lunes, 1 de enero de 2024

A propósito de un programa en YouTube


En el programa Enfoque Ciudadano del 3 de noviembre de 2023, el invitado del presentador, Andrés Alburquerque, fue el escritor César Reynel Aguilera. Al principio, César me mencionó. Lo que dijo es cierto, aunque yo en realidad no era una secretaria, ni siquiera una oficinista. En el tiempo que trabajé en el Comité Nacional del Partido Socialista Popular (agosto de 1959 a marzo de 1961) no solo fui un 'palito barquillero' porque pesaba solo cien libras, si no por las múltiples labores que debía realizar.

Además de mecanografiar como una trastornada, de lunes a domingo, tenía que atender la biblioteca (una vez del Minrex enviaron una carta dirigida a la 'Dra. Tania Quintero', jejeje). Ir con La Mora, la que hacía el café, a buscar cajitas de arroz frito, chop suey y maripositas fritas que se encargaban en La Fama China, en Belascoaín y Maloja, para las reuniones semanales de la 'mayimbada' del PSP.

También, ir al correo que había en Estrella y Belascoaín, a comprar sellos, echarle cartas en el buzón o pasarle cables a Ramón 'Monguito' Calcines, jefe de relaciones internacionales. O tres cuadras más abajo, al periódico Hoy, no a ver cómo lo emplanaban o lo estaban imprimiendo, algo que me encantaba (cuando trabajé en la revista Bohemia me gustaba ir a los talleres), si no a llevar una nota o un artículo que estaban esperando para publicar en el próximo número. Y todo eso con solo 17-18 años y con un sueldo mensual de 47 pesos.

"Lo que pasa en Las Vegas en Las Vegas se queda". Todo lo que mecanografié y todo lo que vi y escuché en los 19 meses que trabajé con la crema y nata del comunismo cubano, en aquel edificio de Carlos III y Marqués González se quedó. Y si algunas cosas decidí contarlas en junio de 2009 fue por la insistencia de Canek Sánchez Guevara. Y con el título 'Harry Potter y la revolución escatimada' publiqué cinco posts en mi blog. A continuación, fragmento relacionado con la mención de César Reynel en Enfoque Ciudadano:

Cuando se subía por la amplia escalera, en el primer piso, a la izquierda, estaban las oficinas nacionales y a la derecha las del comité provincial del PSP en La Habana, entonces una sola provincia. Su secretario general era César Escalante, hermano de Aníbal.

Los Escalante provenían de una familia de raigambre patriótica. César, alto y delgado, no se parecía a Aníbal, más gordo y siempre con un sombrero tejano. En el carácter sí: los dos tenían fuertes personalidades. A César se debe la creación de la primera COR (Comisión de Orientación Revolucionaria), después devenida en DOR. Charlas, folletos, propaganda: todo eso y más se le acreditaba a César y su equipo de colaboradores.

Los días previos a la ley de nacionalización de las compañias extranjeras, estadounidenses en su mayoría, César tuvo una actividad febril, junto a otros miembros del comité nacional del PSP. Lo recuerdo ir y venir desde sus oficinas a las nuestras, serio, apurado. Fueron dos días con sus noches muy tensos y de mucho correcorre, con reuniones contínuas, llamadas, idas y venidas, imagino que para deliberar con Fidel y Raúl. Y yo, claro, mecanografiando, cambiando párrafos, rehaciendo cuartillas.

El colofón sería el acto en el Stadium del Cerro (actual Estadio Latinoamericano). Por si no bastara su repercusión, tuvo un ingrediente mediático extra: en medio de su discurso Fidel Castro enmudeció. De aquella Ley trascendental, la imagen que me ha quedado es el caminar apresurado de César Escalante, Fidel afónico, los americanos encabronados y yo muerta de cansancio.

Si en aquel potaje la 'especialidad' de César era la ideología, la de su hermano Aníbal era el rumbo político de la revolución. O al menos eso era lo que me parecía, pues Aníbal era el enlace entre la dirección nacional del PSP y 'Alejandro', seudónimo de Fidel Castro.

Cada vez que un mensaje escrito debía ser enviado a 'Alejandro', Guerrero (Secundino Guerra) me hacía dejar lo que estuviera realizando y de prisa me llevaba para la oficina de Aníbal, situada entre la de Guerrero y Manolo Luzardo, al fondo del local.

En una Underwood situada en un rincón, Aníbal me mandaba a sentar, mientras él, dando zancadas de un lado a otro, empezaba a dictarme. Y yo tiquitiquitiquiti. Hacía una pausa y me decía:

-A ver, léeme qué has puesto ahí.

-Aníbal, puse lo que usted me dictó.

-Vamos, vamos, lee y no hables.

Y yo le leía. Si le parecía bien seguía dictando, si no, me hacía sacar el papel, él lo rompía y empezaba a dictar de nuevo. Aníbal me decía las comas, puntos y aparte, punto y seguido, aunque no se necesitaban demasiadas reglas ortográficas: siempre eran mensajes cortos, apremiantes.

Desde que veía a Guerrero venir hacia mí como un gallito culeco, para mis adentros decía: "Uf, ahí viene Guerrero para un 'corta y clava' de Aníbal". Ninguna de esas urgencias me causaban mayor preocupación.

Era joven y aquellos dimesidiretes políticos no me quitaban el sueño. Joven, pero no tonta, me daba cuenta de que tenían razón los enemigos incipientes de la revolución cuando comenzaron a propagar que "la revolución era como un melón, verde por fuera y roja por dentro".

Sin sonrojarse, Fidel los desmentía y aseguraba que era más verde que las palmas. Sí, que las palmas del Soviet de Mabay: el 13 de septiembre de 1933, dirigidos por el comunista Rogelio Recio, los campesinos del ingenio Mabay, en el poblado del mismo nombre, en la antigua provincia de Oriente, decidieron unirse y fundar un gobierno popular, bautizado con el nombre de Soviet de Mabay; ese día, en lo más alto del central azucarero ondearía la bandera roja con la hoz y el martillo.

Por suerte, siempre que aparecía un 'corta y clava' yo estaba ahí y no tomándome un café con leche en la cafetería al lado del periódico Revolución, en Carlos III y Oquendo o más arriba, en otra más pequeña, detrás de la Compañía Cubana de Eletricidad, donde por una peseta (20 centavos) me tomaba una deliciosa limonada frappé. Esas salidas eran para merendar.

A donde solía escaparme era a ver la tirada del periódico Hoy, a tres cuadras, en la calle Desagüe. O a la librería de Lalo Carrasco, enfrente. A veces iba con mi padre a tomar café con leche en Reina y Belascoaín y aprovechaba para comprar algunas de las delicias vendidas en una tiendecita aledaña: cremitas de leche de Cascorro, cucuruchos de Baracoa, raspadura, boniatillo, coquitos prietos o acaramelados, pasta de tamarindo, guayaba en barra, en mermelada o casquitos, en fin, dulces tradicionales de toda Cuba.

Tania Quintero

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