lunes, 12 de junio de 2023

El origen de dos refranes cubanos


Como casi siempre que visito el Atelier Morales en París, de los artistas y arquitectos Juan Luis Morales Menocal y Teresa Ayuso, un sitio en donde con frecuencia se celebran presentaciones, conferencias y exposiciones, surgen durante nuestras conversaciones muchos temas de interés relativos a la historia cubana. Durante nuestro último encuentro, Juan Luis Morales anunció que dos de las frases más conocidas del catauro cubano de voces populares nacieron en el seno de su propia familia. La primera de estas frases (La culpa de todo la tiene el totí), se utiliza cuando nos referimos a alguien que, como chivo expiatorio, carga siempre con la culpa de todo lo malo que ocurre; es decir, la persona que siempre paga los platos rotos y sobre el que se descarga la responsabilidad de cualquier trastada o, simplemente, molestia.

Fernando Ortiz en la primera edición de su Nuevo catauro de cubanismos, que data de 1923, afirma que la frase surgió porque el totí era un ave que picoteaba las cosechas y como los esclavos sustraían azúcares y otros granos para su subsistencia le echaban la culpa a este plumífero tan abundante en los campos de Cuba. Por supuesto, la connotación racista de la frase no deja duda alguna, pero el uso en aquella época era frecuente y terminó extendiéndose a cualquier individuo sobre el que cayera la culpa de alguna fechoría. Lo que no encaja en la afirmación de Ortiz es que la frase se había utilizado siempre para señalar a alguien que no era responsable de lo que se le achacaba, con lo cual en el caso de aquellos esclavos lo cierto era que, evidentemente, sí eran ellos los que sustraían para su sustento pequeñas cantidades de la cosecha.

En cambio, por transmisión oral y gracias a la memoria familiar del entrevistado, la frase ha quedado, como consecuencia de un hecho notorio, marcada por el lugar y la fecha exacta en que surgió, de la misma manera que otra posterior sobre la que también hablaremos ―“Los cogieron asando maíz”―, también parte de la tradición oral de esta familia habanera.

Juan Luis, cuéntanos los antecedentes del momento en que “La culpa de todo la tiene el totí” irrumpe en tu entorno familiar.

-Para ubicar el contexto en que nace la frase tengo que remontarme a un ancestro que era, como solemos decir, de armas tomar. Se trata de Manuel José Recio Morales Armenteros, quien fue el III marqués de la Real Proclamación, además de marqués de la Real Campiña, y cuyo primogénito era Manuel Rafael Morales Sotolongo, nacido en La Habana en 1799. Al parecer Manuel José tenía ideas muy conservadoras y exigía que sus hijos se casaran con mujeres pertenecientes a la nobleza cubana o, al menos, directamente emparentadas con esta.

-Pero sucedió que su primogénito lo desoyó y se unió extramatrimonialmente con María del Rosario Flores Valladares, descendiente de una rica familia de terratenientes de Güines, probablemente mucho más pudiente que la de Manuel José, pero desprovista de títulos nobiliarios. Fue esta la razón por la que el marqués amenazó a su hijo con desposeerlo de los dos títulos, cosa que no logró, ya que su hijo Manuel Rafael continuó su relación con María del Rosario y escribió al rey Fernando VII para hacer valer en las Cortes su unión y el reconocimiento de sus hijos como herederos, a pesar de los intentos del padre por impedirlo.

¿Fue entonces que organiza la trama que cambia el destino de esa rama de la familia?

-En efecto. Resulta que cuando el marqués vio que su hijo se salía con la suya, se presentó en la Quinta La Aurora en donde vivía la pareja con sus hijos, un cafetal de su propiedad en la zona del Wajay, al suroeste de La Habana. En esta zona las familias adineradas tenían fincas y cafetales, y La Aurora (también conocida como Finca Morales) era uno de los primeros de su tipo fundados en Occidente hacia mediados del siglo XVIII.

-A la propiedad llegó entonces el marqués, un día del año de 1832, con la intención de hacer las paces con la pareja. Y como se solía hacer en aquel entonces, todos tomaron chocolate al final de la tarde en el portal de la casona, servidos por un esclavo a cargo del servicio doméstico. Al rato de ingerir la bebida María del Rosario comenzó a sentirse mal y, en poco tiempo, cayó fulminada y murió. Traen inmediatamente al médico del Wajay quien no tarda en establecer el dictamen: “Muerte por envenenamiento con arsénico”. Se congrega entonces a toda la servidumbre para indagar quién había preparado la bebida y no tardan en señalar al mismo esclavo que les había servido. Como es lógico, este comenzó por negar tal acto, pero bajo tortura terminó confesando su responsabilidad. Todo parece indicar que el viejo marqués utilizó métodos poco ortodoxos para arrancarle la confesión a este hombre con quien, en realidad, se había confabulado antes para que echara el producto fatal en la bebida de María del Rosario.

-Desde ese dramático incidente, comenzó a repetirse la frase de “la culpa de todo la tiene el totí”. Y no solo en el ámbito familiar, sino también entre la servidumbre y también los habitantes del poblado del Wajay. Fernando Ortiz cuando incluye la frase en su “catauro” no precisa la fecha ni la atribuye a ningún hecho específico. Sin embargo, los miembros de la familia Morales tienen conocimiento de que la frase surgió a partir de aquel memorable suceso del que toda La Habana se hizo eco rápidamente.

¿Y el viudo nunca tomó cartas en el asunto? ¿No intentó esclarecer la verdad?

-Hay hechos que demuestran hasta qué punto el rechazo a María del Rosario era casi enfermizo. El viudo había tenido seis hijos con ella, todos Morales Flores y, entre estos, cuatro varones. El viejo marqués muere en 1839, pero dos años antes de su fallecimiento Manuel Rafael, el hijo, se casa con María Dolores Sotolongo Cabrera, emparentada por parte de madre con los Morales y descendiente por parte de su padre de una vieja familia aristocrática de La Habana.

-En ese momento, Manuel Rafael no había logrado todavía, mediante documento, que se reconociera legalmente el derecho de sus hijos con María del Rosario a “heredar y gozar de apellidos y bienes”, algo que llega mucho más tarde después de la muerte de Fernando VII, firmado por la niña reina Isabel II por mediación de su madre, la reina regente María Cristina de Borbón. Manuel José sí puede heredar el título de IV marqués de la Real Proclamación y II marqués de la Real Campiña, pero con el veto paterno de no poder transmitirlos a ninguno de sus hijos con la envenenada.

-Saltándose los derechos de sucesión que le correspondían al primogénito de la rama de los Morales Flores, quien heredaría entonces ambos títulos es su único hijo con la Sotolongo (segunda esposa), llamado José Sebastián Morales Sotolongo. Es una de las razones, aunque hay otras, por las que estos marquesados permanecen todavía en esta rama y no en la que más derechos tenía y tiene.

¿Los hijos de María del Rosario tampoco hicieron nada?

-Según las memorias de nuestra tía abuela Caridad Morales Pedroso la dote que había dejado María del Rosario era importante, así como la parte del mayorazgo no heredado. Por eso, su hijo Agustín, estimulado por su esposa María de Jesús Martín de Medina Xenes, le pone un pleito al padre y al abuelo ya fallecido reclamando la parte de la herencia que le corresponde por su madre. Como la sentencia del caso termina reconociendo sus derechos, obtiene 600.000 pesos y se convierte en el propietario, entre otras, de la Quinta Lourdes, la Quinta La Aurora, así como de las 16 caballerías de tierra de la finca La Miranda. Las tierras de esta última correspondían al actual reparto Miramar, desde el Almendares hasta la calle 42, y la casa quinta se hallaba en Alturas de Miramar, muy cerca del actual Puente de Hierro y de las márgenes del río.

-Este hecho fue determinante para el nacimiento, unas décadas después, de ese reparto, ya que la finca pasa de Agustín a su hijo, Manuel José Morales Martín de Medina, casado con María Caridad Pedroso Mantilla y, de este, a sus hijos Luis Morales Pedroso, mi abuelo, y a su hermano Leonardo, junto a sus dos hermanas Estela y Caridad. Fue Manuel José, mi bisabuelo, el que imaginó y registró en el Ayuntamiento de Marianao el proyecto con el nombre de Miramar, por el que se conoce hoy a todo este reparto habanero, cuyas tierras en aquel entonces le pertenecían por completo, desde el río Almendares hasta la actual calle 38. Toda esa extensión no era más que un terreno rocoso lleno de maleza y marabú en el que solo existió hasta 1917 la mencionada finca La Miranda.

-Todos esos documentos forman parte hoy del fondo de la Asociación Morales y Compañía, fundada en París junto a mis dos hermanas Alicia y Virginia Morales Menocal. Estamos preparando un libro para que, de alguna manera, no se pierdan la memoria familiar y el rico patrimonio arquitectónico legado por la firma Morales. Como sabemos, después de que mi abuelo, el urbanista Luis Morales traza los planos y prepara el terreno, fue mi bisabuelo Manuel José quien vendió el terreno con el proyecto aprobado del reparto de Miramar a José López Rodríguez, conocido como “Pote”, y a Ramón González de Mendoza, pero quedó como propietario de Censo con la renta de unas 14 manzanas hasta 1959.

Llega entonces, años después, un segundo episodio que implica también a los Morales y da nacimiento al segundo refrán: “Los cogieron asando maíz”. ¿En qué momento y circunstancias aparece la frase?

-Esto sucede ya muy entrada la Guerra de los Diez Años, exactamente en 1875. El relato de los sucesos los recoge en sus memorias familiares Juan López de Oña Morales y tiene que ver exactamente con Agustín Morales Martín de Medina, hermano del mencionado Manuel José, propietario de La Miranda y Miramar. Al parecer, un día de San Juan, Agustín junto a otros 11 jóvenes cubanos de 16 a 20 años de edad, se reunieron en una finca del ingenio Sandoval, cerca de Guanajay y fueron detenidos por soldados españoles. Hubo una reyerta tras la que murieron tres soldados españoles y otros cinco resultaron heridos. El gobernador local ordenó entonces la persecución de los jóvenes y difundió el rumor de que formaban parte de una expedición independentista. Todo parece indicar que lograron capturar a ocho de ellos, mientras que cuatro permanecieron prófugos por un tiempo. Pero sucedió que como no había mucho que comer, los jóvenes decidieron reunir unas cuantas mazorcas de maíz y ponerlas al fuego para asarlas y comérselas. El humo que desprendían las mazorcas al fuego fue lo que alertó a los esbirros del gobernador que no tardaron en capturar a los cuatro que faltaban.

-De ese modo fueron capturados y fusilados el 23 de julio de 1875, Agustín Morales Martín Medina (17 años), Julio Broderman Morales, Antonio María Urbano Pedroso (estudiante de Medicina), Virgilio Silva, Francisco Portocarrero, Alfredo Álvarez, Antonio Aguirre y Manuel Vilauerbe, más los cuatro restantes capturados después. De nada valieron las justificaciones ofrecidas por sus familiares tratando de minimizar los hechos y afirmando que los jóvenes habían salido simplemente de cacería y que, bajo los efectos del alcohol, se había producido aquel altercado. Desde entonces circuló el rumor entre los habaneros que a aquellos jóvenes pertenecientes a familias distinguidas los habían cogido “asando maíz”, una frase que pasó al lenguaje coloquial cada vez que se quiere expresar que alguien ha sido sorprendido cuando menos se lo esperaba.

¿Qué impacto tuvo el fusilamiento de este hermano de tu bisabuelo en la familia?

-Desde los tejemanejes y las intrigas del viejo marqués de la Real Proclamación los miembros de esta rama de los Morales se convirtieron en fervientes antimonárquicos. El fusilamiento de Agustín, a quien llamaban “Tintín” y cuyo único retrato lo conservan Jacqueline Albarrán y Mario González de Mendoza en Palm Beach, no hizo más que acrecentar el sentimiento independentista y republicano de la familia. Al punto que María del Rosario Morales Martín, una de sus hermanas, a la que llamaban “Charito”, casada con Gustavo de los Reyes Melo, se convirtió en una acérrima enemiga de la metrópoli y participó en las dos guerras no solo conspirando, sino escondiendo y transportando armas y municiones para los insurgentes.

-Su casa en la calle Luz N° 30 de La Habana Vieja se convirtió en un foco revolucionario y todo su patrimonio, incluido lo que sacaba del cafetal La Aurora, fue puesto al servicio de la lucha independentista. Por supuesto, fue descubierta, detenida en la prisión de Guanabacoa, interrogada, maltratada y deportada por Valeriano Weyler durante la Guerra de 1895. Desde Nueva York, en donde se exilió con su familia, continuó la lucha por la independencia de la Isla. Y con la instauración de la República regresó a La Habana en donde recibió el grado de capitana del Ejército Libertador y fundadora del Asilo de Huérfanos de la Patria, así como la Cruz de Caballero de la Orden de Carlos Manuel de Céspedes.

William Navarrete
Cubanet, 28 de abril de 2023.
Foto: Juan Luis Morales Menocal en París. Tomada de CubaNet.

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