul celeste, sentada detrás de una mesa desde donde controla sus dominios. Nos encontramos en el octavo piso de la sede central de Grameen Bank, un edificio de 21 pisos que, en el contexto de la capital bangladesí, Dhaka, es como el Empire State Building. Nurjahan, que lleva la cabeza cubierta, es una de los tres administradores generales del banco, responsable del programa de formación e internacional, y directora general de un programa de becas para niños que se creó hace tres años llamado Grameen Shikkha. Nurjahan me cuenta que la última vez que la reina Sofía estuvo en Bangladesh le dio 30 mil euros para el programa Shikkha. La reina de España, cuya foto tiene en la pared Nurjahan, ha estado en Bangladesh apoyando los proyectos de Grameen tres veces en la última década. "El dinero que nos dio servirá para financiar 60 becas universitarias y 50 para niños de edad escolar".

A pesar del calor y la humedad asfixiantes de Dhaka, el despacho de la declarada fan número uno bengalí de la reina española no tiene aire acondicionado, sólo ventanas abiertas y ventiladores. En la mesa tiene un pequeño botón, como un timbre. Cada vez que lo aprieta, que es aproximadamente cada diez minutos durante la hora y media que estoy con ella, aparece un hombre. Para traer una taza de té, o un documento, o un libro, o una estadística, u otra taza de té. Y no siempre acude el mismo: he podido ver, al menos, a cuatro de estos genios de la lámpara.

"Era una locura", insiste, "por toda la discriminación contra las mujeres que existía en aquellos días. Toda la ignorancia y la superstición que tuvimos que vencer. Era terrible. Las mujeres tenían siete u ocho hijos, mientras los hombres tenían un montón de esposas y podían abandonar a la que quisieran con sólo decir 'me divorcio de ti' tres veces. Las mujeres no tenían ninguna movilidad. No podían salir de casa, ni siquiera para visitar a sus madres, sin permiso del marido o de los suegros. El marido podía pegar a la mujer por cualquier razón. En mis recorridos por las aldeas para hacer mis investigaciones, me encontré con la opinión frecuente de que, si una mujer recibía habitualmente una paliza, acabaría yendo al cielo".

La idea inicial de Yunus –una idea que, más que revolucionaria, fue trascendental– era dividir sus préstamos al 50 por ciento entre hombres y mujeres. "El primer problema fue que ninguna mujer quería aceptar nuestro dinero, porque todas tenían miedo de recibir una paliza", explica Nurjahan. "Además, nunca habían manejado dinero. Lo temían. Y, por si eso no fuera suficiente, varios imanes nos criticaron. Deseaban que las mujeres se quedaran en su sitio". (Continuará)