Por Ramón Díaz-Marzo
"El General", un negro de ojos saltones, seis pies de estatura y barba filosófica, apareció por las oscuras callejuelas de la vieja ciudad en el momento de peor crisis del período especial.
Cuando "El General" llegó, su indumentaria de guerrero asustó a las gentes. Las madres apretaron en sus pechos a los niños. Después han pasado los años, y si no fuera por el olor, las madres le permitirían a sus críos que fueran a saludarlo y hasta le dieran un beso en la mejilla. Pero "El General" no es un hombre cuerdo. Lo estuvo demostrando desde el principio, cuando su dignidad de militar no le permitía aceptar el dinero que el turismo le obsequiaba después que terminaba de bailar un guaguancó o una rumba. Sin embargo, desde que la prensa independiente cubana lo reconoció como personaje de La Habana Vieja, "El General" acepta dinero a extranjeros sin riesgo a perder su status de loco.
Esta tarde de sábado he visto a "El General" con su paso tambaleante de alcohólico felíz entre la multitud que pulula la Calle del Obispo. Ya no porta su fusíl de madera ni su espada de juguete. Sus armas son ahora arcos sin flechas terciados a la espalda y un hacha de plástico. La barba continúa intacta. Una cinta de tela color plata le ciñe la frente. Ya no tiene el vaho de aquella camisa verde olivo endurecida por el churre. A modernizado su ropaje. Usa un pantalón mal cortado por encima de la rodilla, pero de tela suave, para que sus delgadas y largas pantorrillas no sufran calor. Sobre su tórax lleva un púlover lleno de agujeros. En los hombros soporta el peso de chaqueteras de cartón donde las estrellas de general, dibujadas con crayola, cada vez son mas grandes.
Cuando "El General" se pone a bailar delante de los extranjeros, las gotas de sudor resplandecen en su frente, y se transforman en las estrellas que le otorgan tanto poder. Dije que hoy he visto a "El General" con su paso vacilante detenerse en todas las calles que atraviesan la arteria fundamental del viejo cascarón histórico. Hay en su mirada la dureza que sostiene su mando y la responsabilidad que lo justifica. Las tropas especiales del Ministerio del Interior que custodian las calles para garantizar le miran con respeto. Cuando "El General" se les encima sin proferir palabra siempre uno de los policías, haciéndole el juego, le dice "¿Todo en orden, mi general?, aquí no sucede nada" y "El General" continúa su recorrido felíz como un gigante de la infancia que definitivamente ha cortado cualquier contacto con la realidad.
(Publicado el 19 de noviembre de 1997 en Cubafreepress)
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