martes, 24 de julio de 2007

CON LOS POBRES DE LA GUERRA

Por Iván García, desde La Habana

Onelio Martínez es un olvidado que regresó de la guerra de Angola con sus facultades mentales atrofiadas. Historias como las de él no suelen recogerse en revistas del corazón ni en melodramas fílmicos.

A pocos les interesa la suerte de los perdedores, de los frustrados. La tristeza no vende. Onelio Martínez, 61, es oriundo de Yateras, en la oriental provincia de Guantánamo. Pertenece a la extensa legión de mendigos sin techo que a diario engordan las cifras de la pobreza. Cifras que en reuniones globales discuten cancilleres, ministros y presidentes.
Rodeados de lujo y abundancia, los mandatarios no logran acertar en el combate contra la miseria. Onelio Martínez, exteniente coronel de las fuerzas armadas cubanas, lleva la suya con gallardía. Su vida es similar a la de muchos que se vieron arrastrados por la vorágine engendrada por la revolución. Desde los 15 años, Onelio estuve presente en cada uno de los avatares y desastres revolucionarios. Como militar combatió en Argelia y Venezuela. En 1969 se preparaba junto a Tupamaros uruguayos para crear un foco guerrillero en las afueras de Montevideo, cuando una orden suprema les hizo detener la operación.

Los repetidos fracasos en el continente americano, que culminaron con la muerte del Che en Bolivia, hicieron dar marcha atrás al gobierno cubano en su idea de crear “dos, tres, muchos Vietnam”. Onelio participó en aquella estupidesz colosal que fue el Cordón de La Habana. Al frente de un centenar de reclutas se dedicó a sembrar café Caturra en las afueras de la capital. Igualmente estuvo presente en la absurda quimera de hacer que las tierras de Banao, en el centro de la isla, produjeran fresas, uvas, peras y manzanas. Fue un fracaso. También lo fueron la zafra de los 10 millones y el experimento en una localidad pinareña de implantar el sistema comunista de vida para medir sus resultados. En esos dos reveses Onelio puso su empeño. Con el grado de capitán participó en Angola, su última aventura. Por aquel país africano desfilaron 300 mil cubanos. Mas de 2 mil hallaron la muerte. Muchos quedaron lisiados o tarados. Uno de ellos es Onelio Martínez, hoy considerado un loco pacífico. Es el saldo de la última campaña militar cubana. Durante siete años recorrió de norte a sur el territorio de Angola. Pero fue Cuando Cubango, una de las dieciocho provincias en que se divide el país, la que para siempre le marcaría. Ya afloraban en su psiquis síntomas de esquizofrenia, cuando con sus propias manos ahorcó a Flavio, soldado angolano de quien se sospechaba era colaborador de UNITA, fuerza lidereada por Jonas Savimbi que combatía al gobierno de Agostinho Neto. “Utilicé las manos porque estábamos rodeados y tratábamos de romper el cerco enemigo. No podíamos utilizar armas. Una especie de paranoia me acechaba. Pensaba que todos los angolanos eran traidores”.

Llevaron a Flavio ante una corte militar que en tres minutos lo condenó a muerte. Nadie quiso hacerlo. Onelio la ejecutó. Pero la imagen del muchacho muerto entre sus manos no lo deja vivir en paz. “No estaba seguro de que fuera un delator. Que Dios me perdone”, dice en voz baja.

Martínez regresó a Cuba con grados de teniente coronel y una demencia incurable. Lo licenciaron del ejército. La pesadilla africana lo perseguía todo el tiempo. Se refugió en la bebida, lo que provocó el fracaso de su vida matrimonial y familiar.

Ahora se le localiza por los alrededores del Paradero de la Víbora. No tiene hogar. A menudo se le ve hurgando en latones de basura. A veces canta. Imita a intérpretes de música salsa. Siempre alegre, pero con su culpa en la espalda.

Onelio Martínez se considera líder de los pobres. “Los artistas y poetas se reúnen, los presidentes y empresarios también. Entonces en los congresos donde se debata la miseria debemos acudir nosotros, los miserables”. Ha escrito una carta al máximo nivel, para que tomen en cuenta su propuesta. Hace un saludo marcial y se aleja con un bolso lleno de cachivaches, un bastón colorido y una botella de alcohol de cocina. Es el trago de los olvidados.

(Publicado en Cubafreepress, 12 de noviembre de 1997)

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