lunes, 6 de noviembre de 2023

Ocurrió en febrero de 1996

El 19 de febrero de 1996 llegó a La Habana la española Begoña Rodríguez. No más dejar su equipaje en la casa de Carmen, la madre de Lissette Bustamente, donde se iba a hospedar, me llamó. Al día siguiente nos vimos, y quedamos para reencontrarnos el viernes 23 por la tarde, en el apartamento de Raúl Rivero, en Centro Habana. De ahí seguimos a pie por toda Infanta, San Lázaro y L, hasta la calle 19, por donde doblamos en busca del agromercado situado en 19 entre A y B, Vedado.

Estuvimos una media hora viendo precios de frutas, viandas, hortalizas, frijoles y carne de cerdo. Bajamos por Paseo hasta el hotel Meliá Cohiba, desde donde Begoña llamó a su esposo en Madrid. Había empezado a caer la noche, y de ahí hasta la casa de la madre de Lissette, al inicio de Miramar, había poco más de un kilómetro. Le propuse cruzar y caminar por la acera del Malecón. Pero ella prefirió alquilar un viejo auto americano, cuyo chofer por dos dólares nos dejó a la entrada del edificio donde estaba parando.

Subimos. Carmen, la madre de Lissette, nos hizo café. Begoña trajo una botella de vino blanco de su maleta. No me gusta el vino, por compromiso tomé un poquito. Conversamos un rato más y pasadas las 8 de la noche me fuí. Caminé hasta la esquina, donde está el Johnny's Club, pero como ya estaba muy oscuro, decidí no atravesar el bosquecito existente en el lugar. Por la acera dí la vuelta y por un trillo bajé y entré al túnel. A la altura del restaurante 1830, crucé y me dirigí a Línea, donde podía coger dos ómnibus para la Víbora, las rutas 37 y 68. Ésta última llegó primero y poco antes de las 9 me bajaba en la parada de la Plaza Roja, al doblar de mi domicilio.

Había quedado con Begoña en llamar cuando llegara. Pero como estaba muerta de hambre, antes de ir al teléfono fui a la cocina, donde habían guardado mi comida: arroz blanco y potaje de chícharos. Cuando levanté el teléfono me di cuenta que estaba muerto, sin corriente, algo que a cada rato ocurría desde que en 1995 mi hijo y yo habíamos decidido escribir como periodistas independientes en Cuba Press. Me fui hasta casa de Ariel de Castro Tapia, colega de Cuba Press, pero el número de Carmen daba ocupado todo el tiempo.

Al mediodía del sábado, 24 de febrero, al seguir sin poder comunicarme con Begoña, decidí irme a Miramar. Toqué y toqué y nadie contestaba. Me senté en las escaleras afuera, a esperar. Casi dos horas después llegó Carmen, la madre de Lissette. Venía de ver a Begoña, detenida la noche anterior y de recoger la llave que le había dado de la casa.

-Tu no viste a nadie afuera ni notaste nada raro cuando anoche te fuiste?, me pregunta Carmen.

-No, sólo había un Lada, pero no me fijé si estaba ocupado o vacío.

-Pues mira, nada más tu salir, tocaron a la puerta, dos hombres de verde olivo que se identificaron como oficiales de Inmigración. Le pidieron el pasaporte a Begoña, y dijeron que tenía que acompañarles, para una aclaración. Con el pretexto de que se había alojado en una casa sin permiso para alquilar, los dos militares la llevaron al centro de detenciones que tiene el Ministerio del Interior en la Calle 20 entre 3ra. y 5ta., Miramar.

Como la madre de Lissette también tenía el teléfono "interrumpido", lo más rápido que pude regresé a la Víbora. La 37 entonces dejaba en su parada final, en Párraga y Patrocinio, al doblar de donde vivía Ariel, frente al antiguo Instituto de la Víbora. Desde allí llamé a la Embajada, para que me localizaran al consejero político, Alejandro Alvargonzález.

El policía de guardia me pidió un número, para que el consejero me llamara en unos diez minutos. Le dí el de Marta, vecina del edificio al lado del nuestro, y con quien apenas tenía trato porque además de ser militante del partido, su esposo, Servilio, pertenecía a las brigadas de respuesta rápida del municipio. Apresuradamente regresé a mi casa, por la terraza llamé a Marta y le dije que me disculpara por haber dado su número, pero era una situación imprevista y urgente.

No más entrar en su apartamento, sonó el timbre. Era Alvargonzález. Me telefoneaba desde Varadero, a donde había ido a pasar el fin de semana con su familia. No había terminado de contarle lo ocurrido con Begoña, cuando me dice:

-Estoy preparándome para regresar a La Habana. Ha sucedido algo terrible: esta tarde, Migs de la fuerza aérea cubana han disparado y derribado dos avionetas de Hermanos al Rescate. Aún no se saben detalles, pero el incidente es muy grave y no se pueden preveer las consecuencias. Por favor, díselo a tu primo (Vladimiro Roca) y que él se lo diga a Elizardo y otros opositores.

Del apartamento de Marta crucé al de Amparo, otra vecina. Los teléfonos de Vladimiro y el de su hermana, mi prima Lydia, que vive cerca, también estaban "interrumpidos". La solución fue llamar a un sobrino, que vivía frente al Zoológico de 26, a tres cuadras de la casa de Vladimiro, en Nuevo Vedado. Entre lo que muchacho fue y mi primo vino, habrían transcurrido unos quince minutos.

Ese día, 24 de febrero, se había programado la celebración de una reunión de Concilio Cubano, organización que había logrado nuclear a un centenar de grupos disidentes, lidereados por el abogado Leonel Morejón Almagro. Para asistir a ese encuentro había viajado Begoña a La Habana. Pero unas horas antes fue detenida, acusada de "pernoctación ilegal".

La detención de Begoña Rodríguez formaba parte del gran operativo puesto en marcha por el Departamento de Seguridad del Estado, para impedir que los miembros de Concilio Cubano se reunieran el 24 de febrero de 1996.

El gobierno y su aparato represivo estaban muy preocupados -por no decir temerosos- ante las dimensiones que había ido cogiendo la realización de la primera gran reunión de la disidencia cubana. Y en un alarde de fuerza y poderío, Raúl Castro dio la orden de derribar dos avionetas civiles desarmadas procedentes de la Florida, las cuales rutinariamente sobrevolaban las aguas entre los dos países, para auxiliar compatriotas en embarcaciones y balsas a la deriva.

En el crimen murieron cuatro jóvenes de origen cubano, residentes en Estados Unidos: Mario de la Peña, Carlos Costa, Pablo Morales y Armando Alejandre.

Tania Quintero
Foto: ZX-GR, Flickr

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