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viernes, 11 de julio de 2008

Generación C




En Europa, a la generación perdida la llaman X. A la de Cuba, muy distinta, podría identificarse con una C.

Iván García, desde La Habana

En un refugio antiaéreo, de los miles que construyó el gobierno cubano en la década de los 80 para proteger a bienes y ciudadanos “en caso de guerra”, se ha habilitado una original discoteca conocida como El Túnel.

Dentro del municipio 10 de Octubre, en la capital cubana, es la de más aceptación. Le siguen en preferencia Disco Paco, situada en los sótanos de una antigua estación de policía, casi colindante con la funeraria Maulín, en la calle María Auxiliadora y Calzada de Diez de Octubre, que sigue siendo una de las avenidas más céntricas de la ciudad, pero tan deteriorada como ésta. En esa misma vía se encuentra otra disco, la Centro 8, con techo de fibrocemento y pobremente ambientada.

Son éstas las tres ofertas recreativas donde en 1998 pasan parte de su tiempo libre los numerosos jóvenes de mi barriada, La Víbora.



Tienen sus diferencias, claro. En El Túnel la entrada cuesta 40 pesos (2 dólares) y la bebida 60 (3 dólares). Para entrar a la Paco hay que pagar 10 pesos y el litro de ron cuesta 40. La más barata es la Centro 8: se entra con 5 pesos y con 25 se puede beber.

En cuanto a asistencia, al Túnel asiste la high life municipal, compuesta por los hijos de papá, que trabajan en el gobierno, vástagos de gerentes de corporaciones, retoños de los pocos cuentapropistas y, por supuesto, chicas y chicos que viven de su cuerpo y que por lo general son ellos los que mantienen a sus familias.

Para la generación C de La Víbora, El Túnel es lo máximo. Los delfines con ciertas posibilidades asisten a Disco Paco, donde a veces se infiltra algún elemento marginal, y a Centro 8 acuden adolescentes de 11 a 15 años, provenientes de familias desvalidas e insolventes.

Todos, ricos y pobres, con un mismo fin: bailar y disfrutar, esparcimiento que logran a medias. En la mayoría de los casos salen beodos y frustrados hacia sus hogares, lamentándose una y mil veces por su desdichada suerte: no poder empatarse con una visa para emprender vuelo hacia lo que consideran felicidad.

En Cuba, los efectos del alcohol son antigubernamentales y la generación C viboreña no es una excepción. Después de ingerir apreciables dosis hablan horrores de la situación actual y así, borrachos, a veces drogados, se sienten satisfechos. Hacen el amor en cualquier recodo y se entretienen cometiendo pequeños actos vandálicos. Pero no son peligrosos.

Los marginales prefieren ir a los bailables públicos, los cuales a menudo terminan en batalla campal. A pesar de la movilización de policías y carros de la Brigada Especial, el final suele ser de película. Con tiros, trompones, heridos por armas blancas y de vez en cuando un muerto.



Aunque el fenómeno juvenil es mundial, como el caso de llamada Generación X en Europa, la nuestra se me antoja distinta. Además de vegetar y padecer de inanición de futuro, sus ojos están ensombrecidos por la desesperanza y su alma defraudada. Entonces, si despejamos la X, el resultado sería una C.

(Publicado en Cubafreepress el 12 de octubre de 1998)

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