lunes, 15 de abril de 2024

Nacida bajo el signo de Calamar


La astrología puede convertirse en ciencia, incluso en ciencia exacta, si se la toma con algo de imaginación. En un programa televisivo donde trataban de signos zodiacales, la italiana Raffaella Carrà preguntó a Juana Bacallao cuál era su signo del horóscopo, a lo que la cubana contestó: "Calamar".

Hay signos zodiacales de animales que embisten, signos zodiacales de animales que rugen, de animales que nadan con todas sus aletas y, aunque ningún horóscopo traiga pronósticos para los calamares, no puede ser más exacta la adjudicación de tal signo para Juana Bacallao. Porque su destino ha sido escapar, creando alrededor una nube que deje turulato a quien intente procurarla.

Nacida bajo el signo de Calamar, el nombre por el que la conocemos es, no solo un nombre artístico, sino un nombre artístico ajeno, y el que aparece en el registro civil es Nerys Amelia Martínez Salazar. El otro, Juana Bacallao, salió de una canción de Obdulio Morales compuesta para que la cantara Rosita Fornés (sobre este punto hay versiones que se contradicen). Debió cantarla Rosita, debió ponerle la escasa gracia criolla que tuvo, y al final fue a parar a Nerys Amelia Martínez Salazar para que ella se llamara Juana Bacallao, luego de debutar en el teatro Martí.

Y fue como nacida bajo el signo de Calamar que Juana Bacallao justificó su preparación musical el día en que así se lo exigió una comisión evaluadora. Las comisiones evaluadoras estatales adjudicaban categorías —cantante A, cantante B, cantante C— a cada profesional, por establecida que anduviera su carrera.

Poco importaba la popularidad o la obra hecha, era preciso examinarse para entrar en la tabla mendeléieviana de la administración cultural. Omara Portuondo presidía la comisión encargada de examinarla a ella, que apareció tarde y agitada, con el cuento de que se le habían quemado los papeles de música y solo podía aportar ante el jurado un cachito de papel chamuscado con la clave de sol. La comisión se echó a reír en pleno y le dio una A, la categoría más alta.

Por este estilo habrán sido sus salidas para sobrevivir a los cierres de centros nocturnos y a los castigos sobre tantas figuras musicales. Debió lograrlo de modo semejante a como se salvan los bufones en las cortes, aparentando más locura de la que tienen.

Excéntrica musical fue el título con que a veces la anunciaron. En una época en que la excentricidad, artística o personal, resultó perseguida, la excéntrica Juana Bacallao logró, si no salirse con la suya, por lo menos no terminar aplastada.

Su repertorio musical (si es que en su caso puede hablarse de repertorio) se reduce a unos pocos temas que la orquesta ataca, y cuya letra ella no hace el esfuerzo de memorizar. Porque nadie va a verla por oírla cantar, sino por escucharle sus ocurrencias. Tampoco estas consisten en un espectáculo muy coherente que digamos, y no hay que pensarla como comedianta cabal. Su popularidad estriba ni más ni menos que en ser ella, y es titánico haber sido ella en una sociedad que funciona como una cepilladora de carpintería, dispuesta a devastar todo cuanto se atreva a sobresalir un poco.

Hay pruebas de que alguna vez cantó números enteros, completamente afinada. "La chismosa", por ejemplo, que antes interpretara Rita Montaner, adorada por su público como "La Única". Aunque lo que apasiona de veras en Juana Bacallao es su interacción con el público: alguien que le grite desde una mesa, alguien a quien ella hace subir al escenario y, en ocasión extraordinaria, el lanzamiento de peluca hacia el público.

Olvidada o desentendida de la letra (sus papeles de música desaparecidos, al fin y al cabo), apela a la improvisación. Una improvisación casi siempre centrada en historias de divorcio. La orquesta hace en el fondo su trabajo mientras ella discute con una pareja la separación de bienes. "El refrigerador, no", acostumbra a sellar. Y hay alusiones a violencia doméstica, peticiones (tal como alguna vez logré desentrañar) de que no le peguen con la toalla mojada.

Juana Bacallao vive sola, hasta donde sé, y he oído que cuando le tocan a la puerta ladra para hacer creer que tiene en casa un mastín protector. Por señales así puede conjeturarse que, detrás de sus maniobras calamarescas, ella esconde miedo.

Es única en el imaginario popular gracias a sus anécdotas. No chismes, que cualquiera que despierte deseo erótico puede emanar, sino anécdotas, episodios de valor intelectual si se quiere. En una sociedad sin farándula, donde los más populares artistas están reducidos a lo que sea su arte, y donde resulta recomendable enseñar lo menos posible de la vida fuera del escenario, circulan de Juana Bacallao muchas anécdotas. Ella tiene valor e interés, tanto en la calle como en el escenario.

¿Cómo ha podido sostener tan delicado equilibrio entre sus exposiciones públicas y sus miedos? Con calamaresco cuidado. Apenas se menciona su nombre en un círculo de cubanos, fluyen las anécdotas. Alguien la vio en un bar de mala muerte de la calle San Lázaro tomando cervezas con unos hombres y la saludó, para que ella respondiera: "Aquí, tomándome unos copetines con estos licenciados".

Antológicos son sus encuentros con grandes figuras. Saluda a Alicia Alonso después de verla bailar, y le comenta: "Alicia, ya vine a tu show, vamos a ver cuándo tú vas al mío". Se reencuentra con Celia Cruz después de décadas, Juana actúa en Nueva York, Celia está en el público, y en el intermedio le lleva al camerino unas flores. Abre Juana la puerta, la ve allí después de tanto tiempo, y le susurra: "Celia, dame las flores y piérdete, que aquí, una de las dos, o tú o yo, es de la Seguridad", refiriéndose a la policía política, a Seguridad del Estado.

Las campañas propagandísticas del régimen cubano la han incluido a ella también, porque hasta el bufón más recóndito está obligado a sumarse, y resultan tremendas sus meteduras de pata, las traducciones que ha hecho de temas políticos. Con Angela Davis encarcelada en Estados Unidos, su grito de guerra fue: "¡Nixon, suéltala, déjala vacilar!". Al referirse a los "Cinco Héroes" habló una vez de Los 5U4, el combo de músicos ciegos donde cantara Osvaldo Rodríguez. Y saludó desde el escenario a un alto dirigente con su comitiva (el nombre del dirigente varía en las distintas versiones) refiriéndose a él como "Fulano y sus secuaces".

Un congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) le permitió entablar diálogo con Fidel Castro, quien le preguntó qué necesidades tenía. Ella soltó: "Comandante, tengo el gao en candela". Gao es casa, habrán tenido que traducir al comandante en jefe.

Una noche, en "El Monseñorcito", al lado del restaurante donde Bola de Nieve tuviera centro fijo, Juana Bacallao dirigió a mi madre una de sus grandes frases. De jovencita, mi madre había pedido a mi abuelo que la llevara a ver un show donde Juana Bacallao era Caperucita Roja y otro excéntrico musical, Dandy Crawford, era El Lobo Feroz. En esa u otra expedición desde Matanzas fueron a escuchar a La Lupe en el club La Red.

Décadas después, viviendo en La Habana, mi madre salía cada noche de su oficina y se encontraba a Juana Bacallao sola, tomándose un trago en la barra de "El Monseñorcito". Actuaba muy cerca, en el hotel Capri, pero antes pasaba por allí a darse un cañangazo. Una de esas noches mi madre le preguntó por qué no iba al bar del Capri, que era mucho mejor, y Juana le confesó que tuvo que dejar de hacerlo porque allá la veían con malos ojos. "Pero", se recuperó enseguida, "a mí la pinga, darlin".

La frase se hizo clave entre familiares y amigos a quienes mi madre se la contó. Puede decirse que a una frase así se reduce, luego de mucha expulsión de tinta encubridora, la filosofía de los seres nacidos bajo el signo astrológico de Calamar.

Antonio José Ponte
Diario de Cuba, 24 de febrero de 2024.
Nota: Este texto pertenece al libro La lengua suelta, Editorial Renacimiento, Sevilla, 2020.

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