MISTER PEPE Por Iván García
En los últimos años ha surgido en Cuba una generación de niños de la calle, violentos y audaces. Para ellos, el bandidismo, la prostitución y las drogas han sido los sustitutos de los juegos infantiles.
A José Antonio, 12 años, le dicen Pepe o El Mister. Vive en la parte vieja de la ciudad, en uno de los barrios más temidos de la capital, que marcha a la vanguardia en criminalidad, asaltos a turistas, consumo de drogas y prostitución infantil.
Allí nació Pepe. Apenas conoció a su madre, exreclusa que se marchó a Estados Unidos cuando el éxodo de los balseros en 1994. Pepe no sabe quién es su padre, pues ni su madre lo sabía. En todo el vecindario aún es recordada: era deseada por muchos hombres. Una mulata voluptuosa y bella, “una gran jinetera, le decían la batallón, por la cantidad de hombres con los que se acostaba”, confiesa su hijo con una mezcla de dolor, orgullo e ironía. Y con una sonrisa amarga añade: “Los hombres le gustaban tanto como la cerveza”.
José Antonio no ha tenido más noticias de su madre. Rumores sin confirmar le han llegado. Según algunos vecinos, la mataron en la Yuma, un crimen pasional. Otros aseguran que falleció de Sida. A Pepe no le importa si está viva o muerta. Él no sabe lo que es amor maternal. “Odio a mi familia, siempre me han maltratado y utilizado”, murmura cabizabajo. “Si por mí fuera, los mataba a todos”, y sus adolescentes manos simulan el vaivén de una ametralladora.
Desde los 5 años, Pepe deambulaba por su barriada y alrededores. Su infancia fue como la de todos los niños pobres, jugando pelota en las cuatros esquinas. En agosto de 1994, cuando El Maleconazo, había cumplido ya 8 años y tiró piedras a vidrieras de las shoppings, “para robar un poco de cosas”. Por aquella época, unos días vivía con sus tíos, y otros con sus abuelos. Pero la mayor parte de las veces dormía en la calle. Se percataba de que era un estorbo.
Con 9 años probó la mariguana. A los 10, una prima suya, de 18, que jineteaba desde los 15, por 100 dólares le propuso participar en un video de pornografía infantil, realizado por aberrados sexuales extranjeros. “Fue la primera vez que tuve un cabezón (billete de cien) en mis manos. Pensé que debía gastarlo poco a poco. Pero cuando entré a una shopping salí sin un centavo, con una jaba de nailon llena de ropa, zapatos y chocolates”.
Hasta ese momento, Pepe no valoraba la importancia del dinero y de cuánto con él se podía conseguir. “Para mí eran papelitos con patriotas pintados en el medio”. Cuando cumplió los 11, definitivamente dejó de ir a la escuela.
Cuando Pepe se aparecía en el barrio con dólares se convertía en un personaje. Mister Pepe reconoce que ahora su única ambición es el dinero, porque le permite vivir, comer y vestirse decentemente. Para tener plata ha hecho de todo: ha limpiado carros, pedido limosna, vendido tabacos, se ha acostado con hombres y mujeres y asaltado a turistas.
Nadie que lo ve y conversa con él puede imaginar que cada asalto, como mínimo, le reportaba de 200 a 300 dólares. “Trabajaba solo, para no tener que compartir el botín”. A menudo se valía de una bicicleta para hacer más rápida la operación y la huída. Su modus operandi era simple: por los alrededores del Malecón o de la Plaza de la Catedral escogía a la víctima. Les proponía dirigirse a alguna tienda de artesanía cercana y cuando éstos, confiados, se ponían a observar la mercancía, les arrancaba el bolso o la cámara fotográfica y salía corriendo. “Eso lo hice muchas veces. Tenía un punto (cliente) que me daba 50 dólares por cada Nikon o Cannon”.
Pepe se alió a un chamaco mayor que él, vendedor de drogas. Entre los dos alquilaron un cuarto. “Pagaba a muchachas para que me limpiaran y lavaran la ropa. Comía en paladares (restaurants privados), vivía bien”. Hasta un día. Se había habituado a la melca (variante de cocaina), pero Pepe no sabía que su compañero guardaba la droga en el cuarto.
Una noche todo sucedió como en las películas policíacas clase B a las que Pepe era aficionado. Un enjambre de policías cercó el lugar, incautó la droga y detuvo a Pepe y a su socio, quien trabajaba para uno de los sujetos supuestamente perteneciente al Cartel de La Habana, como el bajo mundo capitalino se denomina a los jerarcas de la droga.
Al ser menor de edad, a Pepe lo enviaron a un reformatorio. Allí enseguida se adaptó a convivir con niños de la calle igual que él, que no iban a la escuela ni conocieron a sus padres. Cada treinta días podía salir de pase.
Pepe extraña mucho a su barrio. Quisiera cambiar, pero no puede. “De qué voy a vivir? No me acostumbro a no tener dinero y no me gusta estudiar”. Su sanción expira cuando las autoridades del reformatorio consideren que ha cambiado su conducta. “Por eso disimulo, para parecer arrepentido y poder volver pronto al asfalto”.
(Publicado el 27 de noviembre de 1998 en http://www.cubafreepress.org/)
Tania, esta historia es casi que idéntica a la de un güinero amigo mio llamado el mango. La única diferencia es que cuando le hicieron la redada a su negocio el mango quedo muerto, creo que no llegaba a los 17 años.
ResponderEliminarGüinero, este trabajo de Iván fue publicado en 1998 y aunque vivíamos en la misma casa, éramos independientes a la hora de buscar las historias y contarlas. Nunca supe el verdadero nombre de este niño ni su dirección, porque tanto Iván como yo (y los periodistas independientes en general), excepcionalmente podíamos dar detalles sobre las personas que entrevistábamos o de la cual escribíamos, tampoco podíamos identificar las fuentes. Lamentablemente casos como el de Pepe y del Mango, ese muchacho que conociste, no son los únicos en nuestra ciudad ni en nuestro país. Gracias por escribir, Tania
ResponderEliminarEn nuestra cuadra vivia otro "Pepe". Su nombre era Jorge pero todos le decian "Barrigueleche".
ResponderEliminarSe dedicaba mas o menos a lo mismo y vino a los EEUU por El Mariel. Muchos de sus amigos lo buscamos en Miami diez o doce anos despues de su salida. Nadie lo encontro jamas. Veintiseis anos despues de su partida de Cuba, alguien se lo encontro en El Palacio de los Jugos. Acababa de salir de una prision estatal en Avon Park, FL. Sin dientes, enfermo, hablando un carcelario ingles fonetico, sin casa ni familia, inadaptado para siempre. Habia pasado veinticuatro anos adentro por homicidio. Producto de la revolucion.
machetico