Juana Bacallao, que murió el sábado 24 de febrero en La Habana, a los 98 años, cumplió su promesa de mantenerse en el escenario hasta el fin de sus días, deleitándonos con su gracia y sus ocurrencias.
Algunos la consideraron extravagante, desatinada y vulgar, pero fue la artista más original y auténtica en el mundillo de las cantantes cubanas de las últimas décadas, donde tanto abundan las poses pretensiosas, el falso oropel y las fanfarrias de vedettes y divas que distan mucho de serlo. Irreverente, chota, burlona, espontánea hasta el escándalo, Juana Bacallao, con su peluca platinada y bamboleándose sobre sus altísimos tacones, se creó un personaje que llegó a ser ella misma.
Chusmona simpática, mal hablada pero nunca grosera con su público, a quien mucho respetaba, fue la caricatura de una estrella del espectáculo, una especie de parodia habanera y rumbera de Marilyn Monroe. Una intérprete de voz áspera y poco afinada, que cambiaba las letras de las canciones, con intención de parodiarlas o sencillamente porque se le olvidaban o no logró aprendérselas, que cantaba We are the world o algo de Michael Jackson en un inglés que se inventaba, como mismo exclamaba, con ambientosa guapería solariega de Centro Habana: “¿Qué volá con lo mío, asere?”.
Fue el pianista y compositor Obdulio Morales quien la descubrió, la bautizó con su nombre artístico que era el título de una guaracha suya, y auguró que llegaría lejos. Eso, a pesar de que Neris Amelia Martínez Salazar (que era su verdadero nombre) lo tenía todo en contra: era pobre, huérfana, poco agraciada, de pequeña estatura. Y además, negra. “Negra prieta y cocotimba” –como ella misma se describía– en un país que aún hoy, pese a estar el racismo abolido por decreto desde hace seis décadas, no acaba de vencer los prejuicios raciales.
En la década de 1960 le fue difícil a Juana Bacallao –que ya se había presentado con artistas como Nat King Cole, Celia Cruz, Benny Moré y Bola de Nieve– que la aceptaran en la TV. Los muy pedantes y elitistas comisarios y decisores de la cultura oficial, con su poco sentido del humor, la consideraban chabacana y de mal gusto. Pero finalmente tuvieron que aceptarla y hasta conferirle la Distinción de la Cultura Nacional. Y eso que Juana nunca se dejó manipular ni se prestó para su politiquería y hasta llegó a mofarse de los envarados mandamases comunistas. Como en una memorable ocasión, cuando luego de tener que esperar que llegara un alto dirigente y su séquito para iniciar su actuación, preguntó: “¿Qué volá, ya están aquí todos los secuaces?”
Adiós, Juana. Gracias por divertirnos y por nunca dejar de ser como eras. Los cubanos te vamos a extrañar.
Luis Cino
Cubanet, 24 e febrero de 2024.
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