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sábado, 7 de julio de 2012

Y volvieron las criadas




Por Tania Quintero*

En 1961, luego de pasar un curso para formar maestras rurales que tuvo por escenario las montañas de la Sierra Maestra, en el extremo sudoriental de la isla, fui seleccionada para la Escuela de Instructoras Revolucionarias Conrado Benítez.

Esa escuela, una idea de Fidel Castro, tenía por objetivo combinar estudio con trabajo. Por las mañanas y tardes recibíamos clases, y por las noches, de lunes a viernes, las alumnas nos convertíamos en profesoras de ex empleadas.

1961 fue declarado Año de la Educación y junto con una campaña de alfabetización que llegó hasta los lugares más recónditos del archipiélago cubano, se emprendieron diversos planes educacionales.

Uno de ellos estaba dirigido a las mujeres, en particular aquellas que se ganaban la vida como criadas. En varios municipios de La Habana se abrieron escuelas de superación para la mujer.

El triunfo de los rebeldes en 1959 había provocado una estampida entre la burguesía nacional. Ricos y menos ricos partieron hacia aquellos países que consideraron propicios para continuar sus negocios: Estados Unidos, Puerto Rico, Venezuela, República Dominicana, Costa Rica, España.

Escritores y artistas plásticos, músicos y deportistas, jineteras y esposas de gerentes, médicos y disidentes, entre otros, se valen hoy de un personal de confianza, no sindicalizado ni oficialmente reconocido y en ocasiones mal remunerado, por no decir explotado.

A diferencia de la época prerrevolucionaria, cuando los que se dedicaban a trabajar en casas particulares eran ciudadanos sin calificación, en ocasiones procedentes del campo, en la actualidad infinidad de profesionales con títulos de nivel superior están dispuestas a dedicarse al servicio doméstico.

Rebeca estudió ruso y tras la desaparición de la URSS se hizo también traductora de inglés. Es empleada de un organismo estatal, pero está en busca de una familia extranjera que quiera contratarla para cocinar o cuidar niños "porque por muy poco que me paguen voy a ganar más".

En el 2000, el salario mensual medio es de 108 pesos, menos de 10 dólares al cambio oficial, y un foráneo residente en Cuba paga, como mínimo, 50 dólares al mes.

Katia es artesana. Su fuerte es la orfebrería, pero lleva un año limpiando y fregando en una vivienda dedicada a alquiler de habitaciones para turistas. "Me dan cinco dólares diarios y al finalizar el mes logro reunir el equivalente a 2.200 pesos, un dinero que nunca obtendría haciendo artesanías para vender al Estado".

Casos como el de Katia y Rebeca abundan por todo el país. Reflejan la determinación de la mujer cubana de luchar para mejorar sus condiciones de vida (y de no pocos hombres convertidos en criados por obra y gracia de la dolarización).

Muchas de estas familias adineradas dejaron sus residencias al cuidado de su personal doméstico, convencidas de que la revolución verde olivo era cuestión de meses.

Durante cinco años, de 1961 a 1966, fui maestra de cocineras, limpiapisos, lavanderas, planchadoras, amas de llaves, manejadoras (como se llamaba entonces en Cuba a las actuales baby-sitters) y amas de casa, quienes también podían asistir a estos colegios nocturnos de capacitación.

Miles de mujeres aprovecharon esa oportunidad para dejar a un lado el delantal y la escoba y se hicieron técnicas y choferes de alquiler, entre otras profesiones.

Cuarenta años después de esa "revolución dentro de la revolución", las criadas han vuelto a florecer. Aunque el viejo oficio nunca desapareció del todo: siempre tuvieron criadas los diplomáticos y los dirigentes cubanos de alto nivel. Pero durante años, sobre todo en el período 1970-1990, se mantuvo con discreción.

Ahora, en cambio, muchísima gente de clase media y baja, paga a mujeres y hombres para que les ayuden en las faenas hogareñas.

También constituyen un ejemplo elocuente de la involución de un modelo ideológico que en los años 90 fue desastroso para millones de seres dentro y fuera de Cuba.

Foto: Portada del libro en el cual se basó el filme The Help, que en 2011 tuvo gran éxito de público en Estados Unidos y le valió un Oscar como mejor actriz a la afroestadounidense Octavia Spencer (Alabama, 1972). Igualmente muy popular fue la canción The Living Proof, interpretada por Mary J. Blige.

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