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jueves, 29 de mayo de 2008

Raúl Rivero, sin recuerdos olvidados

Por BELKIS CUZA MALÉ
A pesar de que ahora se dice que muy pocos leen poesía, los poetas siguen teniendo una parte importantísima en el alma de un pueblo, y en Cuba no hemos sido nunca ajenos a este fervor. La historia de la Isla está llena de poetas mártires, cuyas trágicas vidas han dejado una estela de sangre y fuego, en lo físico y lo espiritual. Si el gobierno colonial español fusiló a poetas de primer orden como Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) y Juan Clemente Zenea, y José Martí se inmoló en el campo de batalla, no es menos cierto que el siglo XX cubano ha dejado huellas en aquellos poetas que han incursionado en el hacer político, en el clamor frente a la injusticia y los atropellos a la libertad, especialmente durante estos casi cincuenta años de castrismo en Cuba, por lo que han tenido que pagar un alto precio.

En cualquier país del mundo fundar una agencia de prensa, escribir con cabeza propia y criticar al gobierno son actividades que no acarrearían consecuencias funestas para nadie, ni siquiera reprimendas, pero en la Cuba de Fidel Castro constituyen verdaderas heroicidades que terminan en la cárcel. El poeta Raúl Rivero puede hablar con conocimiento de causa porque once meses en las ergástulas castristas bastan para saber que la vida no vale nada, como diría la canción, para los que, según ellos, construyen ''una sociedad justa'', sin pan y sin palabras, como diría el propio Rivero.

Poeta, periodista, disidente, rebelde con causa, llámele como quiera, Raúl Rivero reside en España desde su liberación en noviembre de 2004. El autor de Papel de hombre (1968); Firmado en La Habana (1996); Puente de guitarra (2002); Sin pan y sin palabras (2003) y Recuerdos olvidados (2003) entre otros, no ha cesado de escribir: tiene una columna semanal en el periódico madrileño El Mundo y otra aquí en El Nuevo Herald. La historia de Rivero es la historia de cada cubano que siente la libertad de Cuba como la suya propia: un poeta y periodista que lo arriesgó todo al enfrentarse al régimen, al abrir su propia agencia de prensa en un país donde el periodismo vive amordazado.

La luna y el sol cubanos lo han visto madurar, crecer interiormente, afinar su poesia, bruñir su palabra. Madrid es ahora su hogar --la luna y el sol madrileños deben parecerle otros--, allí vive el poeta en compañía de Blanca Reyes, su esposa, y una de las fundadoras de las Damas de Blanco, esas valientes mujeres que cada domingo desfilan por la Quinta Avenida habanera con un gladiolo entre las manos, recordándole al mundo que las cárceles cubanas guardan todavía tras sus rejas a gran número de periodistas y activistas de los derechos humanos condenados durante la Primavera Negra.

Raúl no demoró en contestar mi cuestionario, a pesar de sus múltiples actividades, en medio de ese Madrid ahora en primavera.

Empecemos por el final: ¿qué estás escribiendo ahora? ¿Poesía?

Querida Belkis, siempre trato de escribir poesía. A veces sólo unos apuntes. Un verso del que se puede levantar, mañana, un poema. Y mañana no venía, como dice nuestro amigo el poeta. La verdad es que el periodismo impone una velocidad y consume mucho tiempo. También trabajo en un libro de memorias de la cárcel y en un cuaderno que se llamará algo así como Crónicas que no firmé.

¿Que significa para ti ser un poeta cubano en el
exilio?

Primero, me sentí liberado, deslumbrado y conmovido. Luego, ya llevo tres años en España, comencé a recibir mensajes nocturnos y a encontrarme en la casa papeles amargos y recados de mis fantasmas.
Tengo muchos amigos aquí. Me siento bien y en Madrid, en mi periódico, en el mundo del periodismo español, no me considero un extranjero. Aunque sé que lo soy. Lo que pasa es que quisiera tener todo eso en Cuba, cerca de gente que extraño y de lugares que tienen que ver con ese minuto borroso que suele ser la vida. Por lo menos, mi vida.

¿Intuiste este destino tuyo? ¿Pensaste alguna vez con anticipación en todo eso de la horrenda prisión en Cuba? ¿Sabías a lo que te exponías cuando abriste en La Habana la agencia de prensa CubaPress? ¿Qué te llevó a la franca disidencia, tras como muchos intelectuales, haber apoyado en principio a la Revolución?

No. Nunca pensé que tendría que salir del país. Cuando fundamos la agencia Cuba Press tuvimos siempre muy presente la posibilidad de la cárcel. Uno de los periodistas del grupo inicial, Juan Antonio (Ñico) Sánchez, que ahora está en el exilio, era el más buscado por la policía y el que más veces fue dormir a los calabozos. Eran estancias de días. No estaba vigente la Ley Mordaza. Se pensaba en condenas de tres o cuatro años.

Muchos años atrás fuiste corresponsal en la Unión Soviética. ¿Pudiste observar ya entonces la verdadera cara del
sistema?

Mi trabajo como corresponsal en Moscú fue muy revelador. He sabido que le pasó a muchos que trabajaron o estudiaron por allá. Yo vivía en lo que iba a ser el futuro de Cuba y me parecía plano, imperfecto y acosado por mentiras y trampas. Me faltó valor para denunciarlo y pedir asilo en aquel momento. Como me faltó después para muchas otras cosas. De todos modos, conocí a excelentes poetas, escritores y periodistas que estaban atrapados en aquella telaraña.

¿Desde cuándo escribes? ¿Tienes memoria? ¿Publicaste algun libro entonces?

Comencé a escribir poemas de amor cuando era muy joven. En Morón, mi pueblo natal. Con un éxito relativo y limitado al entusiasmo de mis primas, al recelo de mis padres y a la burla de algunos amigos. Organicé dos o tres cuadernos desastrosos, pero no publiqué ninguno. Las muchachas a las que escribí esos poemas se casaron con otros y son felices. Algunas me han confesado que parte de esa felicidad tiene relación con haber pasado por alto aquellos versos de río y estío, de mar y amar y de desazón y corazón.

¿Qué significó para ti nacer en Morón (¿en qué año?) y querer ser poeta? ¿Cómo transcurrieron esos primeros años? ¿Qué estudios realizaste y dónde? ¿Cuándo te mudaste para La Habana?

Nací en noviembre de 1945. Estudié la primaria y parte del bachillerato en mi pueblo. Me fui para La Habana en 1963 y estudié periodismo en el curso de 1964 al 69. Recuerdo con mucho cariño los últimos años que viví en mi pueblo. Hasta el año 60. Eramos adolescentes y estábamos ajenos a lo que vendría. Enseguida todo se emponzoñó y cada uno se fue por sus caminos y veredas. Yo me puse de parte del caos y la mayoría de mis amigos y amigas en contra. Es una etapa que recuerdo mucho, pero ya aquellas personas son otras y también yo.

De todos tus libros, ¿cuál es tu preferido?

Me gusta un pequeño cuaderno que escribí en La Habana, cuando ya era libre por cuenta propia. Se llama Recuerdos olvidados. Lo publicó Hiperión en España y Gallimard en París.

¿Ves al periodismo como un medio de ganarte la vida, o realmente amas esa profesión tanto como la poesía?

Yo creo en el periodismo sin adjetivos. Es el que se hace en Cuba fuera del control del Estado. Le pusieron independiente porque los medios dependen de los laboratorios del Partido Comunista. Es el que se hace en democracia con honestidad. Es el que debe de hacerse en nuestro país en el futuro. Creo en el periodismo y reconozco su poder ante las dictaduras, los terroristas y los corruptos. Cuando escribo crónicas casi siento lo mismo que cuando trato de hacer un buen poema.

Has recibido varios premios, especialmente ese Ortega y Gasset que ha sido noticia de nuevo entre los cubanos, por habérsele otorgado hace unos dias a Yoani Sánchez por su blog Generación Y. ¿Qué significó para ti ese premio?

El Ortega y Gasset fue muy importante para mí. Me dio confianza en el trabajo que hago todas las semanas. El hecho de que se le entregue ahora a Yoani Sánchez demuestra la fuerza de los blogs, dentro y fuera de Cuba. Su periodismo tranquilo, esa mirada fresca sobre la realidad del país. También puede verse como el desarrollo tecnológico que arrasa y anula los candados de la dictadura.

¿Podrás describirme un día en tu celda en Cuba?

Los días que más recuerdo de la prisión son los de la celda de castigo. Un día normal comenzaba a las cinco de la mañana con agua de azúcar o con un brebaje que se llama cerelac. Así comienzan los días, este día de hoy, mis amigos que siguen en las cárceles. Lo peor es que duran como 40 horas.

¿Cómo transcurre ahora un día en la vida de Raúl Rivero?

Trato de alcanzar pequeñas parcelas de felicidad. A veces, lo consigo. Otras no. La vida de mis tres hijas y de mi nieta Maya me hacen razonablemente dichoso.

(Publicado en El Nuevo Herald el 27 de abril de 2008)

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