miércoles, 12 de junio de 2013

El "período especial" fue del carajo (V)



Si en una agonía se convirtió alimentarse, vestirse, calzarse, bañarse, limpiar la casa y contener la sangre menstrual, en un verdadero calvario devino el transporte urbano e interprovincial.

Surgieron en La Habana los “camellos”, culpables en buena medida de la destrucción de las avenidas por donde pasaban con su pesada carga (casi 200 personas en cada uno), los bicitaxis y las bicicletas cambiaron el panorama y también llevaron dolor a muchos hogares, por la cantidad de muertos causados.

En el interior de la isla renacieron los carretones y coches tirados por caballos y los viajes de una provincia a otra se hacían en cualquier vehículo rodante, fuese la parte de atrás de un camión o de una rastra. Los vuelos nacionales de Cubana de Aviación se redujeron a la mitad o menos, los trenes, lentos y viejos, fueron incapaces de satisfacer la demanda, sobre todo en meses de vacaciones y fin de año.

Los añejos carros americanos -más conocidos por almendrones- exteriormente delataban el fabricante (Ford, Chrysler, Oldsmobile, Chevrolet, Buick) y la década (1940-50), pero para que de verdad funcionaran había que ponerles motores “nuevos”, la mayor parte de las veces procedentes de autos rusos (Lada, Volga, Moskvich). Los mecánicos comenzaron a ser cotizadísimos: eran capaces de armar verdaderos frankensteines automovilísticos.

Dicen que el “deporte nacional” en Cuba no es la pelota (béisbol) sino pegar tarros (poner los cuernos) a novios o maridos. Pero el “periodo especial” dejó tan deshuavinados a los cubanos, que sin ganas de templar (follar) se quedaron.

El gobierno cubano en salud y educación dice tener sus dos grandes logros. Miente: la libreta de racionamiento y los apagones son también otros dos grandísimos logros.

Si excluimos aldeas tribales africanas, indígenas o asiáticas, donde aún no ha llegado la electricidad, Cuba tiene dos récords que deberían figurar en el Libro Guinness: la población que más años ha vivido con cartilla de racionamiento y la que acumula más horas de oscuridad, de falta de agua y de combustible para cocinar.

Los “apagones programados” -ésos que te avisaban por la prensa que tal día a tal hora en la zona número tal habría cortes de fluído eléctrico en el horario tal- tienen la ventaja de que como “guerra avisada no mata soldados”, puedes prepararte, pero, sobre todo, resignarte a que ese día todo irá al revés.

Pero los que desequilibran a masantín el torero son los “apagones no programados”, casi siempre producidos por una rotura en una termoeléctrica o porque el transformador del poste de la esquina empezó a chisporrotear por un cortocircuíto. Dado el deterioro de los equipos, esas averías eran bastante frecuentes y podían ocurrir cualquier día de la semana, a cualquier hora y crearte un estrés extra no programado.

A unos y otros apagones trataba de cogerlos con calma, pero no podía. Es algo superior al aguante del cubano más ecuánime, sobre todo, de las mujeres, quienes siempre estábamos al borde del ataque de nervios.

Los apagones diurnos no eran más llevaderos: impiden a las amas de casa hacer sus quehaceres, los refrigeradores empiezan a descongelarse, el agua a ponerse “bomba” (caliente) y los ventiladores sin echar el necesario aire en cualquier época del año.

Si no tenías pencas ni abanicos, a echarse fresco con un pedazo de cartón. Tampoco podías poner el motor del agua, hacer un batido, cocinar el arroz en la olla arrocera y como el “apagoncito” puede afectar el suministro de gas, no tienes candela para preparar la comida o calentar agua para bañarte (la inmensa mayoría de los cubanos se bañan con cubos de agua).

Los “criminales” de verdad eran los apagones nocturnos, sobre todo si en casa tienes un niño (mientras más pequeño, peor) o un enfermo (mientras más viejo, peor). Lo único que me gustaba era el silencio reinante. Entonces yo, superdesafinada, en medio de aquel silencio empezaba a improvisar y “cantar”, bien alto, para que todo el vecindario me oyera (antes de 1995 sabían que era periodista oficial, o sea “revolucionaria”, despues del 95 sabían que me había convertido en periodista independiente, es decir “contrarrevolucionaria”): “El apagón, gon, gon, me gusta un cojón, jon, jon”. O si no: “Ay que rico, cómo me gusta estar así, bien oscurita, irme a dormir pa’mi camita, con ese calorcito y los mosquitos pican que te pican”. Si tenía encendido el bombillito de la creatividad, me quedaban mejor los cánticos, si no, una auténtica pesadez.

En mi casa me decían “cállate ya, no jodas más, que todavía va a venir alguien del comité y se forma un lío por gusto”. Otras veces me sentaba en la terraza con mi Sony de 13 bandas y ponía bien alto la emisora extranjera que en ese momento pudiera sintonizar, fuera la BBC, Radio Exterior de España, VOA o Radio Martí.

Tania Quintero
Foto: Portada del libro Devorando a lo cubano, de Rita de Maeseneer (Editorial Vervuert, 2012). Una lectura gastrocrítica a textos relacionados con el siglo XIX y el Período Especial.
Para el siglo XIX, Rita De Maeseneer establece un diálogo con planteamientos de índole racial, social, (proto)identitaria y metaliteraria a partir de las remisiones culinarias en textos como Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, La Havane de la condesa de Merlin, relatos de viajeros como Fredrika Bremer y Cimarrón de Miguel Barnet. El Período Especial es abordado desde la (est)ética de la carencia en un abanico de novelas de Leonardo Padura Fuentes, Zoé Valdés, Daína Chaviano, Pedro Juan Gutiérrez, Karla Suárez, Ena Lucía Portela, Robert Arellano y Ronaldo Menéndez. A modo de conclusión, el estudio propone una reflexión sobre el ensayo Las comidas profundas de Antonio José Ponte. Algunas ilustraciones de marquillas y litografías del siglo XIX y breves remisiones a películas para el período postsoviético enriquecen los análisis de textos.
Rita De Maeseneer es catedrática de Literatura Latinoamericana en la Universiteit Antwerpen (Bélgica). Es autora de El festín de Alejo Carpentier (2003), Encuentro con la narrativa dominicana contemporánea (2006), Ocho veces Luis Rafael Sánchez (2008), Seis ensayos sobre narrativa dominicana contemporánea (2011).

1 comentario:

  1. Leer estos relatos me hace llorar, que surrealismo tan cruel vivimos y eso que es imposible contarlo todo, además, personalmente ya ni lo hago, me parece que no me entienden, no me creen. Recordé mientras leía, una nueva forma de asesinato que surgió con las bicicletas, cuando amarraban una cuerda a lo ancho de una calle y aprovechando los apagones cuando se acercaba un ciclista la levantaban para tumbarlo y robarle la bicicleta, algunas víctimas morían estranguladas, otros muertecitos de Fidel. Discrepo sobre los apagones, lo considero un término incorrecto, lo correcto sería hablar de alumbrones. No sigo, no hay palabras para contarlo todo.

    ResponderEliminar