Por Tania Quintero.
Una tarde de septiembre de 2002, mientras conversaba con Raúl Rivero en el balcón de su casa, en Centro Habana, nació la idea de que yo escribiera un libro. Raúl no me sugirió ninguna temática ni estilo. Sólo me dijo: "Empieza a escribir, que después el libro te escribe a tí".
Le di vueltas a la idea hasta que una mañana, a principios del mes de diciembre, puse la Olivetti portátil sobre la mesa de todos los quehaceres en nuestro apartamento de la Víbora, y comencé a escribir. Directamente, sin borrador ni guión previo. Tecleaba según me venían los recuerdos. Un primer borrador, a espacio y medio, sin apenas margen, para ahorrar papel.
Un par de días después le llevé a Raúl las primeras doce cuartillas. Al dia siguiente me llamó para decirme que le había gustado el título sugerido y el asunto tratado. Cuando tenía diez cuartillas mecanografiadas, se las hacía llegar a Raúl. Las últimas se las llevé el martes 18 de marzo de 2003. Habíamos quedado en vernos alrededor de las seis de la tarde, en su casa.
Como siempre, pensé, luego de un buen café hecho por Blanca nos sentaríamos de nuevo en el balcón o en su cuarto, donde Raúl en ocasiones recibía a sus amistades más allegadas.
Raúl mismo me abrió la puerta. Su rostro estaba serio. Tuve un mal presentimiento.
- Pasa y siéntate, para que te enteres.
Justo unos minutos antes de llegar, por la televisión habían mostrado la portada de un ejemplar de la revista de la Fundación Hispano Cubana donde claramente se podían leer titulares de artículos firmados por Raúl y por mí. Más claro, ni el agua.
- Prepárate para la represión que acaba de comenzar. ¿Iván está en la casa?
- No, por qué?
- Debes avisarle lo antes posible. Tú, él, yo, todos tenemos que prepararnos para ir a la cárcel.
En eso sonó el telefono. La Seguridad del Estado desde las cuatro de la tarde se encontraba registrando y virando al revés la casa del periodista independiente Ricardo González Alfonso, en Miramar.
Una segunda llamada volvería a entrar, notificando de la presencia de la Seguridad del Estado en el domicilio de Jorge Olivera, en la Habana Vieja. A principios de los 90, Olivera había trabajado conmigo como editor en el Instituto Cubano de Radio y Televisión. Años más tarde volveriamos a coincidir en las filas del periodismo independiente, él en la agencia Habana Press, yo en Cuba Press.
La oleada represiva más brutal contra disidentes y periodistas independientes cubanos estaba en marcha. Por la forma -varios vehículos frenando a la vez, con militares vestidos de verde olivo y armados, quienes abrían las puertas y se tiraban apresuradamente- parecían extras rodando una película policíaca y no agentes del Departamento de Seguridad del Estado, en busca de opositores pacíficos residentes en viviendas modestas, "parapetados" tras montones de periódicos, libros, revistas y artículos periodísticos a medio mecanografiar.
Pasadas las siete de la noche, dije a Raúl:
- Me voy, porque a lo mejor ya están en nuestra casa.
El transporte, imposible. Logré parar un auto particular con un pasajero en el asiento delantero cuyo destino era el hotel Habana Libre. Una vez en 23 y L, el chofer recogería pasaje hasta la Víbora. Tuve que pagarle el doble, veinte pesos.
Eran ya las ocho cuando llegué a la casa. Iván no había ido a bañarse ni a comer. Lo primero que hice fue preparar dos jabitas de nailon, con ropa interior y aseo personal, una para cada uno. A la de Iván le puse dos pañuelos y su spray de Salbutamol para el asma. A la mia, un rollo de papel sanitario (de mi nieta, nosotros no nos podíamos dar "el lujo" de usarlo) y un estuchito para mis lentes de contacto.
Empecé a revisar y romper papeles. Las cartas y fotos personales las fui separando, también los
libros y revistas que no quería cayeran en la pira del totalitarismo cubano. Cuando todo estuvo "clasificado", me di a la tarea de sacarlos de la casa con la mayor discreción. Por suerte era una noche sin luna y sin guardia del comité en mi cuadra.
No tenía hambre ni sed. No sentía frio ni calor. Estaba tranquila. Cerca de las doce saqué el sillón de la sala para la terraza. Me puse a repasar todo lo que debía dejarle dicho a mi hija antes de que nos vinieran a buscar. En eso recordé las libretas con direcciones y teléfonos. Anoté los imprescindibles y se los dí a mi hija, con la recomendación de que cuidara bien esa hojita de papel. En ella no faltaban, entre otros, los teléfonos de los principales corresponsales extranjeros.
Volví a sentarme en la terraza. Una media hora después sentí los pasos de Iván doblando por la esquina. Me paré, fui hacia la sala y abrí la puerta. Al verme despierta a esa hora sospechó que algo pasaba. Le conté todo lo que hasta ese momento se sabía. Estaba totalmente ajeno.
- La Seguridad del Estado suele empezar sus operativos bien temprano en la mañana o antes de caer la tarde. Así que acostémonos a dormir y... –no lo dejé terminar y añadí: ¡Que sea lo que dios quiera!
El jueves 20 de marzo se llevaron detenido a Raúl. Iván y yo, de momento, quedábamos en remojo. Para una "segunda vuelta" que no llegó a producirse, tras la repercusión internacional alcanzada por la razia de la primavera negra de 2003. El régimen habia hecho coincidir el inicio de la represión con la invasión de Estados Unidos a Irak. Pensaron que en una semana podrían descabezar la disidencia dentro de la isla y nadie se enteraría. Calcularon mal.
Ocho meses después, el martes 25 de noviembre de 2003, mi hija, mi nieta mayor y yo saldríamos en un vuelo de Air France, con escala en París, rumbo a Zürich. El 17 de junio habia tomado la decisión más dura de mi vida: abandonar mi patria. El 30 de julio el embajador suizo me había comunido que el gobierno de la Confederación Helvética, tan estricto a la hora de conceder asilo, nos otorgaba asilo politico a los cuatro.
Mi hijo decidió quedarse. Estando ya en Suiza supe los motivos: el 3 de febrero le había nacido una hija. No quiso irse y dejarla sin padre. Una abuela puede vivir sin su otra nieta, pero una niña debe crecer con sus padres.
¿Y el libro? Logré salvarlo. En enero de 2004 lo recibiría, en la misma carpeta de plástico verde donde lo había guardado. Algún día puede que lo concluya. O decida colgar por partes en el blog las 61 cuartillas escritas en la ciudad donde nací y en la cual durante 61 años viví.
Tania, quería confesarte que cuando leí este relato me dio escalofrío en mi cuerpo y en mi alma.
ResponderEliminarTe envío un abrazo!
Hola Tania!
ResponderEliminarSería maravilloso que terminaras el libro.
Un abrazo!
Tania, por favor, termínalo.
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