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domingo, 20 de mayo de 2012

En memoria de dos cubanos fallecidos en 1998


Por Tania Quintero

No se conocían. Los dos se fueron inesperadamente. Lidia Acosta, 54 años, ama de casa, trabajadora por cuenta propia y presidenta del CDR de su cuadra, vivió siempre en el Nuevo Vedado. Falleció el domingo 8 de febrero de 1998 de cáncer de pulmón en el Hospital Ameijeiras.

Evelio Arca, 62 años, murió en el Hospital Calixto García, el martes 10 de febrero. Hacía diez meses que se había jubilado. Durante casi 50 años, fue un obrero de los buenos, de los que nunca llegaba tarde ni se ausentaba de su trabajo, pasara lo que pasara. Su laboriosidad no entraba en contradicción con su forma de pensar: a diferencia de Lidia, Evelio nunca se sintió atraído por la ideología comunista.

Natural de los Remates de Guanes, el poblado más occidental del país, en Pinar del Río, la mayor parte de su vida residió cerca de la céntrica Esquina de Tejas, en el municipio habanero del Cerro. Un tumor cerebral se lo llevó en apenas un mes y su familia más allegada se componía de su esposa, dos hijas, dos nietas, un hermano, un yerno y ocho cuñados.

Lidia residía a dos cuadras del Parque Zoológico de la Avenida 26, y sus seres más cercanos eran Leima, su única hija y Amanda, su única nieta. Dejó una buena casa de dos plantas, bien amueblada y con muchos libros y revistas, que alquilaba a un peso diario cada uno. Pero también les dejó un gran vacío que estoicamente las dos tratan de llenar con el apoyo de amigos y vecinos. Eso suele ocurrir cuando la familia es corta.

Evelio vivía en una vieja casona, reformada, agrandada para que su núcleo familiar de siete personas (cinco adultos y dos niños) pudiera hacer mas llevadero el 'período especial' que padecen los cubanos desde hace ya 8 años. Su ausencia se soporta mejor porque en la casa quedó el yerno, un hombre que de achantado no tiene un pelo. Tampoco las tres mujeres se duermen en los laureles: todos están acostumbrados a "echar pa'lante".

Lidia y su hija luchaban de otro modo, en otro ambiente, con más recursos. Pero se fue tristemente: no fue velada, ni tuvo flores. Su hija así lo decidió, en un gesto realista que pocos en el vecindario entendieron. Lidia murió por la mañana, y después de la autopsia y los trámites legales fue llevada directamente al cementerio. Sólo su hija, un hermano y una amiga la acompañaron a su destino final. No la incineraron porque es algo demasiado complicado en un país sin tradición de quemar a sus muertos.

Evelio falleció a las 5:30 de la mañana. Cerca de las 12 del día trasladaron su cadáver de la morgue hasta la funeraria La Nacional, en el centro de La Habana, no muy lejos de su domicilio. El Instituto de Medicina Legal, donde hacen las autopsias, colinda con la fábrica donde Evelio laboraba, en Cerro y Boyeros: fue el último adiós a su centro de trabajo.

Lo velaron hasta las 8 de la mañana del día siguiente. Decenas de parientes, compañeros, vecinos y amigos desfilaron por la funeraria. Tuvo una veintena de coronas. Todo acorde al estilo conservador y meticuloso de un hombre organizado como no suelen ser los cubanos.

El mayor hobby de Evelio no era precisamente leer, sino estar siempre trabajando, en su casa o en su fábrica. Cuentan que ya moribundo recordaba a los suyos que había que ir a comprar el pan y que no se olvidaran de buscar el pescado. Casi nunca iba al cine y cuando se sentaba a ver la televisión, se quedaba dormido. Era un oyente habitual de Radio Martí.

La que se pasaba mucho tiempo leyendo era Lidia. Casi todos los libros y revistas que alquilaba los había leído. No fue tan excesivamente metódica como Evelio y él no fue tan revolucionario como ella, pero los dos se marcharon cuando aún podían haber sido útiles a su familia y a la sociedad.

Lidia soñaba con ver a su nieta convertida en una mujer de éxito como las que a menudo salen en las revistas del corazón que alquilaba. Evelio anhelaba viajar a Estados Unidos a reencontrarse con sus seres queridos.

Evelio Arca fue un gran amigo mío y de mi familia durante más de 30 años. Lidia Acosta fue solo una conocida, pero su muerte la senti por igual. Ninguno de los dos era religioso y una de las grandes insatisfacciones que tuvieron fue la de no haber podido celebrar la llegada de un nuevo siglo.
Publicado en Cubafreepress el 18 de febrero de 1998.

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