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lunes, 30 de noviembre de 2009

10 Fotos de los 50


1959. Desde un balcón del Hotel Havana Hilton, Fidel Castro divisa la ciudad que medio siglo después se encuentra abandonada y destruida.


1958. La Habana. Nótese el buen estado que entonces tenían las aceras en el Malecón.


1958. La Habana. Vendedor de helado, en una esquina del Hotel Capri.


1958. Calle Obispo, Habana Vieja .


1958. La Habana. Jake, hermano de Meyer Lansky, en el casino del Hotel Nacional.


1958. La Habana. Otro mafioso, Santo Trafficante, dueño del casino en el Sans Souci.


1958. La Habana. El actor George Raft en el casino del Hotel Capri.


1957. Santiago de Cuba. Manifestación en apoyo a Batista.


1957. Santiago de Cuba. Policías con banderas del Movimiento 26 de Julio encontradas durante un registro.


1954. La Habana. Baile de Carnaval.

Fotos: Joseph Scherschel, Francis Miller, Stan Wayman y Robert W. Kelley, de la revista Life. Textos de Tania Quintero.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El padre del culebrón

Adaptación cinematográfica de 'El derecho a nacer'

Por Boris Izaguirre

Félix B. Caignet fue un visionario. El primero en enganchar al público a un serial de radio. En los cincuenta saltó a la tele: todo el mundo de habla hispana vibró con su telenovela. El autor relata en este texto por qué decidió dedicarle su nuevo libro.

Caignet empezó su carrera como compositor de boleros, de danzones y de representaciones musicales de un país, Cuba, propenso al ritmo, el baile y el verbo colorido. Aterrizó en la radio muy joven y creó uno de los clásicos de la narración radiofónica, el serial para niños, una fórmula reproducida hasta hoy. Su Buenas tardes, muchachitos inició una carrera muy influyente en toda Latinoamérica. En esos programas, Caignet descubrió un juego de campanillas que empleaba para anunciar a los oyentes que la emisión se acercaba a su fin. Pero un segundo redoble de esas campanillas confirmaba la continuación, al día siguiente. El sistema creó la primera fidelidad a un serial radiofónico.

Su siguiente éxito fue el serial policiaco, que jugaba ya con elementos dramáticos que anunciaban el aterrizaje de su género por excelencia, la radionovela. Ese serial policiaco, creado en 1934, tenía como protagonista a un detective chino y peculiar, Chan Li po, y uno de sus casos más célebres fue La serpiente roja. La radio no tenía secretos para Caignet: si las campanillas fueron continuidad en la serie juvenil, la voz de un narrador fue un hallazgo en los policiales.

En 1947, Caignet tuvo una idea genial. Mezclar ingredientes, pero añadiéndole a la aventura un fondo sentimental. Y que éste encerrara un elemento que atrapara a los oyentes.

Cuba ha sido tradicionalmente una tierra caliente y con una población de hijos criados por madres solteras. No era un tema fácil de plantear en una emisión radiofónica, pero Caignet pensó primero el título, El derecho de nacer, y luego, en una de sus grandes máximas: “Hay que hacer llorar al oyente una lágrima en cada final”. Así nació la radionovela, que luego el mismo Caignet reconocería inspirada en las narraciones que contadoras de historias hacían en las fábricas de tabaco de La Habana.

La novedad de El derecho de nacer es la incorporación de la protagonista, una mujer joven de origen humilde que es engañada por un caballero de clase superior, queda embarazada y acude a un médico para eliminar la huella de ese amor. Pero el doctor la convence para que tenga a su hijo y lo deje en manos de una cuidadora. Años más tarde, transformada en una triunfadora, la mujer regresa a buscar a ese hijo y ese amor del pasado, exponiéndose a un sinfín de tropelías y falsas realidades que garantizaban el redoblar de campanillas de un interminable continuará… El impacto de El derecho de nacer fue absoluto en todo el mundo de habla española, incluida España.

Siempre me resultó llamativo que el personaje de la madre que cría al hijo abandonado se suponía que era una negra, de nombre Mamá Dolores (Caignet era él mismo hijo de una esclava). Mamá Dolores fue, precisamente, uno de los pilares del éxito de la emisión, porque por primera vez se escuchaba hablar a una negra con las inflexiones propias de esa raza, bastante denostada en la Cuba de entonces.

Cuba fue el primer país del Caribe en tener televisión, en 1950, y en 1956 llegó el color. Caignet fue invitado a trasladar su éxito lacrimógeno a la pequeña pantalla sin alterar ninguno de sus ingredientes: la trama antiabortista, la mujer engañada por el caballero de clase superior, el triunfo que permite a esa mujer regresar a buscar los trozos de su corazón, y la red de secretos que protege la maldad e hipocresía de quienes le hicieron daño. La gran sorpresa fue ver a Mama Dolores. Es uno de los puntos más divertidos y veraces de mi ficción. Seguía siendo negra, pero la interpretaba, tanto en Cuba como en Venezuela y desde luego en Argentina, una actriz blanca.

A medida que los países de la región adoptaban la televisión, El derecho de nacer fue el programa más importante de su oferta. México lideró el camino, adaptándolo al cine en el mismo año 1950. Momento en el que entró en escena Jorge Mistral, actor nacido en Valencia, que fue uno de los grandes galanes de la época dorada del cine mexicano. A esa interpretación se le debe el estereotipo del protagonista de la telenovela: hombre apuesto, proclive a la tormenta interior, inflexible en sus principios, pero susceptible a las maquinaciones del destino. Y Mamá Dolores fue importada del serial cubano, Lupe Suárez, la única actriz capaz de convertirse en la negra más amada del continente.

Caignet creó también su propio equipo de colaboradores, de donde surgirían sus máximas herederas, Delia Fiallo e Inés Rodena. Todo este fenómeno coincidía con varias dictaduras en los países que abrazaban tanto el medio como la telenovela. En Argentina, Perón diseñaba los cimientos de un populismo que todavía hoy encuentra adeptos en el chavismo, Evo Morales y hasta el propio sandinismo. En Santo Domingo, Trujillo se perfumaba, vestía como Napoleón y asesinaba hasta a miembros de su familia. En Venezuela, Pérez Jiménez construía Caracas con una visión totalitaria, pero dirigida al futuro. España entraba en una segunda década bajo el franquismo. Y en Cuba, Batista mantenía un reinado de terror, con su policía secreta, el temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM), una de las más sanguinarias y violentas de la época. Todo tipo de demostraciones corruptas que dejaron como herencia una estética, tanto personal como urbanística, hoy fascinante y decadente.

Que todos esos regímenes tuvieran en común una historia de amor, radiada o televisada, era demasiada tentación para un autor. La telenovela, tan reaccionaria, moralista, como también populista y prometedora de paraísos imposibles, tenía mucho más poder y recorrido que los autoritarismos de su época y los de hoy.

En 1959, hace 50 años, Castro triunfó con su Revolución, que se hizo definitiva cuando Batista escapó de su isla a bordo de un avión de sus Fuerzas Armadas. El derecho de nacer continuó emitiéndose, su expansión por el continente también. Y el mismo Caignet abrazó la Revolución, entendiéndola como otra demostración de la capacidad de influencia de Cuba en su área. Castro y el Che generaban un magnetismo que cegaba a intelectuales como Sartre, escritores como Hemingway y estrellas díscolas como Errol Flynn, cuya última película se tituló Una rebelde cubana.

‘El derecho de nacer’ conservó sus espectadores, pero el género empezó a despedir sus aromas rancios. La idea de una protagonista pobre y sometida por un sistema feudal chocaba con las propuestas reformistas de la Revolución. Aun así, ésta recibió encantada la solidaridad del padre de la telenovela, de la misma manera que les hacia gracia que el gran cantante Bola de Nieve se abrazara a Fidel y exclamara: “Aquí estoy, del brazo de la Historia”.

En 1961, un grupo de opositores castristas radicados en la cercana Miami idearon una invasión luego apoyada por la CIA. La infausta idea pasó a la historia como el frustrado ataque de la bahía Cochinos. Una de sus secuelas fue el deterioro de las relaciones con Estados Unidos, y muchos de los actores, técnicos y productores de la televisión cubana prefirieron abandonar la isla y llevarse con ellos los instrumentos para desarrollar más telenovelas. Persistente, como sus protagonistas, Caignet no se movió de Cuba.

Casi legendario fuera de Cuba, en la isla vivía como un fantasma de una época despreciable. Murió en 1976 en su fastuosa casa de Los Pinos, al norte de la Habana, con casi nulo reconocimiento oficial. Por esa fecha la Revolución empezaba a incomodar hasta a sus mejores defensores. El tristemente célebre juicio a Herberto Padilla, cinco años antes, un escritor acusado de actividades antirrevolucionarias, sentenciado a delatar a compañeros, creó una sensación de traición entre muchos de los intelectuales que habían recibido a Castro y su Revolución como máximo evento histórico.

En abril de 1980, más de 10 mil cubanos asaltaron la Embajada de Perú buscando asilo político. Una de sus consecuencias fue que el Gobierno cubano permitió la salida de la isla de alrededor de 125.000 de sus ciudadanos, que partieron del puerto de Mariel. Se les conoció en el mundo como “los marielitos”, y las imágenes de hacinamiento, supervivencia y exilio dieron la vuelta al mundo y acabaron con la corriente positiva que existía hacia el régimen de Castro.

Curiosamente, ese mismo año y a lo largo de esa década, El derecho de nacer fue revisitado hasta la saciedad, y la telenovela alcanzó sus cuotas más altas de popularidad mundial. Unidos todos estos datos, investigadas las leyendas urbanas sobre la vida de Caignet y los pioneros de esa televisión latinoamericana, era imposible resistirse a escribir Y de repente fue ayer.

Boris Izaguirre, finalista del Premio Planeta 2007 con ‘Villa Diamante’, dedica a esta historia su nueva novela, Y de repente fue ayer (Planeta), que se publica en abril.

(Publicado en El País el domingo 22.3.09).

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Monarquía amenazada por falta de audiencia


Por John Carlin

La familia real británica es la telenovela de más éxito y de más larga duración de todos los tiempos. Los ingredientes no se los hubiera podido imaginar ni el más desmesurado guionista: aristocracia, dinero, palacios, bellas mujeres, parajes jet-set, amores y desamores, escándalos sexuales, millonarios árabes e, incluso, una muerte trágica, con aires de conspiración.

Y tiene otro factor adicional a su favor, especialmente dentro del Reino Unido. Se trata de una familia con la que, mucho más allá de la lógica y la razón, la gente se identifica como si tuviera con ella una relación sanguínea, o al menos tribal. Pero hoy, aunque el escenario es el mismo, los ratings bajan, la historia pierde gas. Y la culpa la tiene la nueva generación, sus más recientes protagonistas, los que se suponía que iban a relevar al célebre elenco que lideró Diana de Gales: su hijo mayor, el príncipe Guillermo, y su novia desde hace cinco años, Kate Middleton.

La camada actual, que incluye al hermano de Guillermo, el príncipe Enrique, no parece tener visos de repetir las memorables andanzas que ocurrieron en 1992, el annus horribilis real, como la mismísima reina Isabel lo resumió. El año comenzó con el divorcio de la hija de la reina, la princesa Ana, y con la publicación de las fotos de la duquesa de York, la esposa del segundo hijo de la reina, Sarah Ferguson, en top less en el Caribe junto a un “asesor financiero”, un tejano con afición a chuparle los dedos de los pies.

Pero aquello sólo fue el solemne preámbulo de las grabaciones que salieron a la luz pública, primero de una susurrada conversación telefónica que Diana mantuvo con un joven vendedor de coches y después las de su marido, el heredero al trono, el príncipe Carlos, con su amante Camilla Parker-Bowles, en la que éste le confesó, entre otras intimidades, que soñaba con ocupar el lugar de su tampón, de “vivir dentro de tus pantalones”. A Diana la oímos declarar: “¡Mierda! ¡Después de todo lo que yo he hecho para esta jodida familia real!”. Diana y Carlos se separaron y aquel año acabó con un enorme incendio en el castillo favorito de la reina, el palacio de Windsor.

Diana entonces nos regaló cinco años de lucha contra la bulimia, campañas en exóticos destinos africanos a favor de gente con sida y víctimas de minas, y affaires con médicos paquistaníes, soldados y jugadores de rugby. Su muerte en un accidente de coche en 1997 fue la noticia de la década, y dio juego para 10 años más mientras se resolvía la cuestión de si realmente el coche se estrelló debido a la alcoholemia del chófer de su amante, Dodi al Fayed, o si el servicio de espionaje británico, MI6, había asesinado a la pareja. Esa duda ya está resuelta, salvo en la mente resentida del padre de Dodi, y el poco fuego que nos quedaba en el drama Carlos y Camilla, ambos de más de sesenta años, se extinguió cuando se casaron en 2006.

Hoy, Guillermo, de 26 años, y Kate, de 27, dominan el escenario. Son jóvenes, ricos y guapos, pero los encargados de la producción de la telenovela, los tabloides británicos y las revistas del corazón se retuercen en el esfuerzo de exprimirles un poco de jugo. Es una historia de pareja tan tediosamente convencional, que cualquier buitre común y corriente de la prensa inglesa sería capaz de localizar una con más sal, buscando al azar, en los barrios londinenses de Kensington o Chelsea. Hay mejor materia prima en los reality shows o en las vidas privadas de los jugadores de fútbol que en el palacio real. No es ninguna casualidad que se le haya dado el apodo de Beckingham Palace a la residencia inglesa de David y Victoria Beckham, los herederos verdaderos de Diana y Carlos en el imaginario colectivo inglés.

¿Qué sabemos de Guillermo y Kate? Que se conocieron en la Universidad de Saint Andrew’s, en Escocia, en 2001; que ella rompió con su anterior novio en diciembre de 2003 y al poco tiempo inició una relación con Guillermo; que los dos son más que suficientemente fotogénicos; que rompieron hace un tiempo y, unas semanas después (sin ningún escándalo de por medio, sin lágrimas, ni bulimias, ni terceros), volvieron a estar juntos. Él ha hecho todo lo que tiene que hacer un heredero al trono: consiguió un título universitario, pasó por una etapa en el ejército, aprendió a pilotar helicópteros en la Fuerza Aérea y de ahí se pasó a la Marina.

A diferencia de su hermano Enrique, no le han permitido ir a la guerra, pero sus asesores de comunicación se esforzaron para convertir una misión naval antidrogas en la que participó el año pasado en una escena heroica de Piratas del Caribe, mar que se suele asociar más con escapadas románticas reales que con gestas marciales. En un episodio que en España se podría considerar como de sir Francis Drake al revés, el público inglés vio al príncipe marinero en las portadas de todos los tabloides protagonizando, pistola en mano, la exitosa caza de un barco lleno de cocaína.

Por lo demás, se recuerda que hace unos años aparecían fotos de Guillermo aparentemente borracho en un exclusivo bar de copas londinense llamado Mahiki. La única diferencia en este caso entre el príncipe y el veinteañero medio inglés es que las bebidas en Mahiki cuestan diez veces más que en cualquier pub, y que a la salida del bar no vomitó, ni asaltó a nadie, ni se lanzó sobre ninguna mujer. Lo más cercano a un escándalo, y la prensa británica tuvo que exprimirse los sesos para convencer a su público de que podría haberlo sido, ocurrió la noche en la que voló en un helicóptero militar a la casa de su novia, expedición que le costó al Ministerio de Defensa unos 10.000 euros. Columnistas del progresista The Guardian se horrorizaron ante semejante uso del dinero estatal, pero el gran público ni se inmutó. Tras el despilfarro diario de sus impuestos en la guerra de Blair y Bush en Irak, lo de Guillermo no olía a motivo para montar barricadas en Pall Mall y llamar a un alzamiento nacional antimonárquico.

En cuanto a Kate Middleton, la posible futura reina, lo más interesante de ella es que no lo es. La pobre chica está condenada de por vida a ser comparada con la que podría haber sido su suegra, pero aun sin Diana en la sombra, nunca será un personaje que llame la atención. Seguramente hubieran despedido al guionista que la hubiera propuesto como sustituta de Diana. La poca gracia que tiene –aunque es perfecta, guapa y se porta y viste con estilo– deriva de su condición de mujer de clase media inglesa de aspecto normal. El poco morbo que se ha podido extraer de su relación con Guillermo es que, como la princesa Letizia en España, no tiene la más mínima gota de sangre real.

Mientras la abuela de Guillermo correteaba en los años treinta por los interminables pasillos del castillo de Balmoral, la de Kate pasaba frío y a veces hambre (eran tiempos de depresión económica) en la estrecha casa pagada por el Estado en la que vivía con su madre y su padre, un obrero que murió a los 51 años tras una larga enfermedad pulmonar contraída durante la I Guerra Mundial.

Mientras la madre de Guillermo preparaba su discurso navideño en el yate real, Britannia, la de Kate trabajaba como azafata en una línea aérea. Ascendió un par de escaños de la burguesía al casarse con un piloto. Todo lo cual sirvió de material a la prensa inglesa para explorar por enésima vez el tema tan trillado, y cada día menos relevante, del sistema de clase social británico. Especialmente cuando Guillermo y Kate rompieron en abril de 2007. Sencillamente, no se proporcionó ninguna información al respecto, ninguna explicación. Se separaron, cosa que ocurre con cierta frecuencia entre parejas de jóvenes que no viven juntos y ni siquiera están comprometidos, y punto.

Los rumores rápidamente se convirtieron en verdades absolutas tipo que Kate tenía “el corazón roto”, aunque fotos de ella tomadas por los incansables paparazzi en aquella época no delataban ninguna señal de tristeza, ni mucho menos de anorexia nerviosa. Esa situación requirió que hubiera de inventarse algo para alimentar el hambre de chismorreo de un pueblo inglés al que le fascinan los pormenores de las vidas de los demás, pero que, notoriamente reprimido, detesta verse a sí mismo en el espejo.

Tenía que haber algo y ese algo resultó ser la madre de Kate, la historia de los abuelos de clase obrera. Se desató una tormenta mediática. Ella era la causa de la ruptura. Los chicos querían seguir con su idilio de cuento de hadas, pero la reina, apoyada por el establishment británico, había vetado la posibilidad de que se casasen.

No era cuestión sólo de que Carole Middleton hubiera trabajado sirviendo comidas incomestibles en aviones comerciales, había hechos más recientes que la descalificaban como suegra real. Tres, concretamente. Uno, durante la ceremonia de graduación de Guillermo en la academia militar de Sandhurst se la vio, o se la creyó ver, masticando chicle. Dos, cuando se reunió con la reina por primera vez, la madre de Kate le dijo: “Encantada de conocerla”. Nadie puede dirigirse así a la reina, según un antiguo protocolo excavado por la casi totalidad de los encargados en los medios informativos de narrar la historia real. Y tres, Carole Middleton utilizó una palabra no permitida, también en presencia de la reina, al preguntar dónde estaba el baño. La palabra que pronunció, según cuentan, fue “loo”. Algo así como “retrete”.

La gran conversación nacional sobre si el supuesto esnobismo de la reina estaba o no justificado se esfumó a los dos meses, cuando alguien del entorno del príncipe le contó a un periodista que había visto a Guillermo y a Kate besándose, y con entusiasmo. Lo que nadie se preguntó en el ínterin fue si quizá a la reina le daría igual la condición social de la novia de su nieto, o si incluso preferiría a una de clase tirando a baja, dada su experiencia con Diana, dama de pedigrí aristocrático impecable.

¿Qué sabemos de Kate, aparte de que ha estado con Guillermo, sin líos aparentes, durante cinco largos años? Pues muy poco. Le gusta hacer gimnasia; tiene alergia a los caballos (eso limitará su contacto social con la reina, que es fanática de las carreras); echa una mano de vez en cuando en la empresa de sus padres, un negocio de fiestas para niños, pero por lo demás no trabaja; se le acusa, al no haber metido nunca la pata en público, de poseer madurez y sofisticación, y una vez un fotógrafo la pilló hablando por el móvil mientras conducía por el campo. No se aproxima a Diana ni en escándalos ni en magnetismo. Cuando Diana entraba en una habitación, todo el mundo decía que brillaba; Kate pasa más bien desapercibida. Todo indica que es una buena chica, igual que Guillermo es un buen chico, y nada más.

Ni siquiera hay un problema con su religión. Que se sepa, Kate no tiene ninguna, como corresponde a una persona normal en el país menos religioso de Europa occidental. Lo cual significa que no tendrá ningún reparo en identificarse, en el caso de que Guillermo le proponga matrimonio (acontecimiento que, según The Sun y el Daily Mail, hace cuatro años, era inminente, “cuestión de días”), como fiel practicante de la iglesia anglicana.

Una de las maravillosas aberraciones de la monarquía inglesa es que para formar parte de ella uno no puede ser ni ateo, ni budista, ni católico, ni nada que no sea miembro de la iglesia que fundó el antepasado de Guillermo, Enrique VIII, debido a su deseo de divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena. Para que el nieto mayor de la reina Isabel, el hijo de la princesa Ana, Peter Phillips, pudiera casarse el año pasado con una mujer de origen canadiense, ella tuvo primero que renunciar a su fe católica. Algo que hizo, al parecer, sin pensárselo dos veces; le hubiera resultado más complicado si hubiera sido, por ejemplo, musulmana. Dado el creciente número de británicos que han abrazado el Islam, y la presión pública que ejerce el Gobierno de su majestad para fomentar la tolerancia y la integración, éste es otro motivo para que la reina celebre la burguesa banalidad de la posible futura reina.

El día que se casen Guillermo y Kate, si es que se casan, habrá un repunte significativo en los ratings de la telenovela. Pero difícilmente durará. Se quieren mucho, o eso parece; se sienten cómodos juntos, y, en el caso de William, lo más probable es que siga el ejemplo de muchos hijos de parejas tormentosas: hacer todo lo posible para cuidar su relación, para buscarle un puerto de aguas serenas.

El problema, el gran problema que esconde esta apacible escena matrimonial, es que puede acabar resultando subversiva. En una época en la que el público británico se ha acostumbrado a otra clase de espectáculos, semejante sensatez y normalidad pueden llegar a resultar inaceptables. Lo que acabe con el loco, o simpático, o absurdo, o glorioso (cada cual que elija el que prefiera) anacronismo de la familia real inglesa no será quizá ni el exceso en los gastos públicos, ni un repentino tsunami de fervor republicano, ni mucho menos, como se temía en el annus horribilis, la desintegración familiar y el desenfreno sexual. Lo que amenaza con acabar con la monarquía inglesa, en tiempos de Guillermo y Kate, podría ser algo mucho más peligroso: la deserción en masa de los súbditos británicos por falta de interés, por puro aburrimiento.

(Publicado en El País el 22 de marzo de 2009).

lunes, 23 de noviembre de 2009

Moriscos, la historia incómoda


Por Juan Goytisolo

En el pasado de todos los países alternan los episodios embarazosos y los que son motivo de patriótica exaltación. El cuarto centenario de la expulsión de los moriscos en el reinado de Felipe III se incluye, como es obvio, entre los mencionados en primer lugar. Fuera de la fundación El Legado Andalusí y de los historiadores convocados por éste el próximo mes de mayo, la España oficial y académica se ha encastillado en un precavido silencio que revela su manifiesta incomodidad.

Lo acaecido de 1609 a 1614 es desde luego poco glorioso y constituye el primer precedente europeo de las limpiezas étnicas más o menos sangrientas del pasado siglo. Las medidas "profilácticas" recetadas por el duque de Lerma con el apoyo decisivo de la jerarquía eclesiástica encabezada por el patriarca Ribera, fueron objeto de un largo, incierto y controvertido debate político-religioso cuyas etapas, aunque sea a vuela pluma, conviene recordar: 1499, conversión forzosa de los granadinos por el cardenal Cisneros; 1501-02, pragmática del mismo dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversión: los mudéjares del Medioevo pasaron a ser así, pura, y simplemente, moriscos; 1516, se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez años; 1525-26, conversión por edicto de los de Aragón y Valencia; 1562, una junta compuesta de eclesiásticos, juristas y miembros del Santo Oficio prohíbe a los granadinos el uso de la lengua árabe; 1569-70, rebelión de la Alpujarra y guerras de Granada... A partir del aplastamiento de los moriscos y de la ejecución de Aben Humeya, la política de Felipe II consistió en dispersar a los granadinos y en reasentarlos en Castilla, Murcia y Extremadura, lejos de las costas meridionales y de las posibles incursiones turcas.

Tantas vacilaciones y cambios de rumbo reflejaban las contradicciones existentes entre una jerarquía eclesiástica muy poco respetuosa de la ética universal cristiana y los intereses de una parte de la nobleza peninsular, para la que la expulsión de quienes trabajaban sus tierras significaba la ruina de la agricultura. Como sabemos por la historiografía desde fines del siglo XIX, la cruzada político-religiosa fue objeto entre bastidores de una áspera controversia. Mientras algunos se oponían a la expulsión y predicaban el catecumenado y la asimilación gradual, los elementos más duros del episcopado se decantaban por propuestas más contundentes: la esclavitud, el exterminio colectivo o la castración de todos los, varones y su deportación a la isla de los Bacalaos, esto es, a Terranova. Al destierro a la más cercana orilla africana, sostenido por la mayoría de los miembros del Consejo de Estado, un santo obispo opuso una argumentación impecable: puesto que el llegar a Argel o a Marruecos, los moriscos renegarían de la fe cristiana, lo más caritativo sería embarcarles en naves desfondadas a fin de que naufragaran durante el trayecto y salvaran sus almas.

En el debate que enfrentó durante décadas a -perdóneseme el anacronismo- palomas y halcones, éstos contaron con la pluma elocuente de propagandistas como fray Jaime de Bleda, González de Cellorigo, fray Marcos de Guadalajara y, sobre todo, de Pedro Aznar de Cardona, para quien la expulsión cerraba definitivamente el largo e ignominioso paréntesis abierto por la invasión de 711: la católica España lo sería, por obra de Lerma y del Tercer Filipo, sin excepción alguna. Junto a los alegatos de índole religiosa, se esgrimían otros de orden demográfico: el peligro que suponía el gran crecimiento de la población morisca en abrupto contraste con el estancamiento o caída del de los cristianos viejos en razón del celibato eclesiástico, la enclaustración femenina en los conventos, las guerras de Flandes y la emigración a América. Dicha argumentación, resucitada hoy por los ultras de la identidad europea, fue irónicamente resumida por el Berganza cervantino en el Coloquio de los perros.

El problema morisco y la terapéutica radical del mismo han sido objeto de numerosos y bien documentados estudios en el último medio siglo por historiadores tan diversos como Américo Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes García-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, Márquez Villanueva y un largo etcétera. Gracias a ellos, conocemos las reflexiones que hoy denominaríamos cívicas de quienes se opusieron al bando de expulsión de hace cuatro siglos. Muy significativamente, la mayoría de ellos formaba parte de la, no por desdibujada menos visible, comunidad de cristianos nuevos de origen judío, cuya defensa de la asimilación de los moriscos era asimismo un alegato pro domo, en la medida en que contradecía e impugnaba los muy poco cristianos estatutos de limpieza de sangre. La reivindicación del comercio, del trabajo y del mérito frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, apuntaba al objetivo de detener la ya perceptible decadencia española y las largas "vacaciones históricas" que se prolongarían por espacio de dos siglos, hasta las Cortes de Cádiz, pese a las políticas más sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII. González de Cellorigo, cuyo memorial dirigido al monarca -De la política necesaria y útil restauración de la república de España- condensa en el título su contenido regeneracionista, y la excelente Historia de la rebelión y castigo de los moriscos, de Luis de Mármol y Carvajal -evocadora de una tragedia humana que hubiera podido evitarse con planteamientos más pragmáticos-, se ajustan a la corriente del pensamiento erasmista al que se adscribían los partidarios de una modernización de la ensimismada sociedad hispana.

En una obra de próxima publicación y que acabo de leer por gentileza de su autor -Moros, moriscos y turcos en Cervantes-, Francisco Márquez Villanueva analiza con su habitual competencia los escritos, en su mayoría inéditos, del humanista Pedro de Valencia, discípulo y testamentario del hebraísta Benito Arias Montano. Su Tratado acerca de los moriscos de España, desconocido hasta su publicación en 1979, y que no llegó a mis manos sino en fecha reciente, quizá sea, visto con la perspectiva del tiempo, la defensa mejor razonada de la causa de los expulsos. Judeoconverso, como Arias Montano, y enemigo de la escolástica y de la ideología tridentina, denuncia con energía "el agravio que se les hace (a los moriscos) en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimación con los demás ciudadanos y naturales". Como fray Luis de León (recuérdese lo "de generaciones de afrenta que nunca se acaba"), Pedro de Valencia se alza contra los estatutos del cardenal Siliceo y propugna una política de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la república, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre".

El espectáculo de decenas de millares de mujeres y hombres bautizados a quienes se separaba de sus hijos mientras imploraban misericordia a Dios y al rey y proclamaban en vano su voluntad de permanecer en su patria, resultaba para algunos cristianos sinceros difícil de soportar. Las condiciones brutales de la expulsión y las matanzas llevadas a cabo de quienes huían de ella fueron acogidas con tristeza y compasión por una minoría pensante, y con clamores de odio y con vítores por aquellos que, como Gaspar de Aguilar, las convirtieron en cantares de gesta.

La mayoría de los moriscos se refugiaron, con muy diversa fortuna, en el Magreb, y los naturales de Hornachos crearon en Marruecos la llamada república de Salé, con la esperanza ilusoria de congraciarse con el rey y retornar algún día a España. Los del Valle de Ricote fueron autorizados a emigrar voluntariamente durante un lapso de cuatro años por la frontera francesa y a dirigir sus pasos a otros países europeos. Aunque totalmente asimilados, el favorito de Felipe III firmó, sin que le temblara el pulso, su orden de destierro colectivo en 1614. El episodio del morisco Ricote -el encuentro con su paisano Sancho Panza- en la Segunda Parte del Quijote, permitió a Cervantes, maestro en el arte de la astucia, recoger la voz de quienes fueron víctimas, de tan salvaje atropello.

"Salí -dice el morisco- de nuestro pueblo, entré en Francia y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".

¡Libertad de conciencia! De refilón, y como quien no quiere la cosa, el autor del Quijote pone el dedo en la llaga. Los despiertos centinelas del Santo Oficio eran todo oídos pero a buen relector sobran más palabras.

(Publicado en El País el 15.3.09).

Juan Goytisolo es un escritor e intelectual español. Más sobre él.

viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Quién soy yo?

Canek Sanchez Guevara (nieto del Che) por Valeria Gentile.

Por Canek Sánchez Guevara

Nací en La Habana en 1974, en una casona en Miramar, sobre la Quinta Avenida: en resumen, en plena Aristocracia esquina con Burguesía. La vida en casa, empero, era cualquier cosa menos aburguesada. Además de mis padres (Hilda Guevara Gadea y Alberto Sánchez Hernández) habitaba el lugar un grupo de guerrilleros mexicanos llegados a la isla un par de años atrás. Ellos no eran técnicos extranjeros ni nada por el estilo, eran unos malditos revoltosos que estaban en Cuba -digamos- sin haber sido invitados por el gobierno (en otras palabras: secuestraron un avión en México y aterrizaron en La Habana; para hacer corta la historia).

Creo que vivíamos unas doce o quince personas en aquella casa, no sé bien -por supuesto, mis recuerdos de aquella época no son míos, sino recuerdos de los recuerdos de otros, recuerdos de conversaciones, pues. En algún momento los revoltosos mexicanos (comunistas, anarquistas, socialistas libertarios, qué se yo) decidieron que esa realidad socialista distaba mucho del ideal de libertad que ellos tenían, así que mandaron a la mierda la realidad y se largaron de Cuba en pos de la Idea (creo recordar que alguno de ellos, incluso, fue invitado a salir del país…). Y allá nos fuimos todos -me llevaron, quiero decir- hasta la lejana Italia.

Durante los años 70, Italia era un hervidero de refugiados latinoamericanos de todas las tendencias de la izquierda. No "refugiados" en el sentido pasivo del término, sino militantes de sus respectivas causas en el exilio. Había argentinos, colombianos, nicaragüenses, salvadoreños, peruanos y sí, mexicanos también. Qué hacían mis padres en Italia es algo que no concierne al texto en cuestión, baste saber que cuando me preguntan algo relacionado con canciones infantiles, siempre respondo: Bandiera Rossa... Sí, creo que Bandera Roja y La Internacional fueron las primeras canciones que aprendí de niño. Recuerdo (no sé por qué) que en esos años llevaba siempre colgada del cuello una tira de cuero negro con un puño verde olivo. Tengo vagos recuerdos también (como flashazos) del minúsculo departamento que habitábamos en Milán. En serio, minimalista...

Cuando tenía cinco años mi madre y yo volamos a La Habana. Durante varios meses (y ya sabes como es el tiempo en las Eras Infantiles: un verano puede ser infinito y un año entero apenas un segundo) vivimos en un apartamento en un edificio recién estrenado, justo tras el Hotel Riviera. En realidad eran dos edificios, de esos que llaman de Microbrigada, de unos siete pisos, pequeñas ventanas y balcones aún más chicos. Y yo la pasaba de lo más bien: había tantos niños con los que jugar, tanto sol y tanta vida...

Bien, ese año en La Habana asistí al preescolar y francamente, no tengo muchos recuerdos de la escuela... En realidad sí: recuerdo los días de vacunación (no tienes idea de lo cobardón que era -soy- para las inyecciones). Recuerdo también a un par de gemelos (jimaguas) que eran un verdadero desastre juntos, y ahora me vienen a la memoria las interminables repeticiones de ejercicios caligráficos. En fin, cosas de preescolar.

Terminado ese curso, mi madre y yo viajamos a Barcelona para reunirnos con mi padre. Habían pasado pocos años desde la muerte de Francisco Franco (estoy hablando del setenta y nueve u ochenta) y las izquierdas estaban, como quien dice, desatadas. Mis padres siempre colaboraron con sindicatos y publicaciones diversas, tanto periódicos como revistas de izquierda. Colaboraron profundamente, quiero decir.

El caso es que crecí entre salas de redacción y manifestaciones de tres días; el cuarto oscuro de revelado y un concierto de rock; entre mesas de diseño e interminables discusiones sobre el sujeto y el objeto de la revolución. Estudié el primer año de la primaria en una escuela bilingüe (castellano-catalán) de acuerdo con el discurso libertario de la época en España: el rescate de las Autonomías y sus valores culturales, comenzando por la lengua, claro. Recuerdo a mis amigos argentinos, hijos de unos refugiados amigos de mis padres, y recuerdo también las abiertas discusiones que los adultos sostenían por encima de la mesa -y los vinos- sobre la revolución permanente, mundial, en un sólo país, no sé; y siempre citando nombres en ruso, alemán, italiano o francés (vamos, no recuerdo qué discutían, sino el hecho de discutir -algo que, por supuesto, pasó a formar parte intrínseca de mi ser). Yo no entendía nada, y para ser franco, tampoco me interesaba: si Batman lucha por el bien, de qué se preocupan estos tontos, pensaba yo...
Mi padre pudo volver a México cuando el presidente López Portillo dictó una amnistía general para todos los involucrados en los movimientos armados de los 70. Mi madre tenía siete meses de embarazo y yo siete años de edad. (Aquí debo aclarar que apenas dos años atrás, cuando salimos de Italia, pude decir abiertamente los verdaderos nombres de mis padres, siempre sujetos al rigor del clandestinaje. Mi familia entonces eran los compañeros de ruta de mis padres, y sus nombres -los de todos ellos- otros muy distintos a los verdaderos...). Mi hermano Camilo nació en Monterrey, la ciudad de la que es mi padre y en medio de la numerosa familia paterna, tan ajena y acogedora a la vez: lo desconocido para mí.

Poco antes del primer cumpleaños de mi hermano nos mudamos a la ciudad de México -una mole impresionante que contiene un mundo alucinante- y mis padres, por ironía o yo-que-sé, me inscribieron en una escuela de nombre José Martí. Mi hermano era asmático y yo estudié un año y medio en esa escuela. (Ya sé que una cosa no tiene relación con la otra, sólo intento resumir dos hechos en una sola frase). Camilo pasó su segundo cumpleaños en una cámara de oxígeno en el hospital cercano a casa, y la casa -toda- medía unos siete metros de largo por cuatro de ancho: la sala era también la habitación de mis padres, con la cocina a un lado, apenas separada por una barra o una mesa, no recuerdo. El micro-mini-nano baño y una estrecha habitación que compartíamos Camilo y yo completaban nuestro hogar.

Tuve tres buenos amigos cuando viví en ese sitio; uno de ellos murió, no regresó de las vacaciones y cuando le pregunté a su mamá por él, ella se echó a llorar. Después mi madre me explicó. Fue mi primer contacto con la muerte. He perdido a muchos amigos. (El enfrentamiento con la Muerte, afirma Savater marca el inicio del pensamiento en el humano. Cuando por primera vez se piensa en la muerte, se Piensa, en realidad, por vez primera porque la muerte despierta la conciencia de la vida, despierta el miedo y despierta las preguntas también…).
Terminé la primaria en la ciudad de México, en una pequeña escuela de la que tengo buenos recuerdos y en la que hice buenos amigos. Por entonces vivíamos en el sur de la ciudad, en una unidad habitacional con cuarenta y siete edificios, lo recuerdo bien. Estaba cerca de la Universidad Nacional, así que vivían algunos profesores e investigadores de dicha institución... con sus familias, claro. Durante las dictaduras latinoamericanas de los años setenta, México acogió a muchos perseguidos políticos de diversas nacionalidades, sobre todo argentinos y chilenos. Algunos de ellos encontraron trabajo en la UNAM, y unos cuantos vivían en los edificios cercanos al mío. De hecho, mi mejor amigo en esa época era un chileno a quien recuerdo con mucho cariño... nos hemos visto un par de veces después, seguimos siendo amigos. Entre nosotros teníamos un pacto, un secreto que nadie más debía compartir: éramos comunistas... (es decir, sabíamos que había algo diferente en nuestro pasado, en nuestra historia, y teníamos la vaga idea de que un vago sentimiento de justicia justificaba esa diferencia... En fin, todo un trabalenguas infantil).

Mi madre, mi hermano y yo nos fuimos a vivir a La Habana en el verano de 1986, e inmediatamente después, entré a la secundaria Carlos J. Finlay, en Línea y G, en pleno Vedado. Honestamente, fue un choque tremendo. No tanto por las diferencias tangibles, materiales, como por las otras, las incorpóreas, las no-cósicas: de ser la revolución una utopía o una conversación, se convirtió para mí en una realidad absoluta. Entendámonos, yo no entendía un carajo de la revolución, tan sólo intuía que era el núcleo de nuestra vida (de la vida que yo había vivido con mi familia) y que se trataba de algo de lo que sólo se hablaba en voz alta cuando se estaba en confianza. De hecho, mi relación familiar con Ernesto Guevara nació en Cuba, donde irremediablemente fui bautizado como El Nieto del Che, y eso ya a los doce años.

Me costó mucho aprender a lidiar con esa suficiencia revolucionaria tan llena de carencias, con ese discurso que se contradecía al abandonar el aula y con la maldita obsesión de algunos de mis profesores con que yo tenía que ser el mejor. Por otra parte, recuerdo con especial cariño a mi maestro de Español, a quien le agradeceré siempre la severidad con que revisaba mis trabajos; a cierta profesora de Matemáticas con quien de inmediato hice amistad, y a otro más de la misma asignatura, que era serio y jocoso a la vez; recuerdo a una profesora de Química de quien no aprendí mucho, pero me caía muy bien y a una de Fundamento de los Conocimientos Políticos que, involuntariamente, me hacía pensar.

Ser El Nieto del Che fue sumamente difícil; yo estaba acostumbrado a ser yo, a secas y de pronto comenzó a aparecer gente que me decía cómo comportarme, qué debía hacer y qué no, qué cosas decir y qué otras callar. Imaginen, para un preanarquista como yo, eso era demasiado. Por supuesto, me empeñé en hacer lo contrario. Mis padres me educaron (como a mis hermanos) con absoluta libertad. De hecho, a veces pienso que me educaron para ser desobediente... aunque quizás sólo esté buscando excusas, no lo sé. Lo cierto es que pronto comencé a sentirme a disgusto con tal situación.

Vivíamos en un apartamento amplio y confortable (quizá el único inconveniente es que estaba en un piso doce y el ascensor pocas veces funcionaba), pero bastante alejados de la nomenklatura. De los pocos contactos que tuve con la "alta sociedad" cubana no tengo recuerdos memorables (y no incluyo aquí a los buenos amigos que encontré en esos estratos: pocos pero sinceros), a no ser por el gusto amargo que me quedaba al comparar sus palabras y su forma de vida con las palabras y la vida del llamado Pueblo. Pero yo apenas me hacía adolescente, las valoraciones las hago ahora, en aquel momento no las comprendía del todo.
No quiero que pase por sus cabezas la idea de que yo era un niño superdotado o algo por el estilo, sencillamente fui educado en el análisis, y el análisis decía que algo andaba mal. Digamos que sabía sin comprender; o que comprendía sin saber a ciencia cierta qué demonios ocurría a mi alrededor. Porque yo no vivía encerrado en una burbujita de cristal, de ninguna manera. Mis amigos vivían en el Vedado mismo, o en Centro Habana, o en Marianao, o en Miramar, o en Alta Habana, o en Alamar o en La Lisa.

Mi vida no quedó circunscrita al discurso oficial, si bien formaba, consciente o inconscientemente, parte de ese discurso... Asistía a conciertos de rock (semi-clandestinos mas tolerados... a veces), vagaba por la ciudad como uno más de sus habitantes; era joven y por ello sospechoso. ¿Sospechoso de qué? Pues eso, de ser joven, supongo. A veces me detenían en la calle y revisaban mis papeles y mis pertenencias, y una vez me revisaron el culo. En serio, recuerdo que estaba en la cola de Coppelia y se me acercó un tipo vendiendo pastillas (psicotrópicas, claro). Le dije que no quería y en cuanto dio dos pasos me cayeron encima. Me llevaron a los baños de la heladería, hicieron que me desnudara y me obligaron a hacer cuclillas mientras uno de ellos, con su uniforme de civil (la sempiterna guayabera blanca) se asomaba a ver si alguna pastillita asomaba por el ano... Qué obsesiones las de los policías...

En fin, era yo un greñudo más, un "desafecto", "antisocial" y algo muy cercano -según los cánones policíacos- a un lúmpen. Claro que no lo era, pero eso no importaba, y además en cuanto salía a relucir mi árbol genealógico, simple y llanamente me soltaban, no sin antes recordarme que esas no eran las actitudes que se esperaban de alguien como yo: El Nieto del Che no podía frecuentar tales compañías; en otras palabras, que no me juntara con "el pueblo", que no me contaminara con ellos. Comencé a comprender que Pueblo es una hermosa abstracción que tiene múltiples usos, sobre todo retóricos... Tendría yo unos quince o dieciséis años y por entonces ya había abandonado el Pre.
Sí, como tantos otros estudiantes de mi generación fui un desertor escolar. Navegaba con bandera de NadaMeImporta entre otras cosas para restarme importancia o, mejor aún, para restarle importancia a la imagen que de mí se esperaba (si es que a estas alturas se esperaba algo de mí). Por esos años adquirí la costumbre de discutir, aún en términos superficiales, sobre lo real y lo simbólico, sobre el fondo y la forma, sobre la esencia y la apariencia. Comencé a enamorarme de las palabras y de las ideas. Me apasioné con Kafka y -lo admito con rubor- el primer pensador que en verdad me "llegó" fue Schopenhauer, tan antitropical él. Me interesaban por igual el rock y el mito de Trotsky, los dadaístas y el sonido electrónico; y al mismo tiempo, todo me daba igual. Era un chico un tanto silencioso: no triste ni nada de eso, por el contrario, siempre he sido feliz; quiero decir que era bastante introspectivo: Existencialista, decían mis amigos mayores, y aunque a mí no me quedaba muy claro qué significaba aquello, la palabrita me gustaba.

Comencé a interesarme en las formas culturales, a leer sobre pintura y música, a hundirme en novelas y películas, ensayos filosóficos y teorías artísticas; no sé, simplemente a buscar. Mi lucha, empiezo a darme cuenta, siempre ha sido cultural: digamos que el hombre es hombre a pesar de sí mismo, pero se hace plenamente humano por encima de su ser. Ser lo que somos es natural; lo cultural entonces, es preguntarnos qué somos, a dónde vamos, y también de dónde venimos. Y cuando afirmo que soy un hombre "culto" no refiero con esto al sentido aristocrático que se oculta tras el término; entiendo por hombre culto a aquel que sabe que además de su propia cultura hay otras más, ni mejores ni peores, tan sólo diferentes. Y en Cuba la dictadura es también cultural. O, ante todo, quizás... (Recuerdo ahora un acontecimiento que al igual que a tantos cubanos, me marcó como hierro candente. Me refiero al telenovelesco juicio al General Arnaldo Ochoa, a los hermanos De la Guardia y demás implicados en el tráfico de drogas, marfil, diamantes y divisas.

Si utilizo el término "telenovelesco" es sólo para acentuar el modo en que yo lo viví: a través del televisor, noche tras noche, a las ocho en punto, esperando un desenlace que de antemano conocíamos, con el morbo exacerbado y ese desagradable tonito inquisitorio que permeó todo el (pre)juicio… Entendámonos, no insinúo que esos hombres fueran inocentes, sino que a todas luces sus superiores conocían tales manejos. A nadie podía caberle en la cabeza (a menos que el cerebro dejase mucho espacio libre dentro de la cavidad craneana) que el mismísimo Comandante no estuviera al tanto de todo el asunto.

Evidentemente se trató de una operación de Estado, como muchas más que hemos presenciado; una operación destinada a procurar de preciosos dólares al gobierno cubano… Nadie en su sano juicio podía aceptar tal locura, tamaña farsa, tremenda broma de pésimo gusto. Sin embargo, mucha gente perdió el juicio en esos meses… Se hacían los locos, para decirlo en buen cubano; admitieron a pies juntillas la mentira judicial pero, ¿qué otra cosa podían hacer? Yo tampoco decía en voz alta lo que pensaba, lo comentábamos entre los amigos, nada más.
Lo discutíamos como uno de los tantos temas que por entonces nos interesaban: las tetas de Fulanita o la fiesta de mañana, la proyección de Metrópolis o el concierto de Carlos Varela, no sé… Se discutía mucho, pero nada se decía: ¿Cómo expresar la ausencia de expresión; ésa que silencia al individuo y lo vuelve zombi parlante?)

Después viví en El Cerro, en un minúsculo apartamento a unas cuadras de la Biblioteca Nacional, donde por cierto trabajé: restauraba libros. Olvidé decir que entre los quince y los diecisiete años fui aprendiz de fotógrafo, primero en Juventud Rebelde y luego en Granma (además de adentrarme en lo que, con algo de autoelogio, se da en llamar fotografía artística). Edité junto con algunos amigos una pequeña revistita fotocopiada dedicada al rock (unos pocos ejemplares, nada más), y comencé a escribir. Debo decir que todo esto lo hacía con la mayor ingenuidad del mundo, no como parte de un plan maestro sino con la espontaneidad del antojo. Me interesé por las vanguardias artísticas, culturales, estéticas, y también, claro, por las ideológicas y políticas. Me hundí en los ismos, he de admitirlo. Empecé a dedicarme al diseño gráfico, al tiempo que hacía fotografía, componía música y escribía pésimos poemas "abstractos". Me hice buen lector y poco a poco, editor.

En 1996 salí de Cuba, un año después de la muerte de mi madre y a diez de mi llegada a La Habana -mi hermano salió de Cuba justo después de la muerte de Hilda. Salí con el corazón hecho mierda y las ideas más revueltas que cuando llegué: había vivido desde los doce hasta los veintidós años ahí. Me hice en Cuba: la amé y la odié como sólo se puede amar y odiar algo valioso, algo que es parte fundamental de uno...

Ahora vivo en la ciudad de Oaxaca, en México, alejado voluntariamente de la comunidad cubana en este país, y del exilio en general -debo admitirlo, me harta la sola idea de dedicarme a hablar de Cuba: me interesan tantas cosas! Soy diseñador, editor, a veces promotor cultural o crítico de la cultura, según el caso. Colaboro con algunas publicaciones culturales o políticas; sigo componiendo música y me involucro en discusiones artísticas. Estoy editando una revista cuyo número 0 está pronto a aparecer (se llama El Ocio Internacional y aparecerá en papel y en internet a la vez -ya les avisaré): una revista dedicada al análisis y la discusión cultural; y además, escribo una novela, La inmortalidad del cangrejo, de la cual llevo unas 280 cuartillas. (En 1996 publiqué un librito titulado Diario de Yo -que para colmo ni siquiera es un diario-, texto que pronto pondré en red por si a algún despistado le interesa… La publicación corrió a cargo de una pequeñísima editorial hoy desaparecida y hasta donde yo sé, no se vendió un sólo ejemplar, lo que aumenta mi orgullo anticapitalista... jejeje!)

En cuanto a mí... ¿qué puedo decir? Sólo soy un egoísta que aspira a ser un hombre libre. Un egoísta que sabe que el Egoísmo nos pertenece a todos y que éste ha de ser solidario si se quiere pleno: en otras palabras, que mi libertad sólo es válida si la tuya también lo es, si mi libertad no aplasta tu libertad ni la tuya a la mía... Como decían los "Pistols: And I am an anarchist..."

(Publicado en la web de la Unión Liberal Cubana el 14 de julio de 2006).

Foto: Valeria Gentile, Flickr.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Delfines abstractos


Por Raúl Rivero

La canalla del barrio y las esquinas, los tertulianos ríspidos de las tiendas vacías de los bateyes y los rebeldes de opereta de la intelectualidad, dicen ahora que la cantera de cuadros del partido comunista produce más artistas y pensadores que los burócratas del Ministerio Cultura y la Unión de Escritores.

Esa broma es el patrón para identificar a Radio Bemba. Gracias al sistema del runrún popular -anterior al telégrafo y a las palomas mensajeras- recorren los nombres de Roberto Robaina, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque las ciudades y los caseríos de un país donde internet es un lujo para gobernantes y extranjeros.

Se describe a Lage y a Pérez Roque todavía en sus mansiones, rodeados de los recuerdos de los viajes y los encuentros con dirigentes de alto nivel de naciones lejanas. Allí, en la soledad del plan pijama, con los teléfonos muertos y las agendas coaguladas, en la meditación sobre el pasado, el presente y el porvenir.

Azorados, con un sobresalto que apenas les permite ramonear en un libro porque pensar y darle vuelta a los asuntos de los últimos meses es parte del castigo. Más allá del regreso a la sombra de donde los sacó un día la misma mano que hoy los devuelve a la oscuridad y los pasa al olvido.

El caso de Roberto Robaina es diferente. El ex canciller se dedica al arte. Se sabe de sus triunfos en Buenos Aires, en la galería Jakim, donde exhibe esta semana para el público argentino una colección de sus cuadros abstractos en los que pueden verse bestias y girasoles.

Los cubanos de cartilla de racionamiento y bicicleta china lo recuerdan por sus chaquetas de salsero, sus discursos veloces (llenos de esdrújulas) y por hablar de Cuba como si fuera una propiedad privada, un islote desierto, regalo de un pariente caprichoso y querido.

Lo sacaron del cargo en 1999, acusado de presentarse ante funcionarios extranjeros como un entusiasta promotor de cambios. Tres años después se consideraba un revolucionario que podía recuperar la confianza, pero más tarde comenzó a vender sus cuadros en Miami y en Madrid. Y abandonó esa esperanza.

La gente de allá adentro pone vasos de agua bajo la cama, va a misa, le rocía aguardiente y le da dulces a los santos para que los artistas ocultos que tienen altos cargos renuncien y se vayan todos a pintar, a escribir o a meditar a sus casas.

Siempre será mejor para el país un artista mediocre que un talibán.

(Publicado en El Mundo el 6.4.09)

lunes, 16 de noviembre de 2009

Urinoterapia

orinando por jokagui18.

Por Ramón Díaz-Marzo

Sea porque el período especial se está convirtiendo en "magna lección de historia," sea porque los cubanos somos un pueblo abierto al proceso, no se sale de un asombro para entrar en otro, ante la flexibilidad con que nos adaptamos a situaciones extremas. Y es que recientemente en la ciudad de La Habana se ha desatado, espontáneamente un sistema terapeútico, que de continuar popularizándose provocará el cierre de todas las farmacias con sus usuales medicamentos.

El remedio no es nuevo, quizás tenga su origen en las tinieblas de los tiempos, pero oficialmente es al doctor Hahreman, de origen alemán, a quien se le conoce la creación y propagación de la homeopatía. La homeopatía se basa en el siguiente postulado: "lo semejante se cura con lo semejante." Significa que la enfermedad que padezca un cuerpo tiene su contrario en el cuerpo mismo que la sufre.

No por casualidad, un equipo de científicos norteamericanos en estos momentos realizan experimentos con "vacunas personales" contra el cáncer. Han declarado que el cáncer de un paciente puede combatirse con una vacuna fabricada con elementos naturales del propio organismo enfermo.

El hecho colectivo que voy a reseñar viene ocurriendo desde el pasado año. Se trata de la urinoterapia. Una modalidad de la homeopatía, según ciertas revistas y libros. Se dice que una taza de orina bebida en ayunas durante un determinado tiempo es una panacea que cura y previene multitud de males. Y era lógico que no se le prestara atención a la susodicha urinoterapia, como tampoco a la escaloterapia, si es que también existe como modalidad de la homeopatía. Quizás, a lo sumo, las analogías eran con el quimérico principio en la física del "móvil perpetuo": utopía que pretendió construir en siglos pasados, fantásticos artefactos mecánicos capaces de producir un movimiento perpetuo, sin necesidad de energías exteriores.

Mas por el momento, y aunque a los cubanos les sea realmente imposible convertirse en dioses, ya son varias las personas que me han confesado que por las mañanas beben en ayuna su propia orina, y dicen experimentar un cuerpo más fortalecido, más capacitado para soportar la espantosa realidad de nuestro "móvil perpetuo", más conocido como período especial.

(Publicado en Cubafreepress el 26 de septiembre de 1997).

Foto: jokagui18, Flickr.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La música de mi juventud

RCA Victor Radio model BRX 151, 1930s / 1950s por galessa's plastics.

Por Tania Quintero

Aunque mi vida no era la típica de una joven estudiante habanera, porque mi familia materna estaba volcada en la lucha contra la dictadura de Batista, no era ajena a lo que le gustaba escuchar y bailar a los de mi generación. En nuestra casa, en la barriada del Cerro, no teníamos televisor ni tocadiscos, por lo que yo estaba al tanto de las preferencias musicales por la radio y por las amiguitas que poseían tocadiscos, donde podíamos escuchar vinilos sencillos o de larga duración con las canciones de moda.

En mi época, casi todas las muchachas sentíamos la misma predilección por la música americana que por la cubana. Más o menos igual que ahora, sólo que entonces las emisoras difundían los últimos éxitos en Estados Unidos, y una vez por semana, el hit parade. Tuve la suerte de coincidir con el nacimiento del rock and roll, y cada vez que teníamos un rato libre, movíamos el esqueleto al compás de Bill Haley & His Comets y Elvis Presley. Siempre con balerinas y faldas acampanadas, con una o dos "paraderas" (sayuelas) debajo.

También nos gustaban las canciones de Frank Sinatra, Nat King Cole, Bing Crosby, Dean Martin, Doris Day, Rosemary Clooney, Frankie Laine y Mario Lanza; los arreglos orquestales de Glenn Miller, Benny Goodman y Ray Coniff; las interpretaciones del excéntrico pianista Liberace, y los temas de películas: Laura, Té y simpatía, Tres monedas en la fuente, Cantando bajo la lluvia, Marcha sobre el río Kwai, Picnic, Algo para recordar y Love is a Many Splendored Thing.

Cuando una adolescente cumplía 15 años, la tradición era celebrar una fiesta. Si la familia tenía pocos recursos, la celebración se hacía en su hogar o en el de un pariente o amigo. Si se tenían más posibilidades, en algunos de los muchos clubes y sociedades recreativas existentes. Ya fuera una fiestecita de quince modesta o por todo lo alto, lo que nunca faltaba era el vals, bailado por la quinceañera con su padre y catorce parejas más. Por ello, tengo que incluir los valses vieneses entre la música de mi juventud. El Danubio Azul y Cuentos de los Bosques de Viena, de Johann Strauss, eran los más reproducidos.

En la escuela pública donde hice la enseñanza primaria, además de clases de música, tuvimos que preparar bailes para despedir el curso. En una ocasión nos disfrazamos de cowboys y la música de fondo fue country. En otra, vestidas de mexicanas, danzamos con Noche de Ronda. Cuando salimos de "gitanas" lo hicimos acompañadas de La Zarzamora. Mi primera actuación en un fin de curso escolar fue a los seis o siete años, con una bata blanca que en la parte superior tenía un gran vuelo con un pasacintas en rojo. Nos movimos al son de la Habanera Tú, de Eduardo Sánchez de Fuentes.

De los artistas europeos, nuestros favoritos eran la francesa Edith Piaf y el italiano Domenico Modugno, aunque a mi me fascinaba la música compuesta por Nino Rota para los filmes La Guerra y la Paz, La Strada y Las Noches de Cabiria. De los latinos, el uno lo tenía el chileno Lucho Gatica. La música española, mexicana y argentina tenía miles de seguidores en la Isla, en su mayoría adultos e inmigrantes. Igual ocurría con la opereta, la zarzuela y los shows en cines, teatros y cabarets. Los más jóvenes teníamos que conformarnos con programas televisivos como el Casino de la Alegría y cintas musicales con Fred Astaire, Leslie Caron, Cyd Charisse, Esther Williams, Marilyn Monroe, la brasileña Carmen Miranda o el cubano-catalán Xavier Cugat.

No eran exactamente programas musicales, pero en la radio había espacios cuya música fue decisiva en el mantenimiento de la audiencia. Uno de ellos, dedicado a narrar sucesos sangrientos, estaba a cargo de Joseíto Fernández, quien después alcanzaría fama mundial con una versión de Guajira Guantanamera. El otro era conducido por Clavelito, un espiritista que cantaba: "Pon tu pensamiento en mí...". Inolvidable la musicalización de radionovelas como El Derecho de Nacer (su autor, el periodista, escritor y músico santiaguero Félix B. Caignet, entre otras canciones compuso Frutas del Caney); de dramatizados como Divorciadas y de aventuras como Los Tres Villalobos o Rafles, el ladrón de las manos de seda.

Los amantes de la música clásica tenían posibilidad de acudir a los conciertos en el Auditorium, en Calzada y D, Vedado, o en el Teatro Nacional, hoy García Lorca, en Prado entre San Rafael y San José. O de oírla por la emisora CMBF, desde su fundación en 1948 dedicada a trasmitir clásicos universales y del patio. Me hubiera gustado haber asistido a uno de esos conciertos en el Auditorium o el Nacional, pero si quería deleitarme con Chaikovsky, Beethoven o Chopin, tenía que sintonizar la CMBF en nuestro viejo RCA Victor.

Lo que sí presencié en varias ocasiones fueron las retretas, en el Parque Central, La Punta o el Parque Maceo. Las mejores eran las ofrecidas por la Banda Nacional de Conciertos y la Banda de la Policía. Con particular cariño recuerdo las presentadas los 20 de Mayo, la efemérides patriótica más importante que teníamos. Hasta el más pobre ese día trataba de estrenarse una muda de ropa, costumbre que se repetía el 31 de diciembre, para recibir el nuevo año con vestimenta nueva. Los parques principales en las ciudades cabeceras de provincia tenían una glorieta, nombre del lugar donde las bandas municipales de música tocaban las retretas. En su repertorio sobresalían marchas, pasodobles y composiciones de Antonio María Romeu, Ernesto Lecuona, Alejandro García Caturla, Julián Orbón, Eliseo Grenet, Moisés Simmons y José White. Tampoco olvido las retretas en el Parque Serafín Sánchez de Sancti Spiritus, cuando iba de vacaciones a la tierra de mis antepasados maternos.

De los músicos callejeros por La Habana, lo más recordado son las parejas de cantantes masculinos, que en una parada subían a una guagua (ómnibus) o un tranvía, y en la otra se bajaban. En esos minutos, con un par de maracas y claves, entonaban una guaracha o un sucu-sucu: "Ya los majases no tienen cuevas Felipe Blanco se las tapó..." Antes de bajarse, pasaban la gorra. La recaudación dependía de los medios, reales y pesetas echados por los pasajeros. A ellos se debe el slogan "Coopere con el artista cubano". Junto con otras medidas arbitrarias decretadas por los barbudos en 1959, los cantantes "guagüeros" de un solo tajo fueron eliminados. En bares y restaurantes de categoría solían cantar dúos, tríos y agrupaciones de pequeño formato, tradición que se ha mantenido y enriquecido con los músicos que por su cuenta deciden buscarse unos chavitos tocándole a turistas. Son los llamados "soperos". Los Aires Libres del Prado databan de los años 30, el más renombrado fue el situado en la esquina de Prado y Dragones, afuera del Hotel Saratoga, famoso por su servicio gastronómico y música en vivo. No alcancé a ver ese Aire Libre, pero sí los que hubo en la acera frente al Capitolio, con mesas y sillas al estilo parisino.

En mi infancia, la música cubana había vivido un verdadero boom con el mambo, creado en los 40 por Dámaso Pérez Prado. Hasta que en 1953 Enrique Jorrín puso a toda Cuba a bailar con La Engañadora. Con ella nació un nuevo ritmo: el chachachá. En los solares, los reyes eran el guaguancó y la rumba de cajón. Los más viejos continuaban sus citas domingueras para "echar un pasillo" de danzón y danzonete. Cuando en febrero llegaban los carnavales, arrollábamos con la comparsa del barrio, que en mi caso, era una de las más famosas de la capital, Los Marqueses de Atarés. Cuando a lo lejos los sentíamos, nos parábamos en la acera, a esperar que llegaran y arrollar con ellos una o dos cuadras.

Los bailadores de verdad preferían irse los fines de semana a los jardines de las cervecerías La Polar y La Tropical, ambos situados en Puentes Grandes. En una ocasión fui de chaperona con una prima, cuyo novio era un gran bailador de casino: las ruedas de casino arrasaban en mis tiempos. Tanto en La Polar como en La Tropical, además de cerveza y malta embotellada y fría, se comían unas riquísimas empanadas gallegas. Eran sitios hermosos, tranquilos y bien cuidados, a los cuales no sólo se acudía para bailar, también para pasar el domingo con la familia.

Algunos optaban por locales cerrados, no demasiado alejados de sus domicilios, como las sociedades Jóvenes del Vals, Las Águilas, Unión Fraternal y otras similares, que sábados y domingos ofrecían carteles con orquestas populares. Allí los socios podían bailar en un ambiente respetuoso y sano, muy distinto al de los "bailables" masivos ideados por los funcionarios municipales de cultura después del 59, y que en carne propia padecí en los veinticuatro años que residí frente a la Plaza Roja de la Víbora, sobre todo cuando programaban a Elio Revé y su Charangón.

En mis años mozos, el bolero se mantuvo en alza. Donde había una vitrola, no faltaba uno de esos bolerones sobre celos e infidelidades, los favoritos de borrachos y acongojados. Mis boleristas eran Olga Guillot, Fernando Alvarez, Blanca Rosa Gil y Vicentico Valdés. A las muchachas nos gustaban y mucho, todas las canciones de Benny Moré y su Banda Gigante y las de Celia Cruz con la Sonora Matancera, así como los números que lanzaban las orquestas América, Aragón y Riverside y el Conjunto Casino, por donde pasaron voces del calibre de Roberto Faz, Orlando Vallejo, Roberto Espí, Celio González, Nelo Sosa y Laíto Sureda, entre otros.

Pero si algo venerábamos, era la música de nuestros padres y abuelos: Sindo Garay, Manuel Corona, Eusebio Delfín, Miguel Companioni, Trío Matamoros, Orquesta Anacaona, Paulina Alvarez, María Teresa Vera, Dúo Los Compadres, Celina y Reutilio, Coralia y Ramón, Rita Montaner, Esther Borja, Isolina Carrillo, Bola de Nieve, Celeste Mendoza, Barbarito Diez, Pío Leyva, Tito Gómez, Lino Borges, Tejedor y su Grupo, Arsenio Rodríguez, Arcaño y sus Maravillas, Panchito Rizet, Ñico Membiela, Sexteto Habanero, Septeto de Ignacio Piñeiro y Cheo Belén Puig.

Por la vinculación de mi familia a la emisora Mil Diez, tuve oportunidad de escuchar desde sus inicios las canciones que integrarían un nuevo movimiento, el feeling, una forma más libre de hacer y decir el bolero. Si hay una música identificativa de mi juventud, ésa es la que hacían los creadores e intérpretes del feeling: Angel Díaz, José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Frank Emilio, Marta Valdés, Omara Portuondo, Moraima Secada, Aida Diestro y Elena Burke.

Foto: galessa's plastics, Flickr

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Happy Birthday!


Ya Lady Googla en su blog tuvo a bien recordar que en 2009, entre otros aniversarios, arribaríamos a dos muy particulares. Al respecto, en diciembre le dedicó un post y en enero otro. El aniversario nuestro, como escribiera Luis Cino, es tan redondo que espanta.
El octogenario barbudo como la estilizada muñeca tienen infinidad de detractores. Pero ella sigue siendo una de las muñecas preferidas por las niñas de todo el mundo, incluyendo las cubanas, que se vuelven locas con una Barbie a pesar de la "batalla de ideas".

Por Tania Quintero

File:Barbie 1959 First Editions.jpg

Las primeras, un poco feúchas, con trajes de baño acorde a la moda de la época de su lanzamiento, el 9 de marzo de 1959.


Andy Warhol no pudo sustraerse al glamour de la rubia flaca y cabezona. Nueva York, 10 de febrero de 1986. Foto de los archivos de la revista Life.


En mayo de 2000 eran presentadas en Nueva York las dos versiones de la Liberty Barbie Doll, diseñadas por Bob Mackie. Foto: Dave Allocca, Life.


El aumento de niñas y adolescentes seguidoras de la NBA motivó a la Mattel, empresa fabricante de Barbie, a lanzar en 1998 su primera colección de muñecas y complementos dedicados al baloncesto. Foto: Ted Thai, Life.


La colección Princesas comenzó en 2001, con el lanzamiento de la Barbie-bailarina de Cascanueces. Foto: Ted Thai, Life.

Oscar de la Renta también viste a Barbie

Su puesta de largo tuvo lugar en febrero último, durante la Semana de la Moda de Nueva York, cuando 50 diseñadores diferentes vistieron a Barbie, entre ellos, Dior, Armani, Calvin Klein, Carolina Herrera, Versace y Oscar de la Renta (foto).


Hace rato que las Barbie dejaron de ser blancas y rubias. Hoy se pueden encontrar en los más diversos roles y de todas las etnias y religiones...


...incluida la musulmana!


Aunque ninguna tan hermosa como

esta Barbie fabricada en la India.


Las hay azafatas, playeras, ecologistas... pero que yo sepa, a la Mattel no se le ha ocurrido todavía vestir a una Barbie de verde olivo ni con una camiseta del Che. Ojalá no se le ocurra.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El secreto de Matusalem


Por Pedro Navarro

España es el mayor mercado europeo para los productores de ron, el segundo mundial muy cerca del líder, Estados Unidos. Claudio Alvarez, presidente del prestigioso ron Matusalem lo tiene muy en cuenta, y por ello estuvo de gira por España, para consolidar el millón de botellas que su prestigiosa marca colocará en la tierra de sus abuelos. Como decía Serrat en Mediterráneo, tenemos alma de marineros, y pocas bebidas se han asociado tanto al mar, a la libertad, a la pitaría, e incluso, a la libertad, como el ron.

Matusalem se ha ganado un nombre dentro del mercado de las bebidas. ¿Cuál es el secreto?

-Supongo que nuestro método de producción, desarrollado en el siglo XIX, por los emigrantes españoles en Cuba, que fueron los que crearon el ron tal y como hoy se conoce, entre ellos mi bisabuelo. Además, nosotros particularmente, empleamos el llamado método Solera de añejamiento, es decir, el mismo utilizado en Jerez para la producción de crianzas. Nuestros reservas de 7, 10 y 15 años, no salen nunca antes de tiempo de la bodega. Esto añade calidad a nuestro producto, pero limita nuestra producción.

El ron siempre ha sido una bebida con connotaciones románticas. Su consumo se ha ligado a piratas, a guerrilleros latinoamericanos, e incluso, a iconos como Hemingway.

-Más que de otro sitio, ese romanticismo viene, precisamente, del efecto Cuba. Esta isla paradisiaca siempre ha sido asociada al tabaco, al ron y a las mujeres bonitas. Así, cuando llegó la revolución era normal ver a Fidel y al resto de guerrilleros con un habano en la boca y una copa de ron en las mano.

Sin embargo, fueron precisamente éstos los que motivaron la salida de Cuba de su familia.

-La verdad es que mi padre y mi abuelo nunca llegaron a conocer la Cuba post-fidel. Tras la expropiación, fue mi abuela la que decidió tirar del carro y llevarse la producción a Bahamas. Años más tarde, cuando yo cogí el poder, decidí trasladar la empresa a la República Dominicana, porque era quizás el lugar más parecido a Cuba que conozco, por su clima, su ambiente y su gente. Eso sí, la fórmula que empleamos sigue siendo exactamente la misma. Por eso en las botellas se mantiene la leyenda 'Originario de Cuba'.

¿Espera volver algún día?

-Eso es lo que todos los exiliados queremos. Existe un cubanismo muy fuerte. Yo me marché de allí muy pequeño y sigo añorando la isla. Incluso mis hijos, que nacieron ya fuera, dicen que son cubanos. Esperemos la vuelta de la libertad de empresa.

En los últimos años, diversas campañas gubernamentales han intentado reducir el consumo de alcohol. ¿Cómo las recibe su marca?

-Uno quiere que su producto sea tomado de forma responsable. El problema es que los jóvenes no perciben que hasta que empiezan a sentir los efectos. No puedes prohibir los coches porque haya gente que conduzca a 150 kilómetros hora, pero debes enseñar que es lo correcto. Sea dicho que tampoco un gran tomador.

El lema de su última campaña publicitaria, Forever Old, hace referencia a varios aspectos. Primero a las bondades del ron añejo, después, a que las cosas buenas no pasan de moda. ¿También a que no es una bebida para que los jóvenes se hagan cubatas en los botelleos?

-Nuestro reserva de 7 años es bastante competitivo, por precio y calidad a la hora de mezclar. Incluso el de 10 años puede ser adecuado para un cóctel superior.

Entonces, ¿es un crimen echarle cola a un reserva 15 años?

-No diré que es un crimen, porque mis clientes son libres de tomarlo como ellos gusten, pero es verdad que yo lo prefiero solo.

¿Solo o con hielo?

-Hay varias formas de tomarlo. Una puede ser solo, en una copa en un vasito corto, otra, con un hielo, algo que permite disolver mejor los aceites y sacar más el sabor de la madera.

Mi hermana ha puesto copas durante años y todavía se pregunta por qué la botellas de reserva no llevan dosificador.

-Lo introdujimos en algunos países como Japón, porque, si no, los nipones tenían la sensación de que la bebida podía estar adulterada, pero finalmente, hemos decidido volver a los orígenes ya que nuestras botellas se cerraban originariamente con un corcho.

(Publicado en La Verdad, España, el 26.3.09)

Foto: EFE



viernes, 6 de noviembre de 2009

Amores Lejanos


Por Ciro Bianchi Ross*

¿Sabía usted que era cubana la mujer que inspiró a Saint-John Perse -Premio Nobel de Literatura en 1960- su célebre poema “A la extranjera”? ¿Que el gran amor de Ernest Hemingway en La Habana fue una mulata llamada Leopoldina, y que el escritor la inmortalizó en una novela con el nombre de Liliana, la Honesta? ¿Que una de las últimas amantes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo fue una rumbera cubana? ¿Qué el boxeador Kid Chocolate tuvo amores con actrices como Pola Negri y a Misttinguette? ¿Que José Raúl Capablanca se casó con una princesa rusa auténtica y que Alfonso de Borbón, el primogénito de Alfonso XIII y tío del rey Juan Carlos, renunció a su derecho a ocupar el trono de España para casarse con la cubana Edelmira Sampedro? ¿Que Miguelito Valdés sostuvo una relación con Patricia Hill, la llamada reina de la mafia, que vivía obsesionada con el diente de oro que lucía el cantante?
¿Que el jefe mafioso Meyer Lansky tuvo mujer cubana durante años y que la llevó consigo cuando salió definitivamente de Cuba en 1959? ¿Que Ava Gardner, “el animal más bello del mundo”, como le llamaba su amigo Hemingway, se entregaba aquí a auténticos maratones sexuales y que aunque tenía amantes blancos más o menos fijos, se las arreglaba siempre para colar algún que otro negro en su suite del Hotel Nacional? ¿Que era cubana la “marca de fábrica” de los mellizos de Tongolele? ¿Que el teatrista Gerardo Fullera León se llevó una tarde a la cama a Margarita Duras, la autora de Hiroshima, mi amor? ¿Que el dictador Fulgencio Batista vivía enamorado de Rosita Fornés, la mujer más deseada de Cuba?

En Cuba hay médicos e investigadores cuyos nombres dan la vuelta al mundo. Y escritores, actores, deportistas, compositores, intérpretes, realizadores cinematográficos… En esa relación de famosos, por una razón u otra, quedan siempre fuera los amantes. Y amantes y grandes amadores y donjuanes y mujeres que amaron o se dejaron amar los hay aquí por montones dignos de figurar en la galería más selecta.

La relación, de ser cronológica, comenzaría con Leonor -o Inés o Isabel- de Bobadilla, la esposa de Hernando de Soto, el afiebrado explorador que luego de haber jugado al ajedrez con el Inca Atahualpa, que era su prisionero, buscó sin encontrar, en 1539, en la Florida, la fuente de la eterna juventud. Soto gobernó la Isla a partir de 1537 y cuando partió a su aventura dejó a doña Leonor al frente del gobierno. Aunque el historiador Pezuela dice que esa autoridad fue “puramente nominal”, el caso es que nunca antes ni después una mujer desempeñó aquí tamaña responsabilidad.

Cuenta la leyenda que todas las tardes subía la señora a la torre del primitivo Castillo de la Fuerza a atisbar en el horizonte el regreso del marido. Pero Hernando de Soto jamás volvió. Murió en la Florida y sus compañeros lo enterraron en el lecho de un río para evitar que los indios profanaran su cadáver. Un siglo después los habaneros, en recuerdo de doña Leonor, que esperó y esperó y quedó a la postre sin respuesta, hicieron fundir en bronce la imagen de una mujer que porta en su mano izquierda la Cruz de Calatrava y la colocaron en lo alto de la torre de homenaje del Castillo con el fin de que indicara a los navegantes la dirección del viento. La llamaron La Giraldilla y simboliza a La Habana.

Demos ahora un salto en el tiempo. El 16 de mayo de 1874 contraen matrimonio en la ciudad central de Santa Clara, Luis Estévez y Romero y Marta Abreu. Él es un distinguido abogado -con bufete en la calle Obispo, 27- y profesor de la Universidad. Ella, una de las mujeres más acaudaladas de Cuba, benefactora de esa ciudad y sólido sostén económico de la causa de la independencia, a la que hace cuantiosas donaciones, como aquellos cien mil pesos que puso en manos del Partido Revolucionario Cubano al enterarse de la muerte de Maceo. Instaurada la República, Luis Estévez fue su primer vicepresidente, pero inconforme con la política de Estrada Palma, renunció a ese cargo en 1905 y volvió, junto con su esposa, a instalarse en París. Allí Marta enfermó. Cuando falleció, el 3 de enero de 1909, Estévez debió ser internado en una clínica siquiátrica, y justo un mes después del deceso, en un gesto dramático y desolado, se quitó la vida con un pistoletazo. Tal era el carácter de Marta, tal su temple, que la gente decía que Luis Estévez fue vicepresidente de la República y vicepresidente de su casa.

Y con Marta Abreu se relaciona “la extranjera” de Saint-John Perse, pues esta enigmática mujer, cuya verdadera identidad se mantuvo oculta durante cuarenta años, era su sobrina Rosalía Sánchez Abreu. Lilita le decía su familia. Lil le llamaba el poeta que, al evocarla ya casi al final de su vida, en 1975, confesaría que “nunca tuve relaciones parecidas con otro ser”.

Lil y el escritor francés se conocieron en 1932 y “A la extranjera” fue el regalo de despedida que el poeta le hizo cuando, años después, se separaron por última vez, en Washington. Sin embargo, Perse no olvidó nunca a la cubana y todavía en 1953 le hacía llegar este mensaje: “Quisiera que ella sepa que permanecerá para siempre en lo mejor de mí mismo, que ella es mucho de mí mismo, que mi corazón sigue emocionándose cuando pienso en ella, y que el lazo que existe entre nosotros seguirá siendo para mí, quizás contrariamente a lo que ella siente, excepcional hasta mi muerte”.

La muchacha estaba casada, al menos desde 1928, con un sujeto llamado Alberto Henralix o Henrahx, que de las dos maneras aparece escrito en las guías sociales de la época.

Fue un amor a primera vista el de Alfonso de Borbón, Príncipe de Asturias, y Edelmira Sampedro (en la foto). Se vieron una noche en un cinematógrafo de la ciudad suiza de Lausana y se enamoraron.

Todo lo tuvo en contra la joven pareja desde el comienzo. La familia real española no aceptó el noviazgo, y Edelmira debió sufrir bien pronto las presiones de los enviados de Alfonso XIII, ya exiliado en París, que privó al hijo de sus cinco automóviles, redujo sensiblemente su mesada y lo obligó, en definitiva, a renunciar a su derecho a la sucesión. Ningún miembro de la Casa Real asistió a la boda, en Lausana, el 21 de junio de 1933, y las invitaciones que el ya Conde de Covadonga cursó a amigos y conocidos, le fueron devueltas “con sentimiento".

Los celos desmedidos de Edelmira, por un lado, y la hemofilia que aquejaba a Alfonso, por otro, harían muy difícil la vida en común. Rompe la pareja sus relaciones una y otra vez, pero se reconcilia siempre hasta que en 1937 ella lo acusa de tener otra mujer. Es el fin. En Nueva York, Alfonso pedirá la anulación el matrimonio, y Edelmira, en La Habana, el divorcio.

La acusación de Edelmira tenía, esa vez, una base real. Alfonso estaba viéndose en secreto con otra cubana, la modelo Martha Rocafort. Se casarían en La Habana, en junio de 1937. ¿Llegó Martha a ese matrimonio impulsada por el amor o por el interés?

Un familiar cercano suyo confesó a este periodista que, aunque no descartaba la posibilidad de atracción física, se inclinaba más por lo segundo que por lo primero. Y de una opinión más o menos similar fue Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez, que siguió en La Habana las peripecias de la relación. “Ojalá sean felices, escribió Zenobia en su diario, pero parece un matrimonio de conveniencia”.

Amor o interés, esta relación duró muy poco. En septiembre, tres meses escasos después de la boda, Martha solicitó el divorcio. Se negó a soportar las crisis alcohólicas de Alfonso que desencadenaban lo peor de su carácter y lo llevaban a crudas agresiones verbales y a la violencia física.

Aunque se dice que, en su temprana juventud, pasó una temporada en la ciudad oriental de Santiago de Cuba, el generalísimo Trujillo jamás logró que se hiciera realidad su caro anhelo de que lo invitaran a visitar la Isla de manera oficial. Vivía obsesionado con todo lo cubano: era cliente de la mueblería La Moda, de La Habana; se vestía con sastres cubanos y eran cubanos los médicos que lo atendían. Gran bailador, presumía de Don Juan y gustaba que sus romances y aventuras amorosas fueran de dominio público porque, a su juicio, confirmaban su virilidad.

Trujillo tuvo también una amante cubana, la rumbera Silda. El autor de esta página vio una foto suya en la revista habanera Show. Tenía la piel color canela y una figura espectacular… Pese a los elogios que en esa publicación se le prodigan, nunca levantó cabeza en la vida nocturna capitalina: la competencia era mucha. En Santo Domingo, sin embargo, logró notoriedad, si no por su arte, sí por su relación con el dictador, que un día, tal vez para quitársela de encima, la envió a España a fin de que filmara una película. Y en Madrid la sorprendió el ajusticiamiento del sátrapa, el 31 de mayo de 1961. Pero Silda no quedó abandonada a su suerte. Un jeque árabe, petrolero y millonario, cargó con ella.

¿Y lo de Batista y Rosita? Lo cuenta la propia vedette en sus memorias. El dictador cubano la acosó durante largo tiempo y cuando se hizo pública su relación con el actor Armando Bianchi, la persecución se extendió a los dos. El asedio iba desde multas por insignificantes infracciones de tránsito y largas retenciones en estaciones de policía hasta presiones por parte de agentes del servicio secreto y consejos de personas aparentemente ajenas al asunto que instaban a la actriz y cantante “a portarse bien”. El hostigamiento subió de tono cuando Rosa, en 1957, se estableció en España por motivos de trabajo. El gobierno cubano le prohibió entonces que sacara a su pequeña hija del país.

“Batista me hizo daño con eso, mucho daño”, dice ella en sus recuerdos.

En Islas en la corriente, Hemingway traza esta descripción de Liliana, la Honesta:

“Tenía una hermosa sonrisa, unos ojos oscuros maravillosos y espléndido pelo negro (…) Tenía un cutis terso, como un marfil color olivo, si tal marfil existiera, con un ligero matiz rosado…”

Liliana la Honesta se inspira en un personaje real, una prostituta que hacía la vida en el bar-restaurante Floridita, de La Habana. Se hacía llamar Leopoldina, -tal vez no fuera ese su nombre verdadero- y el gran escritor norteamericano mantuvo con ella un amor clandestino que se extendió a lo largo de muchos años.

Antonio Meilán, barman de ese establecimiento, que la conoció mucho y fue testigo mudo de aquel romance, la recordaba todavía en 1992. Contó entonces a este periodista:

-Una mulata fina, elegante, bellísima con su sonrisa deslumbradora, sus piernas larguísimas, las caderas rotundas, los pechos breves y aquel rostro en el que se agolpaban toda la picardía y la gracia de la cubana.

Y añadió:

-¡Eso sí era una hembra! Tenía el diablo en el cuerpo…

Leopoldina murió de cáncer, en 1951. Hemingway corrió con los gastos del sepelio. Y fue el único hombre que la acompañó hasta la tumba. Ese día, en el Floridita, bebió más de lo habitual. (Publicado en el blog Barraca Habanera el 23 de noviembre de 2006).

* El periodista cubano Ciro Bianchi Ross es columnista del diario Juventud Rebelde y colabora en las más importantes revistas cubanas. Ha publicado los siguientes libros: Las palabras de otro; Voces de América Latina; Un hombre en la noticia; Tras los pasos de Hemingway; Yo soy el chef; García Lorca/Pasaje a La Habana; La oreja de Dios; Oficio de intruso; Así como lo cuento y Memoria oculta de La Habana, entre otros títulos. En 1992 obtuvo el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, y en 1999 el Ministerio de Cultura lo galardonó con el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro por la obra de su vida.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Instantes de una ciudad

Kids on Prado por designwallah.

Alegre muchachada por el Paseo del Prado; uno de los miles de perros callejeros y el malecón, con su muro y sus arrecifes. Una cafetería por divisas, el estadio del Cerro, el edificio donde se encuentra El Cinecito, la tienda Variedades de 23 y 10 (otrora Ten Cent del Vedado) y dos cabinas telefónicas. Tres de los muchos carteles diseminados por la capital; medios atípicos de transporte; inmuebles habaneros, e imagen final de libre interpretación.

Stray dog in the rain por designwallah.

Daydreaming on The Malecon por designwallah.

Off El Malecón por designwallah.

Café O'Reilly por designwallah.

Behind home plate por designwallah.

Cine Cito - Calle San Rafael por designwallah.

Was: Woolworth's por designwallah.

DSC_4448 por designwallah.

Foto-Estudio Cezanne por designwallah.

Tel. W. 9115 por designwallah.

Office Work Schedule por designwallah.

Taxi! por designwallah.

Mototaxi por designwallah.

Habanera ~ Bucanero por designwallah.

A touch of colour por designwallah.

Contemplation in Parallel Lines por designwallah.

A café as art project por designwallah.

decay por designwallah.

Farmacia Neptuno 514 por designwallah.

Shuttered and Locked por designwallah.

Fotos: designwallah, Flickr