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lunes, 7 de septiembre de 2009

Brasil en mi vida (I)

En la catedral de Brasilia, Brasil.

Por Tania Quintero

Luego de pensar en distintos títulos, me he decidido por éste. Después de leer a varios poetas brasileños, he seleccionado este verso de Canção Amiga, de Carlos Drummond de Andrade:

Caminho por uma rua
Que passa por muitos países.
Se não me veem, eu vejo
E saúdo velhos amigos.

Mi historia de amor con Brasil comenzó en 1980. Escribía yo en la sección económica de la revista Bohemia -la más vieja de Cuba, fundada en 1908- una columna sobre moda y diseño cuando un día, gracias a Helio Dutra, brasileño nacionalizado cubano, empecé a empaparme de Brasil y su diseño. Recuerdo que la primera revista que Dutra me prestó, editada en Brasilia, estaba dedicada a Oscar Niemeyer y su fabulosa arquitectura.

En 1981 seguí escribiendo para Bohemia , pero pasé a trabajar en el departamento de divulgación de la Oficina Nacional de Diseño Industrial, en 19 y D, en la barriada habanera del Vedado, muy cerca del apartamento donde vivían Dutra y su esposa Ela. Comencé a frecuentar la casa de este viejo y ejemplar matrimonio. Allí conocí a muchos brasileños y a través de ellos y de las publicaciones que me dejaban, por cuenta propia fui aprendiendo portuñol y profundizando en la compleja y contradictoria realidad de Brasil, la diversidad de sus estados y su gente.

El primer brasileño entrevistado más famoso no podía ser: Chico Buarque de Hollanda. En medio de un ensayo para un concierto que iba a ofrecer en el teatro Karl Marx , Chico me dió una entrevista para la revista Bohemia. En esa ocasión conocí a la que fue su primera esposa, la actriz Marieta Severo.

No puedo precisar con exactitud si fue antes o después, pero en casa de Dutra o por mediación de él, entre otros, conocí a la escritora Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937), dulce y encantadora, orgullosa de sus raíces gallegas. Me alegró mucho cuando en 2005 le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Del discurso que pronunció en el Teatro Campoamor de Oviedo, la capital asturiana, en particular me gustó este fragmento: "Nos batimos contra aquellos profetas que, esgrimiendo el sentimiento de la inmortalidad, de la insensatez, de la intolerancia, desprecian la alteridad, expurgan al opositor, aislan a los que amenazan empobrecer, rechazan las diferencias étnicas, lingüísticas, estéticas, teológicas. Como si, habiéndoseles dado el privilegio de inaugurar una sociedad a su medida, no respetaran el estatuto de la vida".

Al dominico Frei Betto también lo conocí en casa de Dutra, aún no era tan conocido en los medios cubanos cuando una tarde fresca y clara conversé con él en un portal interior de la Iglesia San Juan de Letrán, en el Vedado. Su libro Fidel y la religión en 1990 lo lanzaría a la fama dentro y fuera de Cuba.

Socialismo tropical

En la década de los 80, antes del éxito del libro de Frei Betto, en Brasil se había puesto de moda ir a la "isla de fantasía", calificativo con el cual muchas agencias de viajes promocionaban Cuba. Vuelos charters o haciendo escalas en Panamá, Perú, México, salían rumbo a La Habana con brasileños cargados de curiosidad, para participar en eventos culturales o científicos, realizar entrevistas y reportajes o como simples turistas. De donde más venían era de Sao Paulo y Río de Janeiro, pero también de Minas Gerais, Bahía, Pernambuco, Río Grande do Sul, Ceará, Santa Catarina: procedían de todos los confines de la inmensa nación. Pese a la diversidad de regiones y costumbres, todos venían con las mismas expectativas.

Creían que en Cuba, a la vuelta de la esquina, iban a encontrar al hombre nuevo prometido por el Che. En aquellos años, era alto el número de brasileños que admiraban a Fidel Castro. En alta estima tenían a su revolución y su intento de construir el socialismo en las narices de Estados Unidos. Había sus excepciones, pero eran las menos. La mayoría iba deslumbrado por la revolución cubana. Pese a su carácter apasionado y a su fama de creyentes, encontré que los brasileños no eran fanáticos y una vez en Cuba, alababan lo que consideraban bueno -educación, salud, deportes, cultura- y criticaban lo que veían malo: destrucción de la capital, falta de libertades y el apartheid turístico.

A diferencia de canadienses y europeos, los brasileños no viajaban en busca de sol ni de playas, aunque esto no impedía que se dieran su chapuzón en las transparentes aguas de Varadero. Ellos preferían conocer cómo vivían las familias cubanas. Y quizá por ese sano deseo, en 1980-90, década donde se registró una cifra más elevada de turistas procedentes de Brasil, el sexo no estaba entre sus principales atracciones, pese a que fueron ésos los años del despegue del jineterismo y la prostitución en Cuba.

Al proceder de una sociedad repleta de contrastes sociales, solían captarlo todo muy rápido. Una vez, mientras esperábamos a que nos sirvieran lo que habíamos pedido para cenar, en el restaurante del hotel Deauville, Tamiko Shimizu y Mary Nobuko, dos paulistas de origen japonés, me dijeron:

-Ustedes no pueden valorarlo, porque no lo tienen, pero no te imaginas lo tranquilo que se puede comer en un lugar donde no hay niños ni personas pobres pidiéndote comida o dinero.

Eso fue a mediados de los 80. Unos años después, en 1997, mi hija y yo fuimos un domingo con mi nieta a una cafetería en la barrriada habanera de Arroyo Naranjo. Había allí un niño negro, delgaducho, de unos seis o siete años, pobremente vestido, que vigilaba lo que las personas dejaban en las mesas y rápidamente iba a recogerlo. Si era un pedazo de pizza o restos de un sandwich lo echaba en un bolso de nailon, si era refresco, se lo tomaba. Mi nieta, entonces con tres años, no podía separar los ojos de aquel niño. Mi hija y yo revisamos el monedero: era poco el dinero que llevábamos, pero si no consumíamos mucho, alcanzaba para invitarlo. Lo llamamos y merendó con nosotras.

No supe más de Mary y Tamiko, pero nunca olvidé lo que aquella noche me dijeron en el hotel Deauville. Y tampoco nunca imaginé que algun día, también en mi país, iba a encontrarme con niños cubanos pidiendo "chavitos" (moneditas de dólar) o, peor aún, a la caza de sobrantes de comida, para saciar su hambre o la de los suyos.

Paulo Afonso Grisolli, dramaturgo y director de telenovelas de éxito en la Rede Globo, fallecido en 2004, durante una entrevista que me concedió en el hotel Habana Libre, donde se hospedaba, en pocas palabras y de un modo genial definió lo que vió y sintió:

-Lo que me ha gustado de Cuba es que aquí la pobreza es generalizada. No hay esos contrastes abismales de Brasil, donde unos pocos, son ricos, muy ricos, y otros muchos, pobres, muy pobres.

La aventura de la vida

Otro brasileño cuyos conceptos y apreciaciones me marcaron fue Fernando de Barros (Lisboa 1915-Sao Paulo 2002). Cuando en 1984 vino a La Habana, a propósito del primer salón Cubamoda ya era una leyenda en Brasil, nación a la que había llegado en 1942 para trabajar en una película basada en el libro Pureza de José Lins do Prego. Fue maquillista, productor y director cinematográfico, pero donde creó escuela fue en el mundo de la moda masculina. En Brasil se dice que los brasileños aprendieron a vestir bien gracias a Fernando de Barros. Fue editor de moda de las revistas Claudia y Playboy. Dejó dos libros: Manual da Elegancia Masculina y O Homen Casual.

Cuando por primera vez vi a Fernando de Barros -le esperaba en el lobby del Habana Libre y del elevador salió con un pantalón color ocre y camisa beige, de algodón y muy holgadas las dos piezas para su cuerpo delgado y pequeño- sin todavía intercambiar una palabra con él, me percaté de que a ese hombre, a punto de cumplir 70 años, con aquel look y andar esbelto no se le podía llamar "abuelo" o "viejito", como suelen decir en Cuba a las personas de la tercera edad.

Nos dirigimos a la cafetería y allí estuvimos un par de horas conversando. Ya Fernando había salido a caminar por la ciudad y su retina todo lo había grabado: la forma anticuada de vestir del cubano, el deterioro de calles y edificios, los viejos carros americanos, los modelos de autos soviéticos y hasta las rejas que entonces empezaban a poner las personas en puertas y ventanas, en un intento de proteger sus casas de ladrones.

Como estilista de moda, él encontraba novedoso que Cuba se interesara y tratara de actualizarse en materia de moda y diseño de vestuario, pero a la vez le resultaba contradictorio que esto se hiciera en un país con tantas carencias y donde la población vivía sometida a dos libretas de racionamiento: una para adquirir cada mes una cuota mínima de alimentos per cápita y otra para poder comprar un par de zapatos y una muda de ropa al año.

Concordé con Fernando de Barros en su explicación: "Para que un país pueda desarrollar una industria de la moda, primero tiene que tener desarrolladas otras muchas industrias: textileras, talleres de confecciones y fábricas de calzado, entre otras. Brasil tiene todas esas ramas desarrolladas, aunque infelizmente todavía hay demasiados brasileños que pasan hambre y para ellos la palabra moda no existe. Pero en una sociedad como la cubana, que se supone es socialista y proclama la igualdad, no es posible desarrollar una industria de la moda para que a ella soólo tengan acceso los turistas y determinada élite dentro del país".

Posteriormente, Fernando me pediría que atendiera a la periodista Tania Fusco, en ese momento trabajando para la Editora Abril. Con mi tocaya hice buena liga y junto a Vivian Leal, hija del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, conversamos largamente. No recuerdo ahora cómo, pero durante su estancia en La Habana, la Fusco se fue a vivir a la residencia de Kuhn, embajador de Holanda, situada en Calle 2 entre 17 y 19, Vedado. La última vez que supe de ella escribía para Istoé , mas ahora le perdí la pista. Era muy simpática y extrovertida, como casi todos los brasileños.

Fernando de Barros nunca se casó, tuvo muchas mujeres, todas muy bellas. De su romance con la modelo francesa Giedre Valeika nació su único hijo, Fernando Valeika de Barros, hoy reconocido periodista. Textos suyos se pueden leer en Discovery Magazine, Folha de S. Paulo y en publicaciones de la Editora Abril como Veja, Superinteressante, Viagem e Turismo, Quatro Rodas y Placar , la principal revista deportiva de Brasil.(Continuará)

Foto: Catedral en Brasilia. Google-Imágenes.

1 comentario:

  1. Tania,

    é muito interessante como você conta esta sua história de amor pelo Brasil e como realiza as comparações.

    É triste mesmo que Cuba não seja a ilha "maravilhosa" que muitos imaginavam...

    Parabéns pelos textos!

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