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miércoles, 7 de abril de 2010

¡Gracias, Damas!


Por Tania Quintero

Las vi nacer, al lado de Blanca Reyes, esposa de Raúl Rivero, y a cuya casa a partir de la detención de Raúl, el 20 de marzo de 2003, iba tres y hasta cuatro veces a la semana. No tuve la dicha de conocerlas a todas, pero no olvido a las primeras que comenzaron a ir todos los domingos, vestidas de blanco, a la iglesia de Santa Rita de Cássia, en 5ta. Avenida entre 26 y 28, Miramar.

He puesto esa foto donde ellas se ven de espaldas, para no hacer distinción. Hay una que ya no está, Gloria Amaya, y hay otras que viven en el interior de la isla. O en La Habana, aunque por distintos motivos no participan en todas las actividades. Otras dejaron de serlo al ser excarcelados sus esposos o viven en el exilio, como la propia Blanca, quien ahora las representa en España.

El domingo 23 de noviembre de 2003, dos días antes de marcharme de Cuba, era el onomástico de Raúl Rivero, en ese momento cumpliendo una condena de 20 años de prisión en Canaleta, Ciego de Ávila.

En vez de ir a su domicilio, en el corazón de la ciudad, pensé ir a Miramar, a llevarle unas flores a Santa Rita y coincidir con las esposas y familiares de los disidentes encarcelados en la fatidíca primavera negra. Y así despedirme de ellas y también de esa barriada verde y hermosa de la capital.

Para hacer menos traumática mi salida, ni a mi familia ni tampoco a Blanca, dije nada de que Suiza nos había concedido asilo político a mí, mis dos hijos y mi nieta mayor.

Y por ello ese domingo, en vez de ir a Miramar, decidí despedirme de la ciudad donde nací, desde Centro Habana, con sus casas viejas, sus calles rotas y su gente común y corriente. Un municipio ligado a mi infancia, a mi primer trabajo como mecanógrafa a los 16 años, y también a mi vida como periodista independiente.

T emprano, en el portal del agromercado de 10 de Octubre y O'Farrill, en La Víbora, compré un ramo de rosas. En la parada, ahí mismo, cogí un taxi particular que por diez pesos me dejó en Infanta y Peñalver. Caminé las cuatro cuadras hasta el apartamento de Blanca, subí los tres pisos y a Teté, la madre de Raúl, le di las flores, que enseguida puso en un jarrón con agua en su cuarto.

El pretexto eran los 62 años que ese día cumplía su hijo. En realidad fue mi despedida de mi amigo Raúl Rivero y su familia. Y de algún modo, también de las Damas de Blanco, a quienes allí había visto nacer.

Siete años después, quiero darles las gracias. Por demostrarle al mundo que en Cuba hay mujeres cuyos ovarios son más grandes y más fuertes que los cojones de muchos cubanos.

Foto: dumplife, Flickr

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