Por Iván García.
Llámense como se llamen, sean fuertes o débiles, desde hace siglos, los ciclones forman parte de la vida del cubano. Y a menudo (o casi siempre) sirven para justificar las deficiencias del gobierno.
Tradicionalmente los ciclones son bautizados con nombres atractivos. Cierta maldad se esconde en las personas encargadas de bautizarlos. Casi todos suenan agradables al oído: Flora, David, Andrew, Lili, Georges... Y, sin embargo, sus consecuencias han sido nefastas, independientemente que detrás de ellos hubiera estado El Niño o La Niña, fenómenos climatológicos que en los últimos años han sido culpados por una parte de los desastres naturales ocurridos en el planeta.
Los daños provocados por éstos y otros huracanes han quedado archivados en la prensa de la época. Si como se dice Dios es el creador del Universo, su enemigo antagónico, Satanás, debe ser el padre de los huracanes. O por lo menos, el padrastro. Por ello sería bueno sugerirle a los centros regionales de la Organización Meteorológica Mundial que bauticen a estas tormentas de agua y viento de acuerdo con los desastres que cometen a su paso. Ponerles nombres feos como Salustiano o Godofredo, o identificarlos con personajes perversos como Torquemada, Hitler, Stalin, Pinochet, Somoza, Pol Pot…
En el caso específico de Cuba, otro tipo de adversidad ha destrozado la economía del país y causado estragos a sus habitantes. Y lo peor del caso es que este "huracán" no termina de pasar: permanece estacionario desde hace más de cuatro décadas en el mismo lugar y, según se pronostica, permanecerá unos años más. ¡Vaya desgracia! El peculiar fenómeno social ha dejado una estela de hambre y miseria en toda la Isla. Y suele tomar las irregularidades climáticas como pretexto de su ineficiencia.
No importa sin son tormentas del siglo o depresiones tropicales de poca intensidad. Serán los culpables de los males en la agricultura, los abastecimientos, la falta de fluido eléctrico, agua y gas -y también de los derrumbes multitudinarios. Hasta han llegado a ser calificados de "enemigos peores que el imperialismo" y sus vientos catalogados como "incapaces de derribar las ideas socialistas". Casi nunca las causas de los problemas salen a flote y de ocultarlos se encarga una prensa oficialista que, salvo excepciones, critica la improvisación y el finalismo con que se manejan aspectos que debían figurar en la agenda diaria de los gobiernos locales.
Ya con el ciclón encima, una buena dosis de populismo y fatuidad rodea las situaciones emergentes que provoca el paso de cualquier anormalidad climática.
Públicamente la prensa oficial ha reconocido que más del 60 por ciento de las viviendas en la Ciudad de La Habana se encuentran en deplorable estado; que el acueducto es anticuado; los tendidos eléctricos son de principios del siglo XX, y que por eso los ciclones se ensañan con la capital, con el récord de poseer un centenar de zonas bajas afectadas por penetraciones del mar.
Ni por asomo se plantea que los hogares y edificaciones se vienen abajo porque en Cuba la política de mantenimiento y reconstrucción apenas existe. ¿Quién es el culpable de que el acueducto Albear, construido a fines del siglo XIX y diseñado para una ciudad de 80 mil habitantes, tenga que llevar la carga mayor de la distribución de agua a una ciudad donde se amontonan hoy más de dos millones de personas? ¿Por qué no se ha sustituido el tendido eléctrico por uno soterrado, que no se caiga y su derribo no ponga en peligro vidas humanas?
El gobierno y sus gobernantes son los principales responsables de que el archipiélago cubano sea tan susceptible al paso de huracanes y que clasifiquemos como país del cuarto mundo en materia de infraestructura de servicios a la población. Si los tifones y maremotos son comunes en determinadas regiones de Asia, en Cuba las perturbaciones ciclónicas forman parte de nuestra historia y hasta de nuestra idiosincrasia. Entonces, ¿por qué tanto despliegue publicitario al paso de cualquier disturbio atmosférico? Muchos cubanos piensan que es para justificar lo mal hecho. Lo real es que la gente no quiere que el ciclón que sea, llámese como se llame, desate su furia, porque ella logrará agravar aún más sus penurias.
(Publicado en Cubafreepress el 2 de octubre de 1998)
Tradicionalmente los ciclones son bautizados con nombres atractivos. Cierta maldad se esconde en las personas encargadas de bautizarlos. Casi todos suenan agradables al oído: Flora, David, Andrew, Lili, Georges... Y, sin embargo, sus consecuencias han sido nefastas, independientemente que detrás de ellos hubiera estado El Niño o La Niña, fenómenos climatológicos que en los últimos años han sido culpados por una parte de los desastres naturales ocurridos en el planeta.
Los daños provocados por éstos y otros huracanes han quedado archivados en la prensa de la época. Si como se dice Dios es el creador del Universo, su enemigo antagónico, Satanás, debe ser el padre de los huracanes. O por lo menos, el padrastro. Por ello sería bueno sugerirle a los centros regionales de la Organización Meteorológica Mundial que bauticen a estas tormentas de agua y viento de acuerdo con los desastres que cometen a su paso. Ponerles nombres feos como Salustiano o Godofredo, o identificarlos con personajes perversos como Torquemada, Hitler, Stalin, Pinochet, Somoza, Pol Pot…
En el caso específico de Cuba, otro tipo de adversidad ha destrozado la economía del país y causado estragos a sus habitantes. Y lo peor del caso es que este "huracán" no termina de pasar: permanece estacionario desde hace más de cuatro décadas en el mismo lugar y, según se pronostica, permanecerá unos años más. ¡Vaya desgracia! El peculiar fenómeno social ha dejado una estela de hambre y miseria en toda la Isla. Y suele tomar las irregularidades climáticas como pretexto de su ineficiencia.
No importa sin son tormentas del siglo o depresiones tropicales de poca intensidad. Serán los culpables de los males en la agricultura, los abastecimientos, la falta de fluido eléctrico, agua y gas -y también de los derrumbes multitudinarios. Hasta han llegado a ser calificados de "enemigos peores que el imperialismo" y sus vientos catalogados como "incapaces de derribar las ideas socialistas". Casi nunca las causas de los problemas salen a flote y de ocultarlos se encarga una prensa oficialista que, salvo excepciones, critica la improvisación y el finalismo con que se manejan aspectos que debían figurar en la agenda diaria de los gobiernos locales.
Ya con el ciclón encima, una buena dosis de populismo y fatuidad rodea las situaciones emergentes que provoca el paso de cualquier anormalidad climática.
Públicamente la prensa oficial ha reconocido que más del 60 por ciento de las viviendas en la Ciudad de La Habana se encuentran en deplorable estado; que el acueducto es anticuado; los tendidos eléctricos son de principios del siglo XX, y que por eso los ciclones se ensañan con la capital, con el récord de poseer un centenar de zonas bajas afectadas por penetraciones del mar.
Ni por asomo se plantea que los hogares y edificaciones se vienen abajo porque en Cuba la política de mantenimiento y reconstrucción apenas existe. ¿Quién es el culpable de que el acueducto Albear, construido a fines del siglo XIX y diseñado para una ciudad de 80 mil habitantes, tenga que llevar la carga mayor de la distribución de agua a una ciudad donde se amontonan hoy más de dos millones de personas? ¿Por qué no se ha sustituido el tendido eléctrico por uno soterrado, que no se caiga y su derribo no ponga en peligro vidas humanas?
El gobierno y sus gobernantes son los principales responsables de que el archipiélago cubano sea tan susceptible al paso de huracanes y que clasifiquemos como país del cuarto mundo en materia de infraestructura de servicios a la población. Si los tifones y maremotos son comunes en determinadas regiones de Asia, en Cuba las perturbaciones ciclónicas forman parte de nuestra historia y hasta de nuestra idiosincrasia. Entonces, ¿por qué tanto despliegue publicitario al paso de cualquier disturbio atmosférico? Muchos cubanos piensan que es para justificar lo mal hecho. Lo real es que la gente no quiere que el ciclón que sea, llámese como se llame, desate su furia, porque ella logrará agravar aún más sus penurias.
(Publicado en Cubafreepress el 2 de octubre de 1998)
Que buen post! Queda tan bien explicado el verdadero huracán. Hasta cuando, nos preguntamos todos. Un saludo.
ResponderEliminarCiclon Fidel el que se a ensañado en Cuba por casi 50 años, gracias a el se esta derrumbando todo, y el pueblo se encuentra desolado y vacio, estamos solos caballeros al mundo no le importa Cuba.
ResponderEliminarEs un elemento natural de liberación de la naturaleza,, me viene en mente el desbordamiento de los ríos q fertilizan la tierra, quizás sea el nacimiento de algo ,,,Esperemos sea varón Y QUE NO SEA PIONERO...saludos
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